Los Nombres de Dios – Adonai
Los nombres de Dios son importantes que los entendamos por una razón. Es para lograr entender características y el carácter de Dios.
Hoy meditamos en nombre de Dios Adonai: “Señor”. Significa dueño, el que tiene el control y a quien le pertenece todo. En el Antiguo Testamento se utilizaba para mencionárselo a reyes, gobernantes; los esclavos lo utilizaban para los amos. Significaba que todos los que reconocían.
Reconocer a Adonai es colocarnos en una posición de servicio y de pertenencia al único que está por encima de nosotros. Adonai es el Dios soberano, dueño de todo cuanto existe, y no comparte su señorío con nadie ni con nada. Aunque el término no aparezca con la misma forma en el Nuevo Testamento, el carácter de Dios permanece inmutable; allí vemos reflejado a Adonai en la persona de nuestro Señor Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.
Abraham fue el primer hombre que mencionó el nombre de Dios Adonai. El tetragrámaton es la forma del nombre Yahweh sin vocales; por reverencia, en ocasiones se le añadían las vocales de “Adonai” para hacerlo pronunciable. En nuestras Biblias, posiblemente no vayamos a leer la palabra Adonai. Sin embargo, en el Antiguo Testamento se usa más de 300 veces, en la traducción de nosotros se transcribe con la palabra Señor.
Hay dos tipos de Señor que menciona la Biblia, está el SEÑOR (Todo en mayúscula), es cuando se hace referencia a “Yahweh”; y cuando aparece como Señor (solo la S mayúscula), es cuando hace referencia a Adonai.
Adonai tiene un singular “Adón”, y en plural “Adonai”.
A veces actuamos como si Dios estuviera a nuestro servicio, como si Él debiera hacer lo que le pedimos, cuando le pedimos y como le pedimos. Pero al confesar a Adonai aceptamos que Él es el Señor y nosotros le pertenecemos.
Génesis 15:1–6. Reina Valera 1960 (RVR 1960) nos dice lo siguiente:
“Después de estas cosas vino la palabra de Jehová a Abram en visión, diciendo: No temas, Abram; yo soy tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande. Y respondió Abram: Señor Jehová, ¿qué me darás, siendo así que ando sin hijo, y el mayordomo de mi casa es ese damasceno Eliezer? Dijo también Abram: Mira que no me has dado prole, y he aquí que será mi heredero un esclavo nacido en mi casa. Luego vino a él palabra de Jehová, diciendo: No te heredará éste, sino un hijo tuyo será el que te heredará. Y lo llevó fuera, y le dijo: Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia. Y creyó a Jehová, y le fue contado por justicia”
Esta narrativa es un momento significativo en la historia de Abram, donde Dios le prometió una descendencia y la tierra de Canaán. Después de promesas, victorias y hasta momentos de debilidad (como cuando este hombre mintió sobre su esposa). Dios le habló a Abraham y Él lo cuestionó: “Señor soberano, ¿de qué me sirven tus bendiciones si no tengo hijo?” Dios lo envió a contar estrellas y le reafirmó la promesa. Abraham creyó, y le fue contado por justicia… pero volvió a preguntar: “¿cómo estaré seguro?”
Nos reconocemos en Abraham: Dios ya nos ha hablado y nos ha mostrado su fidelidad, y aun así dudamos. A Dios le encanta obrar donde lo natural dice “no se puede”, a Él le gusta trabajar en lo extraordinario.
Confesamos con facilidad a Dios como Salvador, pero nos cuesta vivirlo como Señor, porque el Dios Salvador nos da algo, el Dios Señor tenemos que entregarle la voluntad (tenemos que vivir como Él dice).
En la Biblia se menciona la palabra Señor unas 700 veces aproximadamente y la palabra Salvador solamente unas 24, no significa que Salvador no sea importante. Lo que significa es que a nosotros nos cuesta más ver a Dios como nuestro Señor que como nuestro Salvador.
Dios nos rescató, nos salvó, nos liberó del pecado, de la perdición y todos nos regocijamos en eso. Pero ¿cuántos nos regocijamos cuando Dios nos dice que le entreguemos algo? ¿cuántos de nosotros vivimos a Dios como Señor de que realmente sea el dueño de nuestras vidas
Abraham habló de Adonai por primera vez en Génesis 15:2 Nueva Traducción Viviente (NTV).
“Abram le respondió:
—Oh Señor Soberano, ¿de qué sirven todas tus bendiciones si ni siquiera tengo un hijo? Ya que tú no me has dado hijos, Eliezer de Damasco, un siervo de los de mi casa, heredará toda mi riqueza.”
Jesús en Lucas 6:46 dice:
6“¿Por qué me llamáis ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que digo?”
Llamarlo Señor implica obediencia. Mejor no decirlo a la ligera si no pensamos obedecer. La sola mención de su nombre Adonai, decir que es el Señor, debería estremecernos y llevarnos a revisar qué áreas no le hemos entregado.
Recordemos, llamarlo Señor significa el señorío de Cristo en nuestras vidas. Y muchas veces:
- Le llamamos luz y no lo vemos.
- Le llamamos camino y no lo seguimos.
- Le llamamos vida y no lo deseamos.
- Le llamamos sabio y no lo reconocemos.
- Le llamamos justo y no lo amamos
- Le llamamos un Dios eterno y no le buscamos.
- Le llamamos un Dios lleno de gracia, pero no confiamos.
- Le llamamos un Dios noble y bueno y no le servimos.
- Le llamamos poderoso y no le honramos.
- Le llamamos justo y no le tememos.
- Le llamamos maestro y no le obedecemos.
Preguntémonos honestamente: ¿le hemos entregado todo al Señor? Porque lo que tenemos no nos pertenece, todo le pertenece a Él. No hay rincón de nuestra vida sobre el que Cristo no diga: “Eso me pertenece”. Dios sabe qué es lo mejor para nosotros, porque le pertenecemos a Él.
No podemos decir “Señor” y vivir como si fuéramos nuestros propios dueños.
Es importante que prediquemos el mensaje de Salvador de Cristo, Él nos tiene donde quiere tenernos para que podamos hablarles a otros del amor del Señor. Solo hay dos señores a los que podemos servir. O le servimos al mundo, o le servimos al Señor.
Andrew Murray decía «Dios está dispuesto a asumir la plena responsabilidad de la vida que se le entrega por completo, Dios está por dispuesto y abierto a asumir, a cuidarle, a ser su Dios, a ser su Señor.»
La pregunta es: ¿estamos dispuestos a que Dios sea nuestro Señor?
El Apóstol Pablo en 1 Corintios 7:20–23 (NTV)
“Cada uno debería permanecer tal como estaba cuando Dios lo llamó. ¿Eres un esclavo? No dejes que eso te preocupe; sin embargo, si tienes la oportunidad de ser libre, aprovéchala. Y recuerda: si eras un esclavo cuando el Señor te llamó, ahora eres libre en el Señor; y si eras libre cuando el Señor te llamó, ahora eres un esclavo de Cristo. Dios pagó un alto precio por ustedes, así que no se dejen esclavizar por el mundo.”
Y recuerda, si eras un esclavo cuando el Señor te llamó, ahora eres libre en el Señor.
Y si eras libre cuando el Señor te llamó, ahora eres un esclavo de Cristo.
Tenemos dos opciones.
Dios nos ha dado libertad, pero esa libertad no significa vivir en libertinaje ni hacer lo que queramos. Significa que ya no somos esclavos del mundo, sino siervos de Cristo. La diferencia es que ser siervo de Cristo es un privilegio: Él tiene pensamientos de bien y no de mal para cada uno de nosotros. A veces parece que éramos más felices siendo esclavos del mundo, complaciendo los deseos de la carne, pero esa “felicidad” era pasajera. Ser siervo de Cristo es tener verdadera libertad y vida eterna. Y si hemos recibido esa vida, debemos vivir como ciudadanos del cielo. ¿Cómo caminamos, entonces, bajo su señorío?
Les compartimos tres decisiones prácticas:
- Dejemos que Dios sea suficiente para nosotros. Siempre parecerá que “falta algo”: una casa mejor, un carro mejor, un trabajo mejor. Pero cuando Adonai es nuestro Señor, aprendemos a vivir en abundancia o escasez con gratitud, porque Él es nuestra suficiencia. Lo que Dios promete, Dios lo cumple; y aunque tardara, Él sigue siendo digno de adoración y sigue siendo Señor.
- Soltemos las glorias pasadas y lo que “no tenemos”. Abraham veía su vejez y la promesa pendiente; Dios le mostró estrellas y arena. Dejemos de mirar solo con ojos naturales. Corramos a Cristo, y hallemos plenitud en buscarle, aunque la respuesta aún no haya llegado. Creámosle, y nos será contado por justicia.
- Leamos su Palabra y confiemos en su tiempo perfecto. Si entendemos que estábamos perdidos y Él nos dio la oportunidad inmerecida de vivir, entonces devoramos el “manual” de la vida nueva: la Escritura. Nos formamos en ella y obedecemos su voz, porque pertenecemos a Adonai.
Hoy nos rendimos otra vez a Jesús, nuestro Adonai. Le entregamos lo que no le hemos entregado. Le pedimos que gobierne nuestras decisiones, nuestros recursos, nuestra familia, nuestro trabajo, nuestros deseos. No queremos solo llamarle “Señor”; queremos vivir como suyos.
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