
Camino al Calvario – Jesús y la Lucha en el Getsemaní
El centro de la fe cristiana es la figura de Cristo, su muerte y su resurrección. La obra redentora de Cristo en la cruz fue tan grande que podríamos estudiarla toda nuestra vida y nunca comprenderla con total claridad.
Todos hemos pasado por situaciones en las que intentamos resolver las cosas a nuestra manera. Nos enfrentamos a un problema y buscamos soluciones, investigando qué hacer. Pensamos en qué decisiones tomar, si debemos invertir más dinero o menos, o qué pasos seguir. Y, al final llegamos al punto en que decimos: “Bueno, voy a hacer lo último que me queda por hacer; voy a orar”
Responsable o irresponsablemente hemos estado ahí, porque usamos la oración como último recurso y no como el primero.
Y la oración es poder de Dios para el que cree. Nuestro anhelo es que través de este texto podamos encontrar que Cristo mismo veía el poder que había detrás de la oración, en uno de los momentos más difíciles de su caminar.
Marcos 14:32-42 Nueva Traducción Viviente (NTV) nos dice:
“Fueron al huerto de olivos llamado Getsemaní, y Jesús dijo: «Siéntense aquí mientras yo voy a orar». Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan y comenzó a afligirse y angustiarse profundamente. Les dijo: «Mi alma está destrozada de tanta tristeza, hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen conmigo». Se adelantó un poco más y cayó en tierra. Pidió en oración que, si fuera posible, pasara de él la horrible hora que le esperaba. «Abba, Padre—clamó—, todo es posible para ti. Te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía». Luego volvió y encontró a los discípulos dormidos. Le dijo a Pedro: «Simón, ¿estás dormido? ¿No pudiste velar conmigo ni siquiera una hora? Velen y oren para que no cedan ante la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero el cuerpo es débil». Entonces, Jesús los dejó otra vez e hizo la misma oración que antes. Cuando regresó de nuevo adonde estaban ellos, los encontró dormidos porque no podían mantener los ojos abiertos. Y no sabían qué decir. Cuando volvió a ellos por tercera vez, les dijo: «Adelante, duerman, descansen; pero no, la hora ha llegado. El Hijo del Hombre es traicionado y entregado en manos de pecadores. Levántense, vamos. ¡Miren, el que me traiciona ya está aquí!».”
¿Vemos la batalla? ¿Por qué se llama la batalla del Getsemaní?
Si vemos la redacción del autor, él narra que Pedro escuchó la oración de Cristo. ¡Él escuchaba lo que Cristo oraba!
Pero en su cansancio no entendía bien lo que decía y volvía a dormirse.
Entrando en contexto los discípulos estaban saliendo de la Cena del Señor. Y; ¿qué se celebraba en la Cena del Señor? El Pesaj judío, la Pascua judía. La Pascua era la celebración de la salida del pueblo de la esclavitud en Egipto hacia la Tierra Prometida. Salir de una posición de esclavitud hacia el lugar donde Dios los tenía.
En dicha celebración (Éxodo 12:17–20), ellos festejaban por siete días comiendo pan sin levadura la cual representa el pecado. El último día hacían un festín: mataban un cordero y celebraban junto con el pan sin levadura. Cuando terminaron la cena, el Señor se fue a su lugar favorito de oración: jardín de Getsemaní. Tanto el lugar como el momento fueron sumamente importantes.
Ahora bien, el Jardín del Edén nos muestra cómo diseñó Dios a la humanidad. Génesis empieza con un jardín: el Edén. Y la Palabra de Dios termina también con un jardín, en medio de la Nueva Jerusalén. Un lugar donde vamos a estar adorando al Señor día y noche, todos los que hemos nacido de nuevo y estamos en Cristo.
El jardín es un lugar de representación del diseño de Dios. En el Edén, el pecado vino a derrotar al primer Adán. En Getsemaní, el último Adán —1 Corintios 15:45—, es el redentor del diseño original de Dios, quien derrotó al pecado.
Getsemaní quiere decir literalmente: el lugar donde se prensan o aplastan las olivas.
En dicha época se usaban los molinos de piedra para extraer el aceite de oliva. Las piedras daban vueltas, movidas con un eje, y la presión comenzaba a extraer lo más puro de la oliva. Se aplastaba la fruta y, bajo presión, se producía ese aceite valioso.
El fruto tiene valor, pero el aceite que se extrae con presión tiene aún más valor.
Es en ese lugar donde el Señor decide orar iba a extraer algo valioso de esa presión. Algo glorioso iba a salir de Getsemaní.
Pedro, Juan y Jacobo eran tres discípulos muy cercanos al Señor. A ellos los llevó a tres acontecimientos claves que se ven en la Biblia:
- Marcos 5:21-43, cuando Jesús sana a la la hija de Jairo les dijo: “Pasen ustedes tres, los demás salgan”. Presencian cómo la muerte no puede detener a Cristo.
- La transfiguración en el monte. Ellos tres ven la gloria del Señor. Su divinidad se revela.
- Getsemaní: Les dice: “Quédense y oren”. Presenciaron la agonía, pero también la entrega total de Cristo.
¿Notan la conexión? En los tres eventos, hay muerte.
Pero el Señor no ve la muerte como algo sin esperanza. Para los que estamos en Cristo, la muerte es una separación temporal para una gloria eterna.
En la hija de Jairo, Cristo demuestra poder sobre la muerte; en la transfiguración, manifiesta su gloria futura y en Getsemaní, afronta su propia muerte, pero con obediencia total.
Jesús les estaba diciendo algo a esos tres discípulos: “Yo voy a tener victoria sobre este lugar.”
La mayoría de los teólogos coinciden en que este es el texto donde más claramente se ve la humanidad de Jesús. Se muestra su tristeza, su agonía, su dolor.
A tal punto que su oración es: “Padre, pasa de mí esta copa.” ¡Esa es la humanidad de Cristo! Él no era un robot celestial…Era 100% Dios, pero también 100% hombre.
Nosotros, como creyentes bíblicos, creemos en un solo Dios en esencia, manifestado en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Deuteronomio 6:4 Nueva Traduccion Viviente (NTV) dice: “Escucha Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es.” Sí, Dios es uno… ¡pero uno en esencia!, no en manifestaciones separadas. Cada persona es plenamente Dios. El Padre no es el Hijo. El Hijo no es el Espíritu Santo. Pero los tres son un solo Dios.
El Dios trinitario es parte de nuestra comprensión de la fe, es nuestra doctrina fundamental. El Dios de la Palabra no tiene un porcentaje humano y un porcentaje divino. Jesús es 100% hombre y 100% Dios. En la segunda persona de la Trinidad, Dios mismo toma la decisión de encarnarse como hombre y manifestarse a nosotros.
Porque la única forma en que el acto redentor en la cruz del Calvario se pudo dar es que Él se encarnara. Si Él no se encarna, no puede haber acto redentor. Dios es un ser sin cuerpo, y el cuerpo necesitaba ser sacrificado para que la ira y la justicia de Dios pudieran ser satisfechas.
El Concilio de Calcedonia tuvo lugar alrededor del año 451 d.C. (aproximadamente a finales del siglo IV o inicios del siglo V). En ese concilio se habló y definió la divinidad y humanidad de Cristo. Citamos textualmente:
“Jesucristo debe ser reconocido en dos naturalezas, no como una sola naturaleza, no como un porcentaje de hombre y un porcentaje divino, sino como 100% hombre y 100% Dios. Reconocido en dos naturalezas sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación. Mientras cada naturaleza conserva sus propios atributos, en una unión perfecta. La distinción de naturalezas no es de ninguna manera anulada por la unión.”
Teológicamente, esto se llama «unión hipostática». Es la unión de las dos naturalezas de Cristo, manifiesta como Dios revelándose a los hombres, revestido de hombre.
Lo anterior es importante pues cuando leemos que Cristo tuvo sueño y hambre, es la manifestación de su naturaleza humana, en unidad con su naturaleza divina. Él no dejó de ser divino; se limitó a sí mismo y tuvo manifestaciones humanas.
Muchas personas que no soy creyentes nos pueden hacer preguntas como ¿por qué su Dios es tan débil que murió en la cruz?” Pero un momento: ¿qué quiere decir con que “murió en la cruz”?
Lo que murió fue su naturaleza humana. Su cuerpo, del cual Él estaba revestido, fue sepultado y llevado a la tumba, sí. Pero nuestro Dios no murió en la cruz. Nuestro Dios es eterno. Nuestro Dios fue a batallar y a recuperar las llaves de la vida y del infierno del enemigo. ¡Nuestro Dios no quedó ahí! Entonces definamos bien lo que es muerte.
Lo que dice el texto de Marcos 14 es la manifestación de la humanidad de Cristo en medio de una circunstancia de extrema presión.
Estos son algunos conceptos prácticos sobre la oración:
#1: Jesús tenía un lugar de oración.
Lucas 22:39 dice que Jesús fue al lugar donde Él solía ir. La oración es algo que se practica. La oración requiere un lugar y una hora particular. Si no tenemos un lugar establecido y una hora establecida, va a ser difícil que en nuestra agenda encontremos tiempo para orar.
#2: Debemos hacer de Dios una prioridad.
Así como apagamos el celular cuando estamos en una reunión importante, o le decimos a nuestra familia: “No me interrumpan, tengo una reunión”, así debemos actuar cuando es tiempo de orar. Cerremos la puerta y pidamos no ser interrumpidos pues vamos encontrarnos con nuestro Padre en lo secreto.
#3: No se puede orar con el teléfono en la mano.
Eso es una falta de respeto. No podemos tener una conversación con una persona mientras revisamos redes sociales. Si alguien nos quiere abrir su corazón y yo no le ponemos atención, ¿cómo se sentiría dicha persona? ¿Cómo te sentirías si vas a una consejería y el consejero está viendo su celular? Sería ofensivo. De la misma manera, nosotros deberíamos actuar cuando oramos, de forma respetuosa pues vamos a encontrarnos con nuestro Padre.
La Palabra dice que Jesús tomó distancia. Distancia de las distracciones. Necesitamos hacer lo mismo: tomar distancia del teléfono, del televisor, de todo lo que nos roba atención, para encontrarnos con el Señor.
Continuando con el texto, leemos en el versículo 34 lo siguiente:
Jesús les dijo: “Mi alma está destrozada de tanta tristeza hasta el punto de la muerte. Quédense aquí y velen.”
No les dijo: “Vengan a orar conmigo”, sino simplemente: “Acompáñenme”. A veces lo único que necesitamos es compañía. Cristo quería estar con ellos. Y a veces Dios te dice: “No hagas nada, solo entra a mi presencia, abre tu corazón y quédate ahí. Yo quiero estar contigo”.
Después de eso, el Señor nos muestra cómo orar:
Versículos 35 y 36: “Se adelantó un poco más y cayó en tierra. Pidió en oración que si fuera posible pasara de Él la horrible hora que le esperaba.”
El Señor estaba en tierra, orando, no solo con el entendimiento de la agonía que venía, sino viendo con sus propios ojos el lugar donde probablemente sería crucificado. Y en medio de esa agonía, su oración fue:
“Abba, Padre, todo es posible para ti. Te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, que se haga tu voluntad y no la mía.”
Esa es la carne sujeta a Dios en obediencia. “No quiero esto, pero si tú lo quieres, lo haré.”
Una cosa es entender la soberanía de Dios, y otra muy distinta es someterse a ella. El entendimiento sin sometimiento no sirve. Dios demanda obediencia. El conocimiento debe producir obediencia en nuestra vida. Y el someternos a Dios se hace más fácil cuando conocemos la naturaleza de mi Padre.
Podemos estar atravesando las peores pruebas o crisis. Pero si conocemos quién es Dios, esa es nuestra ancla. Dios es bueno, Dios es fiel, es amor, es misericordia, es gloria, es poder. Entonces, no importa lo que estemos pasando, la naturaleza de Dios se va a manifestar.
Continuando en el versículo 37 a los discípulos les empezó a dar sueño, ¿Por qué? Porque Satanás va a tomar todas sus cartas, porque entiende, sabe que en medio de aquella persona que ora hay poder de Dios. Y Lucas 22 lo revela, porque dice que el Señor fue y se postró en el suelo a clamar. Y la visión que ellos tuvieron fue de un ángel bajó y empezó a sostener al Señor en medio de ese tiempo.
Para aquel que sabe el poder de la oración, entiende que el Señor envía ángeles a cuidar y a consolar. Orar es un pilar fundamental. ¿Saben qué es lo que sostiene una iglesia? A una iglesia no la sostiene su economía, su predicación o su calidad de alabanza. Todo eso es bueno, pero una iglesia la sostienen los intercesores que oran día y noche por ese ministerio.
El Señor terminó diciendo en el versículo 42: «Levántate, vamos». Solo aquel que estuvo postrado o de rodillas puede levantarse. Para todo aquel que ora, tarde o temprano el resultado de tu oración va a ser este: Dios mismo te va a decir: «Levántate, ya peleaste la batalla, ya doblaste las rodillas, ya hiciste tu oración. Ahora el Señor te va a tomar.»
Entonces, en la aplicación, recordemos:
#1: ¿Quieres orar, convertirte en una persona de oración? Debes buscar un lugar y un tiempo.
#2: Tienes que tener el mismo corazón que tuvo el Señor: corazón de humildad. «No se haga mi voluntad, que se haga la tuya». Me someto, rindo mi voluntad a tu soberanía.
#3: Tienes que tener un entendimiento correcto. Porque si oramos conociendo la voluntad y la naturaleza de Dios en su palabra, vamos a conocer cuál es la respuesta del Dios Santo.
#4: Nuestra lucha va a ser contra nuestra carne. El espíritu quiere, pero la carne es débil. Esa es nuestra parte: sujetar y rendir la carne ¿Qué queremos? ¿Alimentar nuestra carne o nuestro espíritu?» Alimenta tu carne, y vas a ser una persona carnal. Alimenta tu espíritu y vas a ser una persona espiritual.
Esta serie fue creada en torno a Cristo y el tema expuesto es la oración, pero no podemos finalizar esta lectura sin comprender la magnitud de lo que Dios hizo en Cristo.
Uno de los nombres más predilectos de Jesús es “Cristo” o “el Mesías”. Cristo en griego, Mesías en hebreo: el Ungido de Dios. Cristo era el Rey ungido. Él es Rey de reyes, Señor de señores, es el Sumo Sacerdote por excelencia. Nuestro Sumo Sacerdote e intercesor, hoy no a través de sacrificio de animales, sino aquel que está sentado a la diestra del Padre intercediendo por nosotros. Ese es Jesús: aquel que estuvo en el Getsemaní, en el lugar de las prensas, para derramar aceite saliendo del olivo.
En ese lugar a cada fruto de olivo se le aplicaba presión tres veces con una piedra para extraer todo su aceite. Se presionaba una y otra vez, hasta sacar la última gota. Esa misma imagen cobra vida en Getsemaní, el lugar donde se prensa el aceite, y donde el Señor fue recibido. Cada vez que se levantaba y veía a sus amigos más cercanos incapaces de acompañarlo en su agonía, mientras lo veían llorar y sufrir, era como si esa piedra volviera a caer sobre Él. Tres veces fue presionado… y tres veces ellos se durmieron frente al Señor.
Y ahí es donde empieza a cobrar vida Isaías 53:5 Nueva Traducción Viviente (NTV):
«Pero él fue traspasado por nuestras —tuyas y mías— rebeliones. ¿Y qué dice ahí? Aplastado por nuestros pecados, molido por nuestros pecados…»
Era la prensa pasando encima del Señor, siendo aplastado por esas rocas, molido por nuestros pecados, golpeado para que nosotros estuviésemos en paz, fue azotado para que pudiésemos ser sanados.
Y de esa presión, el resultado de las piedras pasando por encima del Señor fue lo que nos dice Lucas 22:44 Nueva Traducción Viviente (NTV):
«Oró con más fervor y estaba en tal agonía de espíritu, que su sudor caía a tierra…»
Recordemos la maldición en el Edén en Génesis 3:19: «Adán, del sudor de tu frente ahora vas a construir…»
La maldición fue que todo lo que nosotros obtuviéramos iba a tener que ser producido con esfuerzo, con sudor.
Pero en Lucas 22:44 ¡era el Señor rompiendo la maldición! Su sudor representaba el rompimiento, porque ya no es por lo que tú puedas hacer, es por lo que Él ya hizo en la cruz del Calvario. Y ese era su sudor: el rompimiento de toda maldición espiritual sobre la vida de nosotros.
Pero el texto no termina ahí: «Como grandes gotas de sangre…» Se le abrieron los poros y de su frente salía sudor y sangre.
¿Sabes dónde empezó el pago de nuestros pecados? ¿Dónde empezó el plan redentor de Cristo? En Getsemaní.
Ahí fue la primera muestra de lo que la presión iba a poder hacer. La presión sobre el olivo iba a producir aceite. La presión sobre el Señor iba a producir sangre. Y esa sangre iba a ser usada para perdón de nuestros pecados. Cada gota de Él, preciosa por su sufrimiento, derramada… ¿sobre quién? Sobre nosotros.
1 Pedro 2:9 Nueva Traducción Viviente (NTV) nos dice:
“Pero ustedes no son así porque son un pueblo elegido. Son sacerdotes del Rey, una nación santa, posesión exclusiva de Dios. Por eso pueden mostrar a otros la bondad de Dios, pues él los ha llamado a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa”
El aceite que brotó de la presión en Getsemaní, que inició ahí y terminó en la cruz del Calvario, es el aceite que Dios usa donde te toma y te dice: «Tú eres mío. Tú eres mía. Te traigo a un lado, derramo mi aceite sobre ti, y ahora ustedes pasan a ser juntamente conmigo nación santa, real sacerdocio. El sacerdocio que una vez me fue entregado a mí, y la autoridad que fue entregada a mí, hoy ustedes, como mis hermanos adoptivos, es la unción que yo derramo sobre ustedes”
Oremos:
«Señor, gracias. Porque toda presión, toda tortura, todo dolor, toda llaga, toda herida, toda apertura de su cuerpo, toda gota de sudor derramada y toda sangre derramada fue la forma en como tú me escogiste y me compraste con tu amor perfecto. Yo no tengo nada que ofrecer, no tengo nada que dar, no tengo nada con qué resolver. Pero sin yo tener nada, y siendo enemigo tuyo, me escogiste, me apartaste, me compraste y me dijiste: ‘Mío eres. Mía eres.’»
Si bien la imagen del Señor padeciendo es dura, la victoria que Él nos dio es gloriosa. Nos rehusamos a pensar que un culto pueda terminar con nosotros ahí, derrotados y doliéndonos, porque el resultado de la historia no fue Cristo con su cuerpo en la tumba. ¡La tumba está vacía!
La victoria fue pagada. El aceite fue derramado. La sangre fue derramada. Y hoy tenemos que celebrar la victoria.
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