Respuesta Radical: Perdón Radical
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Respuesta Radical: Perdón Radical

Una de las mayores ataduras del ser humano, es la falta de perdón. Hay personas que, durante años y décadas, cargan un peso enorme sobre sus vidas; viven prisioneras de resentimientos, por situaciones del pasado que han modelado su presente y amenazan con marcar su futuro.

Sin afán de juzgar, ni pretender desconocer como legítimas las situaciones, debemos decir, que existe un acto supremo que puede resarcir las más profundas secuelas de las ofensas a muchos niveles; se llama perdón.  En el mensaje de hoy, mediante algunas enseñanzas bíblicas, se nos presenta una muestra de la magnanimidad de Dios, a través de su perdón hacia nosotros, al tiempo que somos interpelados con una exigencia: debemos perdonar y vivir en perdón, porque mucho es lo que Dios nos perdonó.

Los discípulos preguntaron a Jesús ¿cuántas veces debemos perdonar al hermano?, ¿será hasta tres veces? (como era su costumbre según la ley mosaica), a lo que Él responde:

“Mirad por vosotros mismos. Si tu hermano pecare contra ti, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. Y si siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; perdónale. Dijeron los apóstoles al Señor: auméntanos la fe” Lucas 17, 3-5.

¿Cuál es nuestro límite del perdón? ¿hasta dónde perdonamos? Todos hemos sido traicionados, a todos nos han herido y nos han hecho cosas que quizás consideremos imperdonables; pero el mensaje del Señor hoy es, perdona.

Y, en este sentido podríamos decir mucho: perdona a aquel que quizás era tu autoridad, o tenía responsabilidad sobre tu vida y cometió algún abuso verbal o físico contra ti; a aquél que quizás cuando te tenía cuidar no lo hizo; a aquel que abusó de tu confianza; a aquel padre abandonito, o a aquella madre que nos puso un estándar muy alto e inalcanzable; a aquella persona que se ensañó contra nosotros y no hostigó o humilló; a aquella pareja que abusó de nuestra confianza y hoy día sigue deshonrándonos. No es simple casualidad que los discípulos exclamen: ¡auméntanos la fe! Porque nuestro impulso humano no está orientado hacia el perdón, sino a pagar con la misma moneda.

La Biblia está llena de versículos que hablan del perdón. Analizaremos ahora dos:

 Efesios 4, 32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo”.

Mateo 6, 14-15: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros, vuestro padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro padre os personará vuestras ofensas”.

¿Qué no es perdonar? Perdonar no es olvidar. Dios no nos mandó a olvidar. Es más, si olvidáramos del “basurero” de donde nos sacó el Señor, y de las consecuencias que nos trajo, quizás volveríamos a caer ahí con mucha facilidad. El Señor no prometió un reseteo de nuestra mente, sino la capacidad de sanar lo que estuvo en un momento siendo objeto de cautividad, para que hoy podamos recordar ese acontecimiento sin dolor.

Cuando se está en una sesión de sanidad interior, hay una prueba infalible: si al rascar, hay sangre y dolor, aún no hay sanación.

El propósito del Señor es sanarnos y darnos libertad, pero en este propósito es importante también saber que hay un costo, y entre más dura sea la prueba, más grande será la recompensa. Perdonar no es olvidar. No es algo que nace de nuestro corazón hacer. Lo que el Señor quiere mostrarnos es que nuestro espíritu puede gobernar nuestra emoción y nuestros sentimientos.

Es tiempo de darle rienda suelta al Espíritu para que tome control de nuestras vidas. Porque cada vez que tomemos decisiones al calor de nuestras emociones, muy posiblemente terminaremos mal. Porque: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” Jeremías 17,9.

Si esperamos que surja en nuestro corazón el deseo de perdonar, posiblemente nunca tengamos ganas de hacerlo; pero si, por el contrario, tomamos la decisión de hacerlo, en obediencia al Señor, Él quitará el odio, el rencor y el dolor en nuestra vida, y vamos a empezar a caminar en amor y la gloria que el Señor preparó para nosotros en la paz que sobrepasa todo entendimiento.

Perdonar, no es buscar la justicia, porque lo justo es hacer lo mismo que nos hicieron, pero el Señor no se basa en la justicia humana: “no ha hecho [el Señor] con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados. Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen” Salmos 103: 10-11. Si Dios aplicara sobre nosotros la misma regla que nosotros queremos aplicar a los demás, fracasaríamos, y estaríamos en deuda, siempre.

Perdonar no es algo justo, no es buscar justicia, tampoco es algo emocional. El perdón es ofrecer a otros, lo que Dios nos ha dado en Cristo. Tú, ¿has sido perdonado? ¿has recibido la gracia de un Dios bueno? En 1 Juan 1, 9, dice:Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad

Pero hay algo que tenemos que hacer: confesar nuestros pecados, para recibir el perdón. Porque en lo oculto no se mueve el Señor. Dios es luz; cuando guardamos cosas en nuestro corazón estamos dando libertad a las mentiras para que operen en nuestra vida. Estamos diciendo que es más importante la mentira, que la verdad de la escritura, y habremos dado preeminencia a los discursos de hombres ante la palabra de Dios.

El perdón no sólo nos fue dado a nosotros, sino que también fue dado para que operara a través de nosotros. La evidencia de que Dios obra en nuestra vida es que seamos personas de perdón. El indicador de que una persona sea cristiana o no, es su capacidad de perdonar. El perdón trae sanidad hacia adentro (a la persona) pero también hacia afuera (al lugar adonde perdonamos). Las personas reconocerán que eso sólo lo puede hacer el Señor. Nuestro perdón ministrará a otros, al tiempo que será para gloria de Dios, y las personas van a ver a Cristo a través nuestro, si tenemos la capacidad de reconocer nuestros errores.

El acto de perdonar es introducido por el mismo Jesús en la oración que nos enseña, al tiempo que nos compromete: “Perdónanos nuestras deudas como también nosotros personamos a nuestros deudores” Mateo 6, 12. La interrogante emerge inminente: ¿el perdón de Dios es condicional a lo que hagamos?

La respuesta no requiere de gran filosofía. Si tenemos al Espíritu Santo tendremos la capacidad de perdonar, y nos habremos dado cuenta de que realmente hemos sido personados, y podremos perdonar, porque sabemos que cualquier ofensa que nos hagan no es mayor a la que le hemos hecho al Señor.

Si por ejemplo nos han sido infieles o hemos sido abusados, cierto es también que cada vez que pecamos somos infieles y abusamos del amor de Dios. Sólo cuando tenemos ese conocimiento que sólo puede dar el Espíritu Santo, podremos liberar a otros, porque sabemos que lo que hemos hecho ha sido peor.

¿Por qué Dios nos pide perdonar? Porque nos ama, Dios quiere que seamos sanos y libres. Y el perdón es la medicina para que podamos caminar de la mejor manera en esta vida. No es lo fácil, en principio, pero es la decisión que hace que todo finalmente sea mejor. Se requiere fe, pero este es un mensaje para las personas de fe.

No podemos cambiar lo que nos hicieron, o lo que hemos hecho, pero si podemos entregarle el control a Dios.

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