En Cristo Soy: Santificado
Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquél que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: sed santos porque yo soy santo. 1 Pedro 1, 13-16.
Ser santo, tiene varias interpretaciones, una de ellas es estar separado para Dios; esto significa que todas nuestras acciones deben conducir a glorificar su nombre. En el antiguo testamento, cuando el sumo sacerdote iba a entrar al lugar santísimo, en donde estaba el arca del pacto (la presencia de Dios), este hombre debía prepararse mucho tiempo; solamente podía entrar una vez al año a ese lugar; e iba en representación de todo el pueblo.
Este hombre llevaba colgado en su vestimenta unas campanitas y atada una cuerda; porque si sucedía, que la preparación no fue la adecuada y entraba inmundo, podría sobrevenirle la muerte; en cuyo caso, el tintineo daría el aviso fatal; y seguidamente, el cuerpo sería halado hacia afuera.
Hoy, gracias al sacrificio de Cristo, tenemos acceso directo a la presencia de Dios. Ante este privilegio, resulta ineludible cuestionarnos acerca de cómo nos preparamos cada día para entrar en la presencia de Dios; ¿nos santificamos?, ¿tenemos conciencia de delante de quién estamos, en cada momento de nuestra cotidianidad?
Al haber aceptado a Cristo como nuestro Salvador y nuestro Rey, y al haber recibido el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo, y nuestro cuerpo se convierte en su templo. Desde esta nueva realidad, nuestra vida debe ser testimonio constante de la presencia de Dios. Y cada día, por la acción del Espíritu Santo, podemos entrar en la presencia de Dios, pero muchas veces tomamos a ligera este privilegio; y, ¡con cuánta frecuencia se nos olvida el precio pagado por Cristo para que tuviéramos acceso a la presencia de Dios!
En la cita introductoria, Pedro se está dirigiendo a la iglesia de Asia Menor; una iglesia que estaba siendo perseguida; al momento en que escribe el Apóstol, no era una persecución a muerte, sino circunscrita a una hostilidad, propiciada por el contexto social, a razón de su manera de vivir en la cotidianidad; la cual, implicaba múltiples señalamientos, en medio de un proceso en el que las vanidades y placeres del mundo, se infiltraban en la iglesia. Valga decir, nada diferente a lo que hoy día vivimos.
Ante esta realidad, la pregunta inminente es ¿cómo estamos viviendo? ¿glorificamos a Dios en cada momento de nuestra vida, o estamos viviendo conforme a nuestra vieja manera de vivir?
¿Quién de nosotros no se ha preguntado por qué hoy no suceden los milagros y prodigios del tiempo de Jesús y de los apóstoles?, ¿por qué han dejado de suceder, si es el mismo espíritu y es el mismo Cristo? La realidad, es que, la iglesia de hoy, no es tan radical y no quiere pagar el precio que pagaba aquella. Porque la iglesia primitiva, estaba dispuesta a morir en el circo romano, por predicar de su Señor, porque no se contaminaban con las cosas del mundo.
Hoy día hemos caído en la liviandad de esperar grandes prodigios, sin hacer nosotros la parte que nos corresponde. Muchas personas, libran una lucha de muchos años, consideran que no están creciendo espiritualmente, y están estancados, pero mucho depende de cómo estemos viviendo nuestra vida en santidad.
Si seguimos haciendo lo mismo, seguiremos obteniendo los mismos resultados. Si no nos estamos santificando más para Dios, no deberíamos esperar tener respuesta.
Si nos encontramos en una situación en la que no encontramos respuesta de Dios, no es porque Dios no nos está hablando, sino porque no estamos escuchando lo que tenemos que escuchar.
Muchas veces Dios nos está guiando, pero algo del mundo nos está cegando y no nos permite ver hacia donde Él nos quiere llevar. Dios ya nos liberó de toda atadura, pero es preciso que no volvamos nunca a nuestra vieja manera de vivir, para poder ver los resultados de Dios en nuestra vida. Tristemente muchas personas eligen vivir como esclavas, a pesar de que Dios les ha liberado.
La gran ironía de nuestro tiempo es que pudiendo vivir como santos, muchos eligen vivir como mundanos. ¿Qué es lo que podría estar impidiendo que escuchemos la voz de Dios en nuestra vida? Hay cosas que impiden que nos santifiquemos, y muchas veces ni siquiera es culpa del enemigo, sino nuestra, porque nos metemos solos en ello.
Hoy día conocemos mucho del mundo y poco de la palabra de Dios. Hoy Dios quiere confrontar nuestro corazón y nuestro entendimiento. Ciertamente, la salvación no se obtiene por nuestras obras, sino por gracia, por el acto redentor de Cristo; sin embargo, Dios quiere bendecir al máximo nuestras vidas, y es nuestra actitud, la que activa sus bendiciones.
¿Vivimos como santos, o cómo pecadores? ¿luchamos contra Dios o luchamos contra nuestra carne?
Pedro le dice a la Iglesia de Asia Menor, que ciñan sus lomos, ¿por qué lo hace? En ese tiempo, vestían unas túnicas largas, y desde esa su realidad, metafóricamente les decía que estuvieran preparados para salir corriendo en cualquier momento, que nada les estorbe. ¿Qué nos estorba hoy día para responder al llamado de Dios, e ir donde Él quiere que vayamos?
Hoy, el Señor quiere llamarnos a cuentas a cada uno de nosotros. ¿Cómo estamos viviendo? ¿qué estamos permitiendo que entre a nuestra mente?
El apóstol Pablo en su carta a los Filipenses dice: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad” Filipenses 4:8
El Espíritu Santo quiere santificarnos más, pero es necesario que nos vaciemos de todo lo que no es de Él. Somos llamados a ser santos; y todos los que le amamos conoceremos la gracia de Dios.
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