En Cristo soy: Redimido y perdonado
Para aquellos que nacieron en los años 80 o antes, quizás se acordarán de un evento que marcó a muchos e inclusive a la policía de Costa Rica. Los hechos ocurrieron en el año 1996 cuando se dio el secuestro de una mujer suiza y otra alemana en Boca Tapada de San Carlos.
Un comando armado ingresó al hotel donde se encontraban ambas mujeres. Estos hombres empezaron a gritar en español a las personas que allí se encontraban dándoles ciertas indicaciones. La mujer suiza quien trabajaba en turismo empezó a traducirles del español al alemán a los huéspedes del lugar pues ellos no entendían el idioma de dichos individuos.
Los hombres amarraron de manos a varios huéspedes, tomaron un vehículo del hotel y se llevaron a la mujer suiza y a la alemana. Después de un poco más de un mes de negociación, las mujeres fueron rescatadas y liberadas. El hecho que captó la atención fue que unos días después se mostró en la prensa a la mujer alemana besando a uno de los secuestradores.
Aparentemente la mujer sufrió el síndrome de Estocolmo, donde lo que sucede es que la víctima genera afecto con el victimario, incluso puede llegar a pensar que la persona que le está haciendo daño la va a proteger.
Realizando un viaje a Alemania hace alrededor de cinco años, casualmente coincidí con una persona que me comentó que tenía una familiar que había sido secuestrada en Costa Rica, y sí, precisamente se trataba de la misma mujer alemana del secuestro del año 96. Esta persona me comentó que tuvieron que trabajar mucho con lo sucedido pues ella anhelaba regresar a Costa Rica o a Nicaragua ya que el secuestrador había sido un hombre de nacionalidad nicaragüense.
Esto que le pasó a esta mujer es lo que tristemente nos sucede muchas veces a nosotros con el pecado: Cristo nos hizo libres y pagó un rescate por nosotros, pero seguimos anhelando y creyendo que el lugar de seguridad y donde más nos gustaba estar es el de pecado. En lo natural se nos hace muy sencillo ver lo que es incorrecto, pero en el plano espiritual muchas veces seguimos estando atados a nuestro pasado.
Colosenses 1:2-22 nos dice lo siguiente:
2 con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; 13 el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, 14 en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados.
15 Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. 16 porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él. 17 Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas en él subsisten; 18 y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia, él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia; 19 por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud, 20 y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.
21 Y a vosotros también, que erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente, haciendo malas obras, ahora os ha reconciliado 22 en su cuerpo de carne, por medio de la muerte, para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él”
El mensaje que Pablo dio a la iglesia de Colosenses aplica para nosotros el día de hoy. En un pasado no pertenecíamos al reino de Dios, teníamos una factura pendiente muy grande que pagar la cual tenía a cobro el enemigo, pero Jesús la pagó.
Muchos hemos solicitado un préstamo hipotecario para nuestra vivienda. Imaginemos por un momento que en algún momento lleguemos al banco y nos digan que ya no debemos nada pues alguien más ya pagó dicha deuda.
Nosotros teníamos una cuenta muy grande que nadie podía cancelar. La paga del pecado es la muerte dice la palabra de Dios; pero también dice que Jesús pagó dicha deuda derramando su sangre en la cruz del calvario por usted y por mí.
En los tiempos del imperio romano existían mercados de esclavos. Estas personas eran hijos eran hijos de otros esclavos y no había manera en la cual ellos pudiesen dejar de elegir el tener dicho estatus social.
Había 4 maneras de dejar ser esclavos:
La primera al morir. En este caso era necesario hacer un edicto para que cuando enterraran a la persona lo pudieran hacer como alguien libre; pero quiere decir que fallecía habiendo sido esclavo en vida.
La segunda manera era si el amo moría y decidía dejar libre a los esclavos en su testamento como un acto de generosidad.
La otra manera era que el esclavo comprara su libertad con el poco dinero que recibía.
Y la última manera era ir ante un magistrado y pelear la libertad ante su amo, y el magistrado decidía si el esclavo podía ser libre o no.
Un día nosotros fuimos esclavos del pecado, estábamos en el mercado donde estuvieron estos hombres y mujeres; donde el vendedor ofrecía a la persona con base a sus capacidades, edad, características; e inclusive entregaba al esclavo con cierta garantía indicando que si en tres meses se enfermaba lo podía cambiar por otro o hacía un reintegro del dinero. Era realmente una situación muy dura y humillante para estas personas. No eran libres, le pertenecían a alguien más que podía hacer con ellos lo que quisiera.
Así era como vivían estos hombres y así es como vive todo aquel que camina sin Cristo; sigue dependiendo de su amo: el pecado.
Un día nosotros estábamos sentados en esa silla del mercado, viviendo como esclavos del pecado, cuando de repente apareció un hombre llamado Jesús, levantó la mano entre todos los compradores que allí se encontraba y dijo “yo pago el precio más alto por esa vida”.
El problema que tenían esos esclavos era que cuando eran liberados no sabían como vivir en esta nueva condición: siendo libres. Estaban demasiado acostumbrados a depender de su amo y a recibir órdenes.
Lamentablemente, muchos cristianos no saben vivir en libertad a pesar de haber sido redimidos y perdonados a través del sacrificio de Cristo. Hay personas que su orgullo es más importante que caminar en libertad; se les hace difícil buscar ayuda e ir donde algún hermano fuerte en la fe, para confesarle que están en una lucha, que tienen un pecado del que necesitan salir. Para estas personas es más importante el que dirán que el caminar en la libertad que Dios le ha dado.
Hay muchos cristianos atados a su pasado, Dios tiene un propósito de paz y bien, Dios hace personas libres. La palabra de Dios dice en Juan 8:36 “Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”
Si Dios nos liberta del pecado, esa actitud, ese viejo hombre queda en el pasado; pues quien vive en nosotros es Cristo, no nosotros. Dice Gálatas 2:20 “Mi antiguo yo ha sido crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Así que vivo en este cuerpo terrenal confiando en el Hijo de Dios, quien me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
¿Creemos la verdad de la palabra de Dios como una verdad absoluta o seguimos creyendo en lo que dice el mundo y “nuestro antiguo yo”?
Debemos decidir si queremos seguir sentados en el mercado de esclavos o en el entendimiento de Aquel quien nos compró y dio su vida a cambio de nuestra libertad.
¿Dónde estamos hoy? ¿Estamos como esa persona que fue liberada y vive con una mayor dignidad o aún estamos viviendo atados a nuestro pasado?
No debemos permitirle al enemigo que nos tenga viviendo de cosas que ya pasaron, él es el padre de mentira. Satanás es bueno en echarnos en cara todo nuestro pasado, pero Cristo es bueno en recordarnos quienes somos hoy en Él.
Cuando el Señor nos llame a su presencia veremos las calles del cielo llenas de excautivos que ahora son verdaderamente libres. No importa de donde vengamos, nuestro pasado, lo que hayamos hecho, lo que diga el mundo, si creemos que no somos capaces, si se nos hace muy difícil, si hemos hecho muchos intentos; no importa. Porque quien se ha encontrado con Cristo encuentra libertad.
Tenemos que tomar una decisión: creerle a Dios o creerle a nuestra alma.
Todos necesitamos redención, pues dice Romanos 3:23 “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.
No hay ninguna obra que nosotros podamos hacer para reconciliarnos con Dios. La obra ya fue hecha en la cruz del calvario, y fue hecha por Jesucristo. El hizo el trabajo difícil, Él hizo lo imposible, fue el Señor quien trajo la reconciliación entre nosotros y el Padre.
La próxima vez que Satanás nos venga a mostrarnos el recibo de cobro, debemos acudir a la Palabra; señalarle la cruz y decirle: “allí está el pago de mis pecados y la compra de mi libertad; en el sacrificio de mi Señor Jesucristo por mí”
Cuando somos redimidos, logramos entender que tenemos vida eterna y que hay control de Dios sobre cada situación de nuestra vida. Él nunca nos deja solos ni desamparados. Nuestro propósito no se limita a 70 ú 80 años; como hijos de Dios tenemos un propósito eterno.
Además, obtenemos perdón de nuestros pecados; ahora somos aceptados por Dios por medio del sacrificio de Cristo. Somos justificados, obtenemos libertad de la maldición de la ley, somos adoptados dentro de la familia de Dios, somos libertados de la esclavitud del pecado y tenemos paz con Dios.
Debemos aprender a caminar como hijos de Dios y entender cuál es nuestra nueva condición y posición en Cristo.
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