Atacando la raíz: pecados del corazón - Envidia, Avaricia y Codicia
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Atacando la raíz: pecados del corazón – Envidia, Avaricia y Codicia

Hay algunos pecados que son muy visibles, todos podemos notarlos y saber que algo está mal, por ejemplo alguien bajo los efectos del alcohol o que consume drogas. Posiblemente nos vamos a dar cuenta que esas personas están en pecado porque los vemos haciendo algo incorrecto. Pero, hay otros pecados que ni nuestra pareja, papá, vecino ni nadie puede identificar porque están escondidos y guardados. ¡Abramos nuestro corazón para que el Señor pueda entrar ahí!

¿Qué dirían nuestros familiares y amigos más cercanos acerca nuestro? Por lo general, solo cuentan cosas buenas. Si alguien con quien no tenemos una buena relación hablara sobre nosotros, ¿qué diría? A nadie le gusta contar lo que está oculto en el corazón. Todos siempre tratamos de dar nuestra mejor imagen.

En el matrimonio, muchas veces no queremos dar una mala impresión. Quienes están casados saben que, por lo general, los hombres se preparan en quince minutos, mientras que las mujeres pueden tardar hasta tres horas. Ellas desean verse bien y se esmeran en lucir lo mejor posible. De igual forma, todos intentamos mostrar lo mejor siempre. 

Si tenemos una casa bonita es muy probable que invitemos a todo el mundo sin ningún problema. De ser así, nos preocupamos porque todo esté ordenado y limpio, incluyendo al perro, porque no queremos dar una mala impresión. Si nuestra casa no luce tan bien, posiblemente no llevemos a nadie. Así somos, queremos enseñar lo bueno. 

Todos, aunque tengamos la primera casa, contamos con una bodega que no dejamos que nadie vea. A veces tenemos un cuarto donde ninguna persona se puede meter, hasta a nosotros mismos nos da pereza. Normalmente, todo está desordenado o medio acomodado, pero no se ve bien. Muchos de nuestros corazones se ven así. Por fuera podemos parecer buenas personas, pero interiormente hay cuestiones ocultas y desorganizadas a las que no vamos a dejar que otros entren.

Entendamos que Dios sí quiere acceder a ese cuarto de pecados privados que nadie conoce y ve. Podemos tener apariencia de bondad, pero no ser buenos. Hay algo en nuestro corazón que Él necesita trabajar. Permitamos que entre donde nadie más ha estado, ahí es donde Él quiere obrar. 

Estos son parte de los versículos que analizaremos en este mensaje:

“Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.” (Marcos 7:21-23 Reina-Valera 1960). 

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia.” (Colosenses 3:5-6 Reina-Valera 1960). 

“Y manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios.” (Gálatas 5:19-21 Reina-Valera 1960).

Cuando leemos el versículo de Marcos, notamos que todo eso está dentro del corazón humano. ¡Veamos qué contaminado está, todo lo que sale y cómo debemos tener cuidado! Es en esa habitación donde Dios quiere meterse, limpiar y sacar todo. Pero, ocupamos abrir la puerta para que Él haga su obra. A nadie le gusta que entren ahí porque hay cosas que no queremos que vean.

Por lo general, cuando una casa se fumiga se recomienda prestar especial atención a la bodega, porque ahí es donde se esconden la mayor cantidad de insectos. Como nadie pasa por ahí, hacen nido. Así que, tengamos precaución con lo que estamos albergando donde nadie entra. 

La envidia, la avaricia y la codicia son hermanas que no deberíamos tener en nuestra vida. Hoy las redes sociales, el mercadeo y todo, nos empujan a creer que ocupamos algo que no necesitamos: una realidad virtual y diferente que quiere ser la verdadera. Debemos protegernos de eso. 

Parte del rol de quienes trabajan en mercadeo es hacerle entender a las personas que ocupan un producto, aunque no lo necesiten. Deben crear esa necesidad de comprar y las redes sociales nos venden eso. Tal vez los jóvenes están más influenciados, pero los adultos no se salvan. Nos influyen respecto a la casa, el carro y dónde ir a pasear. Nos enseñan una realidad distorsionada. Vivimos más pendientes de cómo nos vemos en las redes sociales que a través de la Palabra de Dios. 

Hay videos que muestran la realidad en redes sociales vs. la realidad de las personas. Por ejemplo, alguien que se tomó una foto con su casco de ciclismo, dice que hizo su rutina de 40 kilómetros en bicicleta y luego se montó al carro. Solo se la tomó sin haberlo hecho realmente. O un hombre que se encuentra en una cena romántica con su esposa, tomó la foto y justo después discutió con ella.

Estamos en una sociedad que busca más likes que la voluntad de Dios en nuestras vidas y lo que dice la Biblia acerca de nosotros. La Palabra dice: No codiciarás la casa de tu prójimo, no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su siervo, ni su criada, ni su buey, ni su asno, ni cosa alguna de tu prójimo.” (Éxodo 20:17 Reina-Valera 1960).   

Si este versículo se hubiera escrito en 2025 diría “no codiciarás el carro, el viaje… del otro”. En ese tiempo no había Facebook, Instagram, TikTok ni ninguna de esas redes sociales, y ya el Señor nos estaba hablando de lo importante de no codiciar lo que tiene el otro.

Hoy codiciamos y cuestionamos: “¿por qué aquel visitó tal lugar y yo no?” Eso nos ciega de vivir la bendición del Señor. El dinero no soluciona nuestro vacío, los problemas ni la falta de felicidad. Es un placebo que el mundo pone para engañarnos respecto a la felicidad y el anhelo real de buscar a Dios. 

La avaricia es “un afán desordenado de poseer y adquirir más de lo que se necesita. Más y más y nunca se sacia”. Es la falta de voluntad y el deseo de dar gracias a Dios por lo que Él nos ha provisto. El querer acumular bienes en la tierra y no acumular bendiciones en los cielos.

La codicia es querer lo que alguien más tiene, y la envidia podría verse como enojo cuando otras personas poseen algo que quisiéramos tener. Todos en algún momento hemos luchado con esto. La sociedad nos influye cada vez más a experimentar ambas. 

La fábula de Rico McPato enseñaba muy bien los conceptos de avaricia, codicia y envidia. Siempre quería acumular más, mostrar lo que tenía y contar las monedas que le faltaban. Si los sobrinos se echaban una a la bolsa, él lo sabía. Quería tener más y nunca se saciaba. Eso nos dice la sociedad. 

Compramos un carro en una agencia y nos llaman el año siguiente para que cambiemos el modelo. El iPhone nuevo sale y vemos a las personas haciendo fila afuera de Apple para comprarlo. Hay jóvenes que tienen versiones anteriores de ese celular y le reclaman a sus padres. 

La sociedad marca nuestro valor con base en lo que poseemos y le podemos demostrar a los demás. Actualmente, eso se ha impregnado en la iglesia y debemos tener cuidado. Podríamos decir que no nos comparamos con personas del mundo, pero en nuestro corazón lo hacemos con las personas que se reúnen con nosotros en la iglesia. 

La envidia, la avaricia y la codicia a veces entran con nosotros cuando pasamos la puerta de la iglesia. La Biblia nos llama a ser precavidos. Podemos decir que no tenemos problema con estos pecados, ser “dadivosos”, venir a la iglesia todos los domingos, y a la vez ser codiciosos y avaros. Personas a las que no les gusta compartir con los demás o con los que están en necesidad.

Hay quienes saben que alguien está en necesidad y preguntan: “¿por qué la iglesia no les ayuda?”, cuando ellos mismos podrían hacerlo. La iglesia puede ayudar, pero no tenemos que esperar que lo haga si también podemos bendecir a los demás. A veces no entendemos que todos los recursos que tenemos sean muchos o pocos, son del Señor, para honrar y glorificar su obra y nombre.

Cuando no comprendemos eso, empezamos a acumular para nosotros mismos. Si no podemos poner al servicio de Dios lo que nos ha dado como mayordomos, ¿para qué queremos más? Deberíamos desear más para bendecir el reino del Señor. Hay personas que han sido avaras y les duele darle a Dios. No les importa pagar una entrada, pero sí el dar una ofrenda y honrarlo a Él con sus bienes.

Podemos ser buenos ciudadanos a los ojos del mundo, pero puede haber cosas ocultas en nuestro corazón donde necesitamos que Dios nos moldee. Nunca nos comparemos con lo que el mundo dice. Hay quienes dicen ser buenos, que no le hacen daño a nadie, pero eso es criterio del mundo.

Cuando tomamos la Palabra y comparamos lo que hay en nuestro corazón, el Señor no nos compara por imagen sino por lo que hay en el interior. Ese es su escáner. Si pasamos pensando en que necesitamos esto o lo otro, dejamos de vivir en el contentamiento y en estar satisfechos en Dios.

Empezamos a sentirnos bendecidos el día que nos dan el trabajo, el carro, la casa o el viaje que anhelábamos. Ahí sí nos sentimos gozosos. Le ponemos precio al gozo de nuestra salvación cuando debería estar en Cristo, quien murió y resucitó por cada uno de nosotros. Por esa razón la Biblia dice: Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33 Reina-Valera 1960). 

La Palabra menciona “todas estas cosas”, pero en nuestro corazón buscamos primero la añadidura antes que a Dios. Por esto, posiblemente le hemos preguntado: ¿por qué no puedo tener esto y aquel pecador sí? Porque el Señor necesita enseñarnos a procurar primeramente su reino y justicia. A veces, en la necesidad es cuando logramos entender que dependemos completamente de Él.

En ocasiones, cuando hay abundancia nos cuesta comprender que Dios es el que provee y no nosotros mismos. Si hemos pasado mucho tiempo sin trabajo, podemos llegar a reclamarle al Señor, sobre todo si le hemos servido y dedicado tiempo a la iglesia. Vemos que otros sí tienen trabajo y ni se han sacrificado. Hay cosas que no estamos listos para recibir y que Dios necesita trabajar en nosotros, como el orgullo, para entender que nuestra provisión viene de Él y no de un trabajo.

Dios “no nos paga los 14 y los 28 de cada mes”. Nuestro trabajo no es nuestro proveedor sino el Señor. Esa es una manera que Él puede utilizar para poner alimento y abrigo en nuestra mesa. Debemos ser cuidadosos con estar afanados por hacer dinero porque nos puede desenfocar de Su provisión.

Hay cristianos que están esperando que llegue diciembre para ver si ganan algo en la lotería. Hacen un análisis de qué número va a salir que si usaran eso para otras cosas tendrían un buen negocio. Dependamos de Dios para ser bendecidos y no de factores externos. Nuestra bendición viene del Señor. Nos afanamos tanto que perdemos la perspectiva de lo que Él quiere hacer en nuestra vida. 

La Biblia dice: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente, y desiste.” (Proverbios 23:4 Reina-Valera 1960). Esto no quiere decir que no tenemos que trabajar ni hacer nada y esperar que Dios nos provea.

También menciona: 6 Ve a la hormiga, oh perezoso, mira sus caminos, y sé sabio; 7  la cual no teniendo capitán, ni gobernador, ni señor, 8 prepara en el verano su comida, y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento. 9  Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? 10  Un poco de sueño, un poco de dormitar, y cruzar por un poco las manos para reposo; 11  así vendrá tu necesidad como caminante, y tu pobreza como hombre armado.” (Proverbios 6:6-11 Reina-Valera 1960).

Los hombres de Dios en la Biblia estaban ocupados trabajando; ninguno era perezoso. Dios no llama a los ociosos. Como hijos del Rey, debemos ser ejemplo y los mejores en nuestro trabajo, representando el Reino donde estemos.

Los Proverbios nos enseñan que no toda pobreza y necesidad provienen de Dios, ni tampoco es culpa del diablo. Muchas veces es por nuestro mal manejo de las finanzas. A veces pedimos oración porque “el enemigo nos tiene capturadas las finanzas” y creemos estar en pobreza por eso. No se trata de defender a Satanás porque ya está condenado, pero en ocasiones él no tiene que ver en la situación.

No saber administrar lo que poseemos puede significar que tenemos ganas de obtener lo que no debemos. ¡Pidamos sabiduría al Señor! Hay personas cuyo peor enemigo es la tarjeta de crédito porque la usan para comprar todo, pensando que les traerá felicidad. Debemos ser sabios al comprar. No ocupamos lo que dicen las redes sociales. Necesitamos lo que Dios desea para nosotros. 

Desde el principio, el ser humano ha tenido codicia, avaricia y envidia. Cuando Eva comió del fruto prohibido no lo hizo por hambre, sino porque quería lo que alguien más tenía. El enemigo le dijo que iba a abrir sus ojos y obtener lo que no tenía en ese momento (Génesis 3 Reina-Valera 1960). A Eva se le olvidó que ya tenía todo: una relación con Dios. Ella olvidó eso y lo perdió todo. 

Por estar codiciando lo que no necesitamos, perdemos la perspectiva. Ya tenemos todo: a Jesús como Señor y Salvador, todo lo demás es añadidura. Nuestro gozo no puede estar en cuánto tenemos en la cuenta del banco. No todo lo que parece ser bueno viene del Señor. Hay personas que dicen que Él les abrió una puerta y no han orado ni cinco minutos.

En la historia de Lot, él escogió la llanura del Jordán. La Biblia dice: Y alzó Lot sus ojos, y vio toda la llanura del Jordán, que toda ella era de riego, como el huerto de Jehová, como la tierra de Egipto en la dirección de Zoar, antes que destruyese Jehová a Sodoma y a Gomorra.” (Génesis 13:10 Reina-Valera 1960).

Parecía ser una puerta de Dios, pero no lo era. Lot escogió el lugar según su vista y eso lo llevó cerca de Sodoma y Gomorra, donde su familia se destruyó. No todo lo que parece bendición es del Señor. 

Se asemejaba, pero no era el huerto de Jehová. No todo lo que creemos merecer lo necesitamos. Realmente no merecemos nada y lo que tenemos es por gracia de Dios, quien en su infinita misericordia nos dio a Jesús para que muriera por nosotros y resucitara. No ocupamos más que eso.

Pablo dijo: Porque Demas me ha desamparado, amando este mundo, y se ha ido a Tesalónica.” (2 Timoteo 4:10 Reina-Valera 1960). La Biblia no dice por qué este hombre se fue, pero sí que estuvo sirviendo con Pablo y decidió irse al mundo. Ir todos los domingos a la iglesia no significa que el mundo no nos va a tentar o que no somos presa fácil para que el enemigo nos desvíe. Así que, tenemos que estar atentos en todo momento.

La envidia, la avaricia y la codicia siempre van a tocar la puerta de nuestro corazón. En algunos casos, ya están habitando la bodega. ¿Por qué no le permitimos al Señor que llegue, les ponemos la orden de desahucio y las sacamos ya de nuestras vidas? Posiblemente, la lucha con estos pecados es más difícil que con los visibles porque están ocultos. Son como esas enfermedades silenciosas que no dan ningún síntoma, pero que cuando aparecen ya el doctor dice que es muy tarde.

No dejemos que sea muy tarde para el diagnóstico. Vayamos al Señor para que entre en nuestro corazón y vea qué tenemos que sacar. Cuando luchamos con estos pecados es porque tenemos un problema de identidad sobre quiénes somos en Dios. Cuando Jesús nos hace parte del reino de los cielos no solamente quita nuestro pasado pecaminoso, sino que nos da su identidad. No sabemos quiénes somos en Cristo cuando empezamos a vivir la identidad del mundo.

No ocupamos tener el control de todo, sino dárselo al Señor. Jesús tomó nuestro lugar, es nuestro proveedor y tiene control de todo. Eso nos ayuda a renunciar a nuestra envidia, celos y codicia. Los hermanos de José tuvieron celos y envidia de él y casi lo matan. Saúl tuvo celos del respaldo de Dios sobre David. Pablo les habló a los romanos y a los filipenses sobre no compararse con nadie y servir a los demás (Romanos 12 y Filipenses 2 Reina-Valera 1960). 

Cuando decidimos sacar estos pecados de nuestra vida empezamos a dejar de ser personas que esperan recibir. Nos convertimos en quienes comienzan a dar y servir sin importar el anhelo de nuestro corazón. Si alguien dice que no envidia a nadie, la Biblia muestra que Felipe reprendió a Simón el mago por codiciar los dones espirituales (Hechos 8 Reina-Valera 1960). También existen los celos ministeriales. “¿Por qué aquel sirve en tal cosa y yo no?” 

Cuando no entendemos a quién servimos, ponemos nuestra mirada en la posición y no en Dios. Si olvidamos que no merecemos nada y que fue por su misericordia que Él nos llamó a servir, caeremos en comparaciones. Pero si reconocemos que, siendo los menos aptos, Él nos escogió por gracia, entonces serviremos donde sea, como sea, y con la convicción de que estamos predicando y expandiendo el Reino de los cielos.

No necesitamos predicar el domingo, sino a tiempo y destiempo, en todo lugar. No es un tema de posición sino de llamado, de predicar a Cristo a todos. Tenemos roles diferentes porque todos le servimos al mismo Señor y no tenemos que ganar el favor porque ya Jesús nos dio todo.

Reconocer estos pecados en nosotros no es fácil, pero tenemos que procurar la santidad, el fruto de amor y generosidad en nuestras vidas. Es necesario que aprendamos a administrar nuestros bienes con el corazón correcto, con la seguridad de que Dios es el que provee y el que tiene control. Tenemos que cerrar nuestros ojos al mundo y abrirlos al reino de los cielos. 

Puede ser que estemos pasando por un momento difícil, pero hay un Dios de milagros, proveedor, y personas con testimonios increíbles sobre cómo el Señor tuvo y tiene cuidado de ellos.

Cuando buscamos primero el Reino de Dios y su justicia, y mantenemos nuestra mirada en Cristo, Él se encarga de nuestras necesidades. Pidamos al Señor que entre en las áreas más profundas de nuestro corazón, donde nadie más ha llegado. Esto no depende de la edad ni de la situación económica; tanto a los 13 como a los 80 años podemos estar deseando, codiciando o envidiando lo que no tenemos. Que esos deseos no nos impidan agradecerle por el mayor regalo: la salvación.

Oración:

¡Gracias Señor! Venimos delante de ti entregando nuestro corazón, voluntad y eso que está ahí que los demás no pueden ver. Te damos permiso de entrar y sacar toda la basura y suciedad que hay en nuestro corazón. Si hay envidia, avaricia o codicia, sácalas para que puedas trabajar en eso y no perdamos el enfoque de esa cruz donde Jesús pagó el precio por nosotros. Que tengamos todo lo demás como inmundicia y que solo corramos a buscarte a ti. 

Que sepamos que tú eres nuestro proveedor, refugio y la respuesta a lo que necesitamos. Aunque hoy no sea la mejor etapa de nuestra vida y estemos pasando necesidad, que nos podamos encontrar contigo en medio de esa dificultad. ¿Para qué vivir 80 años como ricos si vamos a vivir una eternidad sin ti?

Que podamos hacer tesoros en los cielos y no en la Tierra. Que nuestro mayor galardón sea llegar ante ti y que tú nos puedas decir: buen siervo fiel. Que no busquemos el conocimiento humano. Te damos gracias, Señor, en el nombre de Cristo Jesús, amén.

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