Camino al Calvario - La cruz y la justicia de Dios
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Camino al Calvario – La cruz y la justicia de Dios

La prédica de hoy se centra en la idea de que, en la cruz de Jesús, Dios nos manifestó tanto su justicia, pues derogó el pecado, como su amor y misericordia, ya que nos ofreció salvación a través de la fe en Cristo.

Pablo, a través Gálatas 2:20 Reina-Valera (RVR1960) “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí”, nos personalizó su concepto de lo que entendió es la salvación a través del Señor. 

La salvación no nos llegó producto de una oración necesariamente; la obtuvimos de una obra del Espíritu Santo donde ya no vivimos nosotros, más bien nosotros morimos y nacimos de nuevo, por gracia de Dios y a través de Jesús. 

En este proceso nos entregamos al completo señorío de Cristo, pasando a ser sus esclavos y servidores en absoluta obediencia a su palabra de manera tal que: o Jesús pasó a ser nuestro Señor y Salvador, o no fue ninguna de las dos. De esta forma, del versículo anterior entendemos que la verdadera salvación se evidenció en el poder y autoridad que Cristo tuvo sobre nosotros.

De manera paralela, Pablo nos presentó a un Dios que además de estar lleno de justicia, también está lleno de amor y aunque empatar ambas facetas es muy difícil para nosotros los humanos que gustamos de marcar límites; para la naturaleza de nuestro Señor Jesús es completamente posible, porque Él es 100% amor y también 100% justicia.

La cruz de Jesús no nos reveló únicamente la justicia de Dios, sino que nos presentó el amor de Cristo. Así, podemos expresar que ella fue la manifestación tanto de la justicia como del amor completo de un Dios santo. 

La cruz es un tema muy amplio que, por lo general, cuando hablamos lo hacemos desde el punto de vista del sufrimiento humano que vivió Jesús, ya que como recordamos, nuestro Señor fue 100% hombre y 100% Dios.  Sin embargo, también existió una perspectiva o intencionalidad divina para la cruz, sobre la cual profundizaremos más en esta enseñanza.

Iniciamos entonces con el análisis de la perspectiva humana de la cruz mediante el siguiente texto en Mateo 27:35-44 Reina-Valera (RVR1960): 

“Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes, para que se cumpliese lo dicho por el profeta: Partieron entre sí mis vestidos, y sobre mi ropa echaron suertes. Y sentados le guardaban allí. Y pusieron sobre su cabeza su causa escrita: ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS. Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere, porque ha dicho: Soy hijo de Dios. Lo mismo le injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él.” 

Esto nos demostró toda la perspectiva humana de Jesús; quien vivió una muerte extremadamente dolorosa a través de un largo, exanguinante, asfixiante y brutal proceso de crucifixión (adoptado de los persas por los romanos para castigar a sus enemigos con el peor sufrimiento por el mayor tiempo posible).

Además, soportó toda la vergüenza de ser considerado entre ladrones, de todas las palabras humillantes y de condenación de propios y extraños y que se viera públicamente el puño de acero del imperio de Roma. 

Durante su castigo, el Señor sufrió el flagelo de unos látigos con puntas de acero y picos de hueso; que molieron la carne, desgarraron los músculos y convirtieron toda su espalda en una llaga abierta. Posteriormente los soldados, le pusieron un vendaje y lo golpearon repetidamente burlándose de él. Fue escupido, insultado, burlado y cargó en su espalda lacerada con una cruz de entre 80 y 120 kilogramos de peso y por cerca de 800 metros de distancia.

Adicionalmente, le pusieron una corona de espinos que le cubrió el cráneo entero, de forma tal que los espinos le perforaron su rostro, sus ojos y su cabeza. Le clavaron con clavos de 16 centímetros de largo los cuales, se convirtieron como en dagas interiores en cada intento de Jesús por levantarse para poder respirar. 

Lo exhibieron desnudo y hasta se burlaron de su identidad como Rey de los Judíos e inclusive de su condición salvífica, es decir de su salvación y de su intención para con nosotros de darnos su mejor regalo.

Sufrió la burla de todos los suyos, de los religiosos de la época que le dieron la espalda burlándose de su condición y su identidad. Y al igual que como muchos de nosotros hoy en día, el Señor fue burlado por su fe y abandonado por todos sus amigos, inclusive los más íntimos y hasta por los malvados. 

Así, desde una perspectiva humana, nuestro Señor Jesús lo padeció todo.

Retomando a Mateo 27:45-49 Reina-Valera (RVR1960) que nos dice: Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora novena. Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Algunos de los que estaban allí decían, al oírlo: A Elías llama éste. Y al instante, corriendo uno de ellos, tomó una esponja, y la empapó de vinagre, y poniéndola en una caña, le dio a beber. Pero los otros decían: Deja, veamos si viene Elías a librarle. Más Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu.” Podemos ver que fuera de todo el dolor y el sufrimiento físico que padeció el Señor, su condición de abandono por parte de todos fue probablemente lo que más partió su corazón. 

Desde el principio, Jesús siempre estuvo unido en una perfecta unidad de amor relacional: Padre, Hijo y Espíritu Santo y este fue, el único momento de la historia donde todo el castigo del Dios justo cayó sobre el Hijo; y por primera vez, Él se sintió apartado del Padre y empezó a clamar Durante tres horas pasó sufriendo, porque nunca había experimentado el rompimiento de esa perfecta relación de amor entre ellos. Él se encontró solo en esos momentos donde el pecado del mundo cayó sobre sus hombros y entonces empezó a clamar al Padre.

Entramos ahora al análisis de la perspectiva divina de la cruz. 

Mateo como judío que escribió para judíos, entendió que era necesario presentar a Jesús como el Mesías que la profecía anunciaba y así mostrarlo como el Rey esperado.  De esta forma, con cada uno de los detalles descritos por Mateo tenía la intencionalidad de abrirles los ojos para que vieran que en el Señor se cumplían las profecías. Esto lo verificamos en diversos versículos que tienen cumplimiento de profecías con lo que ocurrió en la cruz. 

Tenemos así en el libro de los Salmos los siguientes: 

Salmo 22:18 Nueva Traducción Viviente (NTV) “Se reparten mi vestimenta entre ellos, y tiran los dados por mi ropa”

Salmo 22:8 Nueva Traducción Viviente (NTV) “¿Este es el que confía en el Señor?, Entonces ¡que el Señor lo salve! Si el Señor lo ama tanto, ¡que el Señor lo rescate!” 

Salmo 22:1 Reina-Valera (RVR1960): “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¿Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? 

Y el Salmo 69:21 Reina-Valera (RVR1960): “Me pusieron además hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber vinagre” 

En el libro de Isaías se nos dieron los siguientes: Isaías 53:3-5 Reina-Valera (RVR1960) “Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y cómo que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Más él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” 

También, lo podemos ver en Isaías 53:9 Reina-Valera (RVR1960) “Y se dispuso con los impíos su sepultura, más con los ricos fue su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.” ya que Jesús fue muerto entre malhechores y sepultado entre ricos en la tumba nueva donada por José de Arimatea».

Continuó Mateo estableciendo divinidad a lo ocurrido en la cruz y vemos que en Mateo 27:51-54 Reina-Valera (RVR1960) dijo: “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron; y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la santa ciudad, y aparecieron a muchos. El centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y las cosas que habían sido hechas, temieron de gran manera, y dijeron: Verdaderamente éste era Hijo de Dios.”  

De tal manera que lo dicho por el centurión, acostumbrado a lidiar con situaciones de muerte, daba veracidad de la divinidad de todo lo ocurrido y abrió su corazón al evangelio y entendió y creyó que eso no era normal. Aún hoy en día, la perspectiva divina en estos hechos del pasado es evidente.  La grieta que mantiene al Monte de los Olivos partido se puede apreciar físicamente. Asimismo, al contemplar la magnitud del tamaño del velo del templo (10 metros de largo, 20 metros de alto y 10 centímetros de espesor) se evidencia el poder de la mano de Dios que lo partió en dos, de arriba abajo.

En tiempos pasados, existió una restricción para todos los gentiles, como nosotros, de ingreso al lugar santísimo en el templo, impidiendo así nuestra relación directa con Dios. Todo gentil que lo hiciera era castigado con pena de muerte. El velo del templo cumplió con la tarea de limitarnos físicamente dicho ingreso y de ahí la gran importancia del amor de Dios que rompió esa restricción con la muerte de nuestro Señor.

Jesús terminó sus días con la frase “hecho está”, recordándonos el propósito divino de la cruz. Delante de Dios no puede existir pecado pues Él es Santo, Justo y nos ama; pero su amor lo llevó a demandar justicia y por lo tanto no permitió la presencia de pecado delante suyo sin antes haber sido expuesto y pagado. 

Con base en lo anterior, para reconciliarnos con Dios, cada pecado que cometimos en el pasado debía pagarse con el alto precio de la cruz y la sangre. Sin embargo, fue entonces cuando Jesús se reveló a nuestras vidas y, siendo completamente inocente, tomó nuestro lugar en la cruz para que nosotros fuéramos libres. Así, consiente de nuestra condición, justificó ante Dios nuestra posición, nos sustituyó en la cruz y recibió nuestro castigo (doctrina de sustitución y expiación). 

De esta forma, Jesús nos justificó por lo que Él hizo y no por lo que nosotros hicimos, así vino el único justo quien pagó por lo que hizo el injusto, es decir, el sacrificio perfecto que Dios ofrece por gracia para el que se dispone, cree y necesita ser sanado y perdonado para volver al diseño original del Señor.

Aquellos que no conocen al Señor, siempre terminan con esta pregunta: ¿Qué padre que ame, da a su hijo por un pecador? Y la respuesta es: Dios es un Dios de amor y lo expresa de muchas maneras:

  • El último momento de libertad que el Señor tuvo lo separó para cenar y estar con sus amigos y discípulos. 
  • A través del velo, vino a cambiar su concepto de amor invitándonos a estar cerca de él para vida eterna. 
  • Cuando vemos a Jesús crucificado con los brazos abiertos, recibimos una invitación para acercarnos y recordarnos que de tal manera amó Dios al mundo que dio a su hijo para que todo aquel que en el crea no se pierda. También Jesucristo dijo: yo rindo mi vida por aquellos que amo.  

A través de Juan 10:7-18 Reina-Valera (RVR1960) se nos dijo: “Volvió, pues, Jesús a decirles: De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que antes de mi vinieron, ladrones son y salteadores; pero no los oyeron las ovejas. Yo soy la puerta; el que por mi entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos. El ladrón no viene sino para hurtar y matar y destruir; yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. Mas el asalariado, y que no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, ve venir al lobo y deja las ovejas y huye, y el lobo arrebata las ovejas y las dispersa. Así que el asalariado huye, porque es asalariado, y no le importan las ovejas. Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas. También tengo otras ovejas que no son de este redil; aquéllas también debo traer, y oirán mi voz; y habrá un rebaño, y un pastor. Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre.” 

Jesús nos dio a entender que, aunque hemos estado presos del ladrón en una vida sin propósito, nuestro Señor en su divinidad y omnipotencia, cuando fue crucificado nos tenía presentes en su mente. 

Dice Juan 10:27 Reina-Valera (RVR1960) “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y me siguen.” ¿Cuántas veces ha estado la voz del Señor ahí llamándonos? Por eso, esta prédica es para aquellos que hoy están lejos del Señor con el corazón endurecido y no han visto el amor ni la obra que ya Cristo terminó en la cruz y a través de la cual nos llamó con los brazos abiertos diciéndonos “ven”, para sanarnos de nuestras dolencias. 

Es tiempo de rendir nuestras murallas, nuestros dolores y decirle al Señor que le abrimos nuestros corazones y necesitamos que transforme nuestras vidas. Dios nos va a sanar, porque lo más hermoso de su amor es que nos amó mientras lo traicionábamos y crucificábamos y no porque nosotros hubiéramos hecho algo para merecerlo. 

Todo pecado exige una cruz. Fue, en realidad, nuestro pecado el que llevó a Jesús a ser crucificado. Por eso, si hemos pecado —y todos lo hemos hecho—, también nosotros hemos sido responsables de clavar al Señor en la cruz. Por ese motivo merecíamos juicio, infierno y que Dios se apartara de nosotros. Pero en lugar de rechazarnos, Él nos abrió las puertas del cielo y nos ofreció gracia para vida eterna. Rompió el velo, nos invitó a entrar en su presencia, y fue a la cruz en nuestro lugar.

¿Cuánto nos amó el Señor que, aun viéndonos en medio de nuestra suciedad y miseria, se fijó en nosotros? Ahí está la riqueza de la cruz: Dios nos amó tanto que, a pesar de nuestras heridas, entregó a su Hijo para salvarnos. Hoy, Jesús nos extiende los brazos, ofreciéndonos un lugar seguro, un Padre al que abrazar, y nos dice: ¡Ven, corre a mí!

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