
Atacando la raíz: pecados del corazón – Amargura, ira y falta de perdón
Hoy, les compartimos un tema que quizá es uno de los pecados más graves o peligrosos que hay en la biblia y es la falta de perdón. Sobre la falta de perdón, la amargura y la ira existen infinidad de textos llenando la biblia.
Partiendo con Efesios 4:31-32 (Reina-Valera 1960) “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo” podemos ver que la falta de perdón se asocia como generadora de amargura, enojo, ira, malicia y muchas otras cosas en nuestras vidas, de forma tal, que todos aquellos llenos con estas características también vamos a estar llenos de falta de perdón.
La falta de perdón es considerada como uno de los pecados, ocultos y visibles, más graves, porque va directamente en contra de lo que el Señor es, de su carácter y de su mandamiento de amarnos los unos a los otros. Él está siempre lleno de amor, misericordia y perdón, así, cuando nosotros no perdonamos vamos en contra de Dios.
La falta de perdón también va en contra del evangelio de Cristo, ya que la esencia misma del evangelio es el perdón, pues Jesús vino para que a través de ÉL nosotros fuéramos perdonados. Confirmado a través de Mateo 26:28 Reina-Valera 1960: “porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” Cristo vino al mundo para ofrecer perdón y sacrificio por los pecados de la humanidad.
Cuando meditamos en lo anterior, podemos caer en algo muy grave: ¿Acaso somos nosotros mejores que Dios? Porque cuando no perdonamos, estamos diciendo que somos mejores que el Señor. Si la Biblia establece que cuando nosotros hacemos un pecado, oculto o visible, contra una persona, es realmente contra Dios que estamos pecando y si aun así Cristo vino para perdonarnos todo eso, entonces: ¿Quiénes somos nosotros para no perdonar?
Jesús nos habló mucho sobre el perdón en sus prédicas y parábolas, esto por tratarse de un tema fundamental, ya que afecta directamente nuestra relación con Dios. Cuando nosotros no perdonamos, nos es más difícil estar en la presencia del Señor; evidenciado en Mateo 6:14-15 (Nueva Traducción Viviente) donde dijo: “Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará a ti; pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no perdonará tus pecados”.
Entonces, una pregunta que nos surge es: ¿Los corazones no perdonadores son realmente aquellos que fueron regenerados y comprendieron la salvación y la gracia? Porque los que no perdonamos nunca comprendimos lo que Cristo hizo por nosotros y que, en verdad, fuimos perdonados por mucho más que aquellas ofensas que nosotros recibimos de los demás. Así tampoco, no entendimos la gracia y por ende la salvación; es decir no la recibimos, ni la bajamos al corazón, ni la empezamos a vivir y por lo tanto, no podemos ser salvos de algo que no entendemos.
Para ilustrar lo comentado en el párrafo anterior nos vamos al ejemplo de aquel servidor de la Iglesia que por muchos años recibió todos los días, de forma muy formal, amable y desde muy tempranas horas de la mañana, a todos aquellos que asistían a la Iglesia. Este colaborador evidentemente amaba al Señor por lo que hacía, pero tenía tanta falta de perdón en su corazón que nunca pudo perdonar las ofensas que recibió de sus hijos, sus hermanos y de tantas otras personas de su pasado. El triste fallecimiento y funeral de este servidor, en abandono y soledad, fue un reflejo de toda la ira, amargura y falta de perdón en su corazón y a pesar de que él amaba al Señor, faltó el gozo del entendimiento de la gracia y la salvación, a causa de la falta de perdón.
La falta de perdón nunca nos permitirá vivir la libertad del perdón que el Señor trajo a nuestras vidas.
Otro ejemplo lo evidenció el rey Luis XII de Francia, quien previo a su reinado dijo estas palabras que resumieron exactamente la forma en que el mundo ve el perdón: “no hay mejor fragancia que la del cuerpo muerto de mi enemigo”; porque para el mundo no hay piedad, solo venganza, y no hay nada mejor que ver al enemigo muerto.
Por eso, él hizo una lista con los nombres de todos sus adversarios y enemigos, tachándolos con “una cruz”. Luego, este mismo hombre conoció al Señor y su evangelio; en Lucas 23 entendió como Jesús fue con sus enemigos y es a partir de ahí que la vida de Luis XII fue transformada y dijo: “esta cruz ya no simboliza la muerte de mis enemigos sino más bien el perdón que yo tengo para ellos”. Gobernó por más de 20 años y fue conocido como el “padre del pueblo” porque fue justo y gobernó para los que necesitaban mucho.
Hemos mencionado hasta aquí como se ve la falta de perdón, pero ahora veamos la contraparte: “la virtud de perdonar”, la cual es “divina”, porque nosotros como hombres no la tenemos. Nuestra naturaleza caída de pecado nos hizo pensar que somos lo más importante y que solo tenemos venganza para aquellos que nos hicieron daño. Sin embargo, cuando conocimos al Señor, nuestras vidas fueron transformadas y nuestras naturalezas pasaron a ser la de Él en nosotros; grandes en misericordia, lentos para la ira y perdonando infinitamente.
Proverbios 19:11 Reina-Valera 1960: “La cordura del hombre detiene su furor, Y su honra es pasar por alto la ofensa” nos enseñó que mientras para el mundo el perdonar es una debilidad, para Dios es la honra más grande. Nuestro Señor consideró que es honroso que dejemos pasar la ofensa de la gente y que los perdonemos dejando atrás lo sucedido y así, en tan solo un instante muy pequeño de nuestras vidas, hicimos algo donde fuimos muy parecidos a Él. Cuando nosotros perdonamos, en medio de todos nuestros pecados y errores, hemos sido al menos un poquito como Dios, porque Él es perdonador.
Colosenses 3:13 Reina-Valera 1960: “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros” nuevamente nos invitó a perdonar a nuestros hermanos porque Cristo nos perdonó a nosotros. No “desfilemos”, con soberbia y con orgullo, nuestro enojo y amargura para que todos vean la condición en la que estamos y lo duro que somos. No hay gloria ni honra en esto, todo lo contrario, orgullo debe ser para nosotros el perdonar, para parecernos a Cristo.
El hecho de poder decirle al mundo que ya nuestra carne no nos domina como antes, que ya no somos rencorosos sino más bien dejamos pasar como el Señor deja pasar; porque la biblia nos dice que todo lo que nosotros hicimos hoy, el Señor lo tiró al fondo del mar y no se acordará más de ello.
Todos conocemos y admiramos la historia de José, donde sus hermanos mayores en lugar de protegerlo y amarlo, más bien lo tomaron y lo vendieron como esclavo, sin poder despedirse de su amado papá ni de su hermano menor y así, bajo esa condición de esclavitud pasó luego por un infierno y sinfín de situaciones malas. Con el paso del tiempo, el Faraón vio en José a un gran hombre y lo puso de segundo en Egipto, esto le permitió trabajar arduamente durante los siete años de “vacas gordas” y los siete años de “vacas flacas”, interpretados por el mismo José.
Durante el periodo de los siete años difíciles, José se encontró con sus hermanos revelándoles su identidad y poderío, lo cual generó mucha preocupación y tristeza en ellos, por todo lo que le habían hecho en el pasado. Sin embargo, José les dice: Génesis 45:5 Reina-Valera 1960: “ahora pues no se entristezcan ni os pese haberme vendido acá, porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”. Así José los perdonó y les pidió que no se pusieran tristes, porque entendió que todo lo que él vivió Dios lo hizo con un propósito de alimentación y preservación de su pueblo y que iba más allá de su propio dolor y sufrimiento.
Dios usó el pecado del hombre, de Adán y Eva que pecan contra Dios, para mostrarnos una cosa hermosa: su justicia y su amor a través de Jesucristo, quien vino a volvernos a poner en el lugar que Dios había soñado para nosotros.
En el capítulo 18 de Mateo, Jesucristo nos mostró la semejanza que debemos tener los creyentes con un niño y que por lo tanto debemos ser perdonados muchas veces, como a los niños. Es ahí, en Mateo 18:21 Nueva Traducción Viviente donde dice: “Luego Pedro se le acercó y preguntó: Señor, ¿Cuántas veces debo perdonar a alguien que peca contra mí? ¿Siete veces?” y creyendo Pedro que estaba siendo muy generoso mencionó esa cantidad.
Sin embargo, en el mismo Mateo 18:22 Nueva Traducción Viviente se dice “No siete veces; respondió Jesús, sino setenta veces siete” de manera que el Señor hizo una hipérbole de lo dicho por Pedro para ampliarnos el entendimiento que el perdón a los demás debe ser infinito, tal y como Él lo hace con nosotros.
Jesús no se quedó solo en palabras, tiempo después fue crucificado y Él perdonó a aquellos que lo estaban matando. Si en su condición de ensangrentado, su espalda molida a latigazos, humillado, insultado, teniendo sed y hambre, desnudo y más aún, siendo un hombre inocente, en Lucas 23:34 Nueva Traducción Viviente Jesús dijo: “Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen” y nos dejó claro entendimiento que si Cristo siendo perfecto perdonó; ¿Quiénes somos nosotros para no perdonar?
Asimismo, en Hechos 7 se tiene la historia de un hombre joven llamado Esteban, quien, siendo encarcelado y condenado a muerte por predicar y no negar su fe en Jesucristo, comenzó a predicarle a aquellos que lo iban a matar para que así ellos tuvieran la oportunidad de conocer la verdad. Cuando lo estaban castigando, Esteban vio al cielo abrirse, a la gloria de Dios y a Jesús a la diestra del Padre.
Hechos 7:59-60 Reina-Valera 1960: “Y apedreaban a Esteban, mientras él invocaba y decía: Señor Jesús recibe mi espíritu. Y puesto de rodillas, clamó a gran voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió.” Nos dio entendimiento que un hombre común y corriente como nosotros, pecador y con errores, puede ser como el Señor en el pelotón.
Dentro del grupo de hombres religiosos presentes durante la muerte de Esteban, estuvo un hombre llamado Saulo, quien luego pasó a ser el apóstol Pablo en la biblia. Así, en los últimos momentos de su vida, Esteban predicó a un hombre que cambió al mundo completamente, y si bien Saulo no conoció a Dios en ese momento, si Esteban sembró la semilla ya que logró que Saulo haya visto como se veía el perdón en lo físico.
Luego de esta experiencia, Saulo escribió en Timoteo 1:15 Reina-Valera 1960: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.”
Cada uno de nosotros conoce lo que hay en nuestro interior, los pecados que no se concretaron pero que se guardaron dentro de nuestro corazón, lo que pensamos muy adentro y nadie más lo sabe. Sin embargo, conociendo que somos lo peor, aun así, Dios nos perdonó. Entonces, si el Señor nos perdonó sabiendo todo lo que somos y lo que pensamos: ¿cómo no vamos a perdonar a nuestros hermanos?
Mateo 5:23-24 Reina-Valera 1960: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” indicó claramente que nada material que tengamos para ofrendar a Dios es más importante que reconciliarnos primero con nuestros hermanos. Debemos aprender a obedecer la palabra de Dios como dice la biblia y no como queremos interpretarla nosotros.
Con Dios no se negocia y el Señor nos mandó a perdonar, así que debemos tomar tiempo para pedir perdón y para perdonar a aquellas personas que nos han herido. Si lo hacemos o no lo hacemos es un asunto entre nosotros y Dios, pero aquellos que conocemos a Cristo no podemos tener falta de perdón, es incompatible porque Dios es un Dios de perdón y nuestro Señor Jesucristo es un Señor de misericordia y perdón.
Debemos perdonar no solo porque la biblia lo manda y aunque no lo sintamos, perdonemos porque es lo que Jesús hizo por nosotros y no hay límite para nuestro perdón.
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