La Realidad Invisible – Una Victoria Garantizada
A modo de resumen, la serie a la que pertenece este mensaje inició hablando de la batalla entre dos mundos, con una encuesta de Barna Group sobre cuántos cristianos creen en satanás. Como resultado, 40% no creen que exista. Este es un dato preocupante que nos hace entender que parte del plan del enemigo es cegar a la iglesia de la condición espiritual en la que está.
Seguidamente, vimos que nuestra batalla es de pensamientos. La guerra que peleamos está en la mente. El enemigo (padre de mentira) siempre va a buscar lanzar mentiras para desprestigiar:
- La identidad que el Señor nos ha dado. Satanás va a tratar que no creamos que esa identidad que Dios nos dio realmente proviene de Él.
- Los atributos de Dios. El diablo nos va a hacer pensar que el Señor no es fuerte, fiel, proveedor y sanador. En el momento donde creamos esas mentiras, empezamos a vivir bajo la influencia que satanás tiene sobre nuestras vidas. No vivimos la plenitud que Jesús compró en la cruz del calvario para nosotros. Lo que Cristo hizo en ella no fue solo darnos una garantía de eternidad, sino una vida plena en Él.
Después, vimos el cuidado que debemos tener con los anatemas. Estudiamos lo que son, sabemos que traerlos a nuestra vida o casa es peligroso, abre puertas al mundo espiritual y es algo que deberíamos analizar con detenimiento y tener mucha cautela.
Con ese resumen, podemos comenzar este mensaje que se llama: Una Victoria Garantizada, el cual cierra esta serie de prédicas.
¿Cuál es esa garantía eterna que el Señor nos ha dado, esa victoria garantizada? Entender la respuesta a esta pregunta nos va a llevar a comprender cómo deberíamos vivir nuestra vida cristiana. Para esto, vamos a hacer un resumen de la Biblia y del plan redentor de Dios para comprender cuál es esa garantía, esa victoria que Él tiene para nosotros.
El capítulo 1 de Génesis narra cómo el Señor creó todo, el 2 detalla cómo Él creó al hombre y a la mujer, y el 3 se llama la caída, un punto que marca todo lo que sigue en la Palabra, porque el diseño de Dios se corrompe en el momento en el que hay pecado. Génesis 3:22-24 es el momento posterior a la caída del hombre: «Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre es como uno de nosotros, sabiendo el bien y el mal; ahora, pues, que no alargue su mano, y tome también del árbol de la vida, y coma, y viva para siempre. Y lo sacó Jehová del huerto de Edén, para que labrase la tierra de que fue tomado. Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida».
Deuteronomio 6:4 dice: «Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es». Pero, que Él sea uno no quiere decir que su naturaleza sea la misma que la de nosotros como personas. Ese uno, es un único Dios que se manifiesta en tres personas distintas la una de la otra, pero cada una de ellas es 100% Dios. Él no cambia y pasa de ser Padre a Hijo y después Espíritu Santo. Ese no es el Dios al cual adoramos y buscamos. Su naturaleza es trinitaria. La Biblia no menciona esa palabra, pero tampoco menciona omnisciente y eso no quita que Él lo sea. Él lo es porque la Palabra nos revela que es todopoderoso, está en todo lado y sabe todo lo que va a suceder. Aunque el término no esté, no le quita el atributo a Dios. La palabra es la forma en cómo se explica el atributo.
El ser humano pasó de una condición de eternidad a una de muerte y a vivir cada vez menos tiempo. La relación con Dios y la creación se corrompió. Todo empezó a caerse, romperse y corromperse porque la paga del pecado es la muerte, es su fruto.
Pero, hay algo muy bonito que a veces pasamos por alto. Cuando el Señor creó el Edén y todo tipo de frutos, nombró dos árboles. Esto tiene mucha importancia para este mensaje. En Génesis 2:9, Él puso en medio del huerto el árbol de vida y el del conocimiento del bien y del mal. Él permitió que el ser humano comiera de todos los árboles, excepto uno.
El único que tenía restricción era el árbol del conocimiento del bien y del mal. El hombre podía comer del árbol de la vida, pero en el momento en el que comió del árbol del bien y del mal, entró en rebeldía y en una condición de pecado. Dios puso un límite, no vaya a ser que coma del árbol de la vida. Este era una representación, pero también tenía una noción de que ese árbol hablaba de eternidad y el hombre, bajo una condición nueva de pecado que antes no tenía, si hubiese comido del árbol de vida, su condición iba a ser siempre corrupta.
El ser humano pudo haber entrado en una condición de pecado para siempre y Él empieza su plan para redimir al hombre de sus transgresiones, a tener victoria sobre el poder de la muerte y del pecado. Una vez que el ser humano pecó y salió del jardín del Edén, vemos persona tras persona pidiéndole a Dios que levante una nueva generación, la cual falla, y así sucesivamente hasta Génesis 11, donde acontece lo de la Torre de Babel.
El hombre una vez más cometió errores, se puso en el centro, se idolatró a sí mismo, a su condición de vida y el Señor empezó su plan redentor con una promesa en Génesis 12:1-3: «Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra».
Todas las personas de la tierra van a ser benditas en la simiente de Abraham. Lo que el Señor estaba diciendo es “tengo un plan contigo, Abraham. Sal de tu condición de pecado, de tu situación. Yo te voy a llevar a un lugar en el que voy a empezar a tratar con tus generaciones y va a llegar un día en el que vas a ser bendición para todas las familias de la tierra”.
El Señor empezó a limpiar generaciones a través de vientres estériles, a tener un plan. Comenzó la reconstrucción de Israel, el pueblo entró en cautiverio en Egipto y vieron la mano de Dios, como Él dirigió cada paso. Los llevó a la tierra prometida, el ser humano falló una y otra vez, y Jehová ministró amor y misericordia. Hay mucha gente que dice que el Dios del Antiguo y del Nuevo Testamento son diferentes, y eso no es así. Primero, Él es inmutable, no cambia. Cuando leemos la Biblia, vemos al ser humano equivocándose una y otra vez, y ellos no recibieron palo, sino gracia y misericordia hasta que el hombre abusa de ambas.
El Señor es un juez justo y disciplina a sus hijos porque Él quiere procesarnos para que nos volvamos a Él. A veces eso significa caer en el hueco más hondo porque somos tan tercos que necesitamos tocar fondo para volvernos a Él. No somos distintos. En ocasiones nos vemos o sentimos diferentes a Israel pero somos exactamente iguales.
¿Cuántas veces no pecamos al día? Si pecamos 5 veces, ¿cuántas de esas recibimos palo y disciplina de parte de Dios? Casi todas las veces obtenemos gracia y misericordia. Pecamos con nuestra mente, de orgullo, envidia, lujuria, de muchas cosas y aún así recibimos gracia y misericordia. Ocasionalmente el Señor nos permite entrar en procesos, porque solo a través de ellos cambiamos, crecemos y nos hacemos a la imagen de Cristo, pero casi siempre tiene gracia y misericordia con nosotros.
Posteriormente, llega el punto en el que Dios empezó a procesar a sus hijos e Israel entró en cautiverio. Fue parte del proceso de Él. Ellos fueron tan indisciplinados viendo las bendiciones del Padre una y otra vez en sus vidas que Él permitió que cayeran en esclavitud. Primero el reino del norte, luego el del sur y el Señor dispersó a los judíos. Y ahí si no se golpearon en el pecho deseando volver a su tierra, pero Dios les dio muchas advertencias en medio de ese proceso; usó a los profetas para decirles “vuélvanse a Jehová, o va a pasar esto”, y le pusieron poca atención.
Continuando, pasaron 600 años. Isaías 9:2-6 dice: «El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos. Multiplicaste la gente, y aumentaste la alegría. Se alegrarán delante de ti como se alegran en la siega, como se gozan cuando reparten despojos. Porque tú quebraste su pesado yugo, y la vara de su hombro, y el cetro de su opresor, como en el día de Madián. Porque todo calzado que lleva el guerrero en el tumulto de la batalla, y todo manto revolcado en sangre, serán quemados, pasto del fuego. Porque un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz».
Isaías dijo que iba a nacer un niño, una persona de carne y hueso. Pero cuando mencionó sus atributos, él empezó a mencionar los atributos de Dios. En esa temporada, eso pudo haber sonado disparatado y blasfemo, pero se cumplió en Cristo Jesús. Es glorioso porque el cumplimiento de esto era algo imposible para los hombres, no era posible arreglarlo ni acomodarlo por más que pasaran 600 años. El plan del hombre para lograr que eso sucediera era algo irrealizable y el Señor lo cumple.
Ahora sigue la promesa para nosotros en Isaías 9:7: «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto». Esta no era una promesa solamente para Israel, sino una colectiva para el mundo, porque el Salvador vino a darnos acceso al Padre a través de Él.
Esto es para cada uno de nosotros, porque éramos los que andábamos en tinieblas, estábamos muertos y llegó la luz en algún momento de nuestras vidas. No nos acercamos al Señor porque quisimos hacerlo. Cuando estábamos en medio de nuestros pecados, disfrutando de eso, un día llegó la luz y todo fue transformado. Empezamos a ver lo que no podíamos ver y fuimos nacidos de nuevo.
Entonces, pasaron 600 años desde esa profecía y conforme las cosas se ponían más oscuras, el cumplimiento estaba más cercano. Y Juan empezó a hablar de Jesús en Juan 1:1: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». Luego en Juan 1:14: «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad». Dios sabía que no había forma de que nos acercáramos a Él, porque el requisito para ir al cielo es perfección y cumplir la ley. Solo cumpliéndola sin errores nos podríamos aproximar a Él.
El Señor se da cuenta de esto, lo cual es imposible, y como un Padre que nos ama, que quiere una relación personal con nosotros, decide enviar al Hijo, quien se revistió de carne y vino al mundo. La única forma de acceder a Dios es porque Él bajó al nivel del hombre, se humilló, se puso en poco del lugar del trono que tenía para que nosotros a través del Hijo podamos llegar al Padre. Es Él el único camino.
Esto nos diferencia de otras religiones que hablan de un conjunto de normas que se tienen que cumplir para que el hombre se acerque a Dios. Seguimos a aquel que nos ama tanto que en gracia nos da la opción de bajarse a nosotros para que a través del Hijo podamos acceder al Padre. Todo lo que tenemos, pensamos y somos es por gracia y misericordia de Dios.
Cada vez que nos levantamos deberíamos decirle “Dios, gracias porque mis ojos se abrieron por misericordia”. ¿Qué impidió que nuestro corazón dejara de latir, que nuestros pulmones dejaran de funcionar o lo siguieran haciendo? Solo la mano del Señor.
¿Qué garantía tenemos de salir y llegar a nuestra casa con vida? Ninguna. En el momento donde abramos los ojos, todo lo que tenemos, nuestros pensamientos, dones, regalos que Dios nos ha dado, personas que Él ha puesto a nuestro alrededor, familia, todo es bendición inmerecida del Padre. A como Él nos escogió, pudo haberlo hecho con cualquier otra persona, y el Señor tiene el derecho de hacerlo, porque Él es Dios.
¿Cuáles son las buenas noticias? Las encontramos en Juan 3:16-19: «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas».
La condenación es algo propio de nuestro pecado. Estamos condenados por lo que hacemos, no por lo que Cristo hizo. Él lo que vino a hacer fue a darnos la alternativa a todas las personas de que lo único que necesitamos es creer en Él, quien ha abierto Sus brazos para que vayamos a Él hoy, sin importar lo que hayamos hecho. Si en nuestro corazón hay arrepentimiento, deseo de cambiar nuestra vida, entendimiento de la condición de pecado y la separación que esto produce, y queremos volvernos a Él, los brazos del Señor hoy están abiertos para nosotros a través del Hijo.
Esto no solo habla de que nuestra salvación es exclusivamente por gracia, a través de la fe y de Jesucristo, sino que el texto nos explica que el plan de Dios es humanamente lógico y racional. Nuestra razón debería apuntar a que todo lo creado habla de que hay un Creador. Todo lo que está en el cielo y la tierra apunta a Él.
Es irracional pensar que Jesús no existió. Se ocupan dos o tres citas para que un personaje histórico se considere más allá de un mito. Hay algunos como Sócrates o Aristóteles que tienen 8 documentos, haciendo que su existencia se considere altamente respaldada. En el caso de Jesús, hay 2600 documentos, incluyendo citas antiguas, libros, textos bíblicos y no bíblicos que afirman que Él anduvo entre los hombres, fue real, vivió, murió en la cruz y resucitó a los tres días.
Esta es la doctrina de la sustitución. Un hombre justo (Cristo) caminó de forma perfecta y todos nosotros (los injustos) caminamos de forma errada y merecemos muerte (paga del pecado) de cruz, la peor, porque hemos atentado contra el Dios tres veces santo. Nuestro destino debería ser morir eternamente apartados de Él. Y el destino de Jesucristo debió haber sido vivir de forma perfecta. Su muerte lo fue así como también su vida. Él se ofreció voluntariamente como Cordero y tomó nuestro lugar, el que merecíamos, para que toda la humanidad pudiera acceder a la gracia una vez y para siempre. Gracias a ese acceso hoy podemos ir al Padre porque ya Él pagó el precio, el cual no fue barato.
El acceso es gratis, pero el precio que se pagó fue altísimo: la sangre del Hijo de Dios fue derramada en la cruz del calvario para perdón de pecados. Él resucitó a los tres días. La Palabra dice: primogénito en la resurrección. Esto quiere decir que Él fue el primero en resucitar, quien ganó y tuvo victoria sobre la muerte y el pecado. Ahora, Él en ese estado nos envió al Espíritu de resurrección y vida, y nosotros, aunque respiramos, podemos estar en muerte. Pero, ese Espíritu puede transformar nuestra condición y pasarnos de muerte a vida. El lugar donde estamos hoy, si estamos lejos de Cristo, no fue lo que Dios planeó para nosotros.
Venir a Cristo no tiene que ver con asistencia perfecta a la iglesia o con cumplir cosas. Eso es el resultado de nuestra condición, de haber sido resucitados y haber pasado de la muerte a la vida. El día que nacemos de nuevo empezamos a vivir la vida que el Señor planeó para nosotros. Es una vida plena en Cristo, no sin necesidades. Seguimos teniendo la necesidad de Dios y otros materiales, pero es una vida plena, porque si lo tenemos a Él, lo tenemos todo, lo que necesitamos, lo que el Señor quiere y pretende para nosotros.
Esta historia termina en el último capítulo de la Biblia. Recordemos que esta es la visión de Juan, quien estaba siendo guiado por el Señor en este libro profético sobre todo lo que iba a venir en el cumplimiento de los últimos tiempos. Apocalipsis 22:1-5 dice: «Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para la sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos».
La luz ya no va a brotar del sol, de las estrellas, ni de la luna, va a salir de la presencia de Dios. Esto nos habla de varias cosas. Primero, de un río de vida. Recordemos cuando Jesús encuentra a la samaritana frente al pozo y le dice: “dame de beber. Yo tengo agua y si tomas de ella, nunca más volverás a tener sed”. El agua a la que el Señor se refería era Él mismo siendo el agua de vida, que cuando tomamos de Él no volvemos a tener sed. Cuando realmente nacemos de nuevo en Cristo, no volvemos a tener sed jamás. No volvemos a tener necesidad de lo que nuestro cuerpo físico nos pedía antes.
Ya el agua de vida fue entregada y brota del trono, donde está el Señor y el Cordero, y vamos a tener acceso al árbol de vida. Eso es tan lindo porque habla de la restauración de todas las cosas. El diseño original del hombre de Dios, el cual el pecado vino a corromper y que una y otra vez el ser humano ha destruido, el Señor lo va a restaurar en el final de los tiempos.
Ese árbol al que no podemos acceder en medio de nuestra condición pecaminosa, hoy nacidos de nuevo en Cristo, el día que lleguemos al cielo vamos a poder comer de él, porque tendremos vida eterna. Dice la Palabra que este árbol da fruto todos los meses. Vamos a poder tener acceso a cuando queramos comer, vamos a poder ir a este árbol que es la representación de Cristo también.
Juan 15:5 dice: «Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer». El árbol y el río son la representación de Cristo. Todo esto brota del trono, donde la luz que es Cristo va a alumbrarnos una vez y para siempre. Vamos a estar ahí eternamente, en el lugar donde todo va a ser restaurado.
El diseño de Dios para la creación, los árboles y la eternidad del hombre va a ser restituido. Pero, esta es una promesa para los que han experimentado el poder de resurrección y vida. Si lo hemos hecho, hoy cumplimos con el título de esta prédica, tenemos una victoria garantizada. Esta no es solamente que el Señor nos ha dado autoridad y poder sobre esta tierra donde igual vamos a tener aflicciones, luchas y pruebas, sino que nuestra garantía es que un día todo eso va a mermar pase lo que pase.
Estadísticamente, el peor temor de los seres humanos es la muerte. Conforme los años pasan, crecemos en madurez. Pero, también sabemos que nuestra cita con la muerte está cerca y muchas veces esto nos produce ansiedad. ¿Cómo nos enfrentamos al día en que vamos a morir? Todos vamos a morir, no importa la edad que tengamos. ¿Hemos tenido algún encuentro con la muerte?
Para reflexionar
¿Tenemos esa victoria garantizada?, ¿ha sido nuestro nombre escrito en el libro de la vida y tenemos garantía de que el día que Dios nos llame, sea hoy o mañana, hay una eternidad? Venir a la Iglesia no nos hace tener una vida nueva ni ser salvos, una oración de fe tampoco. Si nacimos en la iglesia, pudimos haber hecho varias veces la oración de fe y que la condición de nuestro corazón no fuera transformada.
Lo que nos hace ser salvos es el día que reconocemos nuestra necesidad de tener salvación, porque nuestro pecado nos ha llevado a estar hundidos, pensamos que no podemos salir de nuestro pecado, necesitamos la vida de Aquel que venció el poder del pecado y la muerte, le entregamos nuestra vida y le decimos que necesitamos un Salvador.
Hay un predicador, Charles Spurgeon, quien comenta lo siguiente sobre un texto de la Biblia, “nunca pudo ni podrá ver un hombre que enfrente con tanta osadía a esa muerte que los hombres le temen tanto como fue el apóstol Pablo”. Esto es lo que Pablo escribió acerca de la muerte en 1 Corintios 15:55-57: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» Con esto él está diciendo “¿dónde estás muerte?, ¿no es que venías por mí?”, pues él se pone en una posición donde entiende que tiene garantía eterna y no importa lo que atente contra él ni lo que venga a tratar de destruirlo.
Él continúa diciendo: «ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley». Ese poder fue derrotado en la cruz, hay seguridad de que sin importar lo que venga contra nosotros, tenemos victoria en Cristo sobre el pecado y la muerte.
Pablo dice en 1 Corintios 15:57-58: «Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo. Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano».
Lo que hagamos va a ser visto por Dios, Él tiene control de eso y hoy podemos decirle “¡te alabamos Padre!”
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