Camino al Calvario - El Anuncio: La Cena del Señor
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Camino al Calvario – El Anuncio: La Cena del Señor

Esta serie es un repaso importante sobre la historia de Jesús; sobre su muerte y resurrección.  En esta enseñanza se enfatizará la cena del Señor.

El libro de Lucas 22:15 nos dice lo siguiente:

“Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca!” (Reina-Valera 1960)

En este versículo el Señor estaba hablando la noche antes de ser condenado y asesinado. El Dios Todopoderoso, por quien fueron creados los cielos, la tierra y todo el universo, el Eterno que ha existido desde siempre, deseaba, un día antes de su muerte, compartir la mesa con un grupo de hombres pecadores.

El Señor vino para estar con nosotros; comía, caminaba y habitaba en medio nuestro. Ese es el corazón del Pastor de pastores, del Rey de reyes: estar cerca de cada persona. Su último deseo, antes de enfrentar el dolor de la cruz, los latigazos, los insultos y los golpes, fue compartir la mesa con aquellos hombres. En ese gesto se revela el verdadero corazón del Señor.

Otro aspecto importante por destacar en el versículo anterior es que Jesús estaba mencionando la pascua, la cual era una fiesta judía diseñada por Dios donde se recordaba la liberación de Israel ante Egipto. Para comprender el origen de esta celebración, debemos recordar la historia de Moisés, que narra cómo Israel fue esclavizado en Egipto durante 400 años. El faraón sometió al pueblo judío a servidumbre, pero Dios decidió liberarlos y guiarlos hacia la tierra prometida en Canaán.

Dios llamó a Moisés cuando tenía 80 años, un hombre descrito en la Biblia como el más humilde sobre la tierra, un atributo que el Señor valoró profundamente. Esto nos recuerda que el ser humano ve lo superficial, pero Dios mira el corazón. Por otra parte, el Señor envió las plagas sobre Egipto después de que Moisés y Aarón advirtieran al faraón que, si no liberaba al pueblo, estas caerían sobre la nación. Sin embargo, el faraón hizo caso omiso, y las plagas comenzaron.

La primera plaga describe que el agua se transformó en sangre, seguidamente hubo una plaga de las moscas y ranas; así continúan hasta que llegó la peor: la muerte de todos los primogénitos a manos del ángel de la muerte. En ese momento Moisés se acercó al faraón y le advirtió que si no dejaba ir a su pueblo algo terrible sucedería, pero el faraón endureció su corazón y se resistía a liberarlos.

Entonces Dios mando una instrucción de protección para los judíos, les mandó a sacrificar un corderito para que su sangre fuese utilizada sobre los dinteles y los marcos de las puertas de sus casas y que posteriormente comieran ese corderito junto con hierbas y panes sin levadura, con esa instrucción el ángel de la muerte no los visitaría en sus casas.

Éxodo 12:7-14 nos indica lo siguiente:

“Y tomarán de la sangre, y la pondrán en los dos postes y en el dintel de las casas en que lo han de comer. Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas. Ninguna cosa dejaréis de él hasta la mañana; y lo que quedare hasta la mañana, lo quemaréis en el fuego. Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová. Pues yo pasaré aquella noche por la tierra de Egipto, y heriré a todo primogénito en la tierra de Egipto, así de los hombres como de las bestias; y ejecutaré mis juicios en todos los dioses de Egipto. Yo Jehová. Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis; y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá en vosotros plaga de mortandad cuando hiera la tierra de Egipto. Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis.” (Reina-Valera 1960).

Jehová estableció el mandato de celebrar la Pascua, pero los egipcios no prestaron atención. Como consecuencia, a la mañana siguiente, todos los primogénitos de sus casas murieron, incluyendo al hijo del faraón. Profundamente afectado por esta tragedia, el faraón finalmente decidió permitir que el pueblo de Israel se marchara de Egipto.

Es asombroso que un imperio tan poderoso como el egipcio, uno de los más grandes de la antigüedad, permitiera la liberación de su principal fuerza laboral. Cerca de un millón de israelitas, que habían trabajado en sus construcciones, labrado sus campos y servido como esclavos, fueron liberados. ¿Cómo fue posible? Solo una intervención divina pudo ablandar el corazón endurecido del faraón y permitir la salida de su pueblo.

Existe un antiguo escrito egipcio llamado el Papiro de Ipuwer, que describe el horror que vivió Egipto durante las plagas. La Pascua fue instituida por Dios como una celebración anual para conmemorar ese acontecimiento: la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. En esa fecha específica, recordarían cómo el Señor intervino poderosamente a su favor, y hasta el día de hoy continúa siendo celebrada. Esta fiesta representó para ellos un punto de contacto con un Dios Salvador. Sin embargo, a pesar de todas estas señales, muchos no reconocieron el momento más extraordinario en que Jehová se reveló al mundo como Salvador: a través de la cruz.

Lucas 22: 15-20 nos dice:

 “Y les dijo: ¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Porque os digo que no la comeré más, hasta que se cumpla en el reino de Dios. Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.  Y tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama.” (Reina-Valera 1960).

En estos versículos podemos apreciar la profunda importancia de la Cena del Señor. Jesús, el Hijo de Dios, transformó la celebración de la Pascua en algo nuevo y eterno. Ya no se trata de recordar la liberación de Egipto, sino de conmemorar el sacrificio en el Calvario. Él dijo: “Haced esto en memoria de mí”. Con estas palabras, la antigua Pascua dio paso a un nuevo pacto, sellado con Su sangre.

Dios no solo liberó a Su pueblo de la esclavitud física, sino que ahora ha traído libertad de una esclavitud mucho más profunda: el pecado. Ese enemigo invisible no solo destruye el cuerpo, sino que puede condenar el alma al infierno. Pero Dios no ha cambiado; sigue siendo el mismo Libertador que desea encontrarse con nosotros. Antes, la sangre en los dinteles de las puertas anunciaba protección; ahora, es la sangre del Cordero de Dios derramada en la cruz la que nos redime. Jesús no simplemente sustituye la Pascua: la cumple y la eleva, dándonos la Cena del Señor como el nuevo recordatorio de nuestra redención. Para el cristiano, ya no es la antigua Pascua lo que celebramos, sino la mesa del Señor, donde recordamos Su entrega por amor.

Así, cada vez que participamos del pan y del vino, proclamamos la muerte del Hijo de Dios. ¡Y eso es glorioso! Jesús murió por nosotros, nos amó aun conociendo lo peor de nuestro corazón. Él nos vio tal como somos, y aun así decidió salvarnos. Jesús es el Redentor perfecto, el cumplimiento de toda profecía. Todo el Antiguo Testamento apunta hacia Él: cada historia, cada figura, cada liberador humano era solo una sombra imperfecta de la verdadera esperanza. En Cristo se cumple toda promesa. Él es el centro de nuestra fe y el motivo de nuestra adoración.

Marcos 14:24 nos dice:

«Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.» (Reina-Valera 1960)

En este versículo se habla de un pacto diferente, de un nuevo testamento, un nuevo amanecer donde no vamos a volver atrás, Jesús toma la Pascua y la transforma en la comunión. 

Después de la muerte y la resurrección de Jesús, esto se convirtió en la celebración oficial de la iglesia, la cruz se volvió el centro de la iglesia y bajo esta celebración, la iglesia recuerda el sacrificio del Señor de forma constante. Jesús no dijo que tenía que haber una recurrencia al celebrar la comunión, solo dijo: haced esto en memoria de mí.  Lucas 22: 19 (Reina-Valera 1960).

Hechos 2:41-42 indica lo siguiente:

“Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Reina-Valera 1960).

En estos versículos se encuentran 4 elementos importantes de la iglesia del Señor: 

  1. Los que recibieron su palabra fueron bautizados y se añadieron aquel día como 3.000 personas: El Señor trajo el Pentecostés y todos los discípulos comenzaron a hablar en diferentes lenguas y se convirtieron tres mil personas y así comenzó la iglesia de Cristo. 
  2. Perseveraban en la doctrina de los Apóstoles: El Canon bíblico no había sido terminado y quienes tenían la doctrina nueva eran los discípulos, y estos eran los que predicaban a las multitudes.  
  3. En la comunión los unos con los otros: vendían todo lo que tenían, para ayudar a los que no tenían, llegaban los extranjeros y los hacían parte de la iglesia, todos vivían juntos y eran uno. 
  4. En el partimiento del pan y en las oraciones: se ayudaban el uno al otro en el partimiento del pan. El partimiento del pan era un concepto conocido para el pueblo, no era algo nuevo para ellos, era un concepto de la región palestina que se hacía constantemente, una costumbre que tenían. En el medio oriente la gente tiene la costumbre de sentarse a comer juntos y compartir por horas.  El verdadero significado del partimiento del pan tiene que ver con hacerlo con una intención muy clara, ¡celebrar el sacrificio del Señor siempre!

En el mundo antiguo, la iglesia primitiva reunía a personas de toda clase social y trasfondo. Todos compartían juntos con un mismo espíritu: traían su comida, la ponían en común sobre la mesa y recordaban el sacrificio de Cristo. Por un momento en la historia, todos eran iguales: hijos de Dios con la misma dignidad, porque el precio por cada uno había sido pagado con la misma sangre de Jesucristo. A estas celebraciones se les llamaba “ágape”, una palabra griega que significa el amor de Dios manifestado entre nosotros.

Sin embargo, la iglesia de Corinto comenzó a distorsionar este hermoso acto. En lugar de una expresión de amor y unidad, el ágape se transformó en una reunión egoísta y desordenada. Algunos se embriagaban, otros se entregaban a la glotonería, y muchos comían sin considerar a sus hermanos. Lo que debía ser un acto santo se volvió semejante a las fiestas ofrecidas a los ídolos paganos. Dios no tomó esto a la ligera: los reprendió severamente, y como consecuencia, algunos enfermaron y otros incluso murieron. Se habían acercado a la mesa del Señor con un espíritu profano, burlándose del sacrificio de Cristo y convirtiendo la comunión en una blasfemia.

En los siguientes versículos, Pablo escribe con enojo a la iglesia de Corinto.

1 Corintios 11: 17-18 nos dice lo siguiente:

“Pero al anunciaros esto que sigue, no os alabo; porque no os congregáis para lo mejor, sino para lo peor. Pues en primer lugar, cuando os reunís como iglesia, oigo que hay entre vosotros divisiones; y en parte lo creo.” (Reina-Valera 1960)

Reflexionemos sobre la intención con la que venimos a la iglesia: ¿Venimos a la iglesia para criticar, para hacer lo malo, para enredar a otros, para hablar sobre otros?

Recordemos que la iglesia no son cuatro paredes, la iglesia es un organismo vivo, somos el cuerpo de Cristo, tenemos que ser iglesia, mostrar con el buen ejemplo a la iglesia del Señor. La iglesia tiene dos caminos: destruir o edificar, cuando causamos división nos volvemos enemigos del evangelio.

Mateo 16: 18 indica lo siguiente:

“y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.” (Reina-Valera 1960).

Los peores enemigos a veces no son los de afuera, la Biblia enseña que salieron de adentro de la iglesia, así que cuando venimos con un corazón equivocado, con enemistad y altivez, nos volvemos destructores de la causa de Cristo. Muchas veces somos demasiado carnales, estamos demasiado ensimismados como lo menciona el siguiente versículo:

«Y yo, hermanos, no pude hablaros como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.» 1 Corintios 3:1 (Reina-Valera 1960).

También nos dice 1 Corintios 11:19 lo siguiente:

«Porque es necesario que haya entre vosotros herejías (o división), para que los que son aprobados se hagan manifiestos entre vosotros.» (Reina-Valera 1960).

Es precisamente en medio de la división, el conflicto o el desacuerdo donde se revela el verdadero carácter de las personas. Algunos, ante la más mínima corrección, se ofenden. Otros, dentro de la iglesia, aún no han aprendido a guardar silencio ni a renunciar a sus propios deseos por amor a la unidad del cuerpo de Cristo.

En 1 Corintios 11:19, cuando Pablo menciona a los «aprobados», también deja implícita la existencia de los «reprobados». Los reprobados son aquellos que, a pesar de las pruebas, no muestran fruto de transformación: enfrentan sus problemas generando más conflicto, se niegan a perdonar, resisten el cambio y reaccionan con enojo ante cualquier exhortación. En lugar de dejarse moldear por el Espíritu, persisten en la dureza del corazón.

Aprendamos de Jesús, nuestro mayor ejemplo: tomemos el mandato de la cena del Señor, como un recordatorio de su sacrificio por nosotros, de su amor, de su humildad, y que sea un anuncio al mundo de que vivimos por algo superior y valioso. Examinemos nuestro corazón, preguntémonos si realmente somos aprobados por Él, si somos realmente seguidores de Cristo, o vivimos solo por nuestras pasiones carnales.

¡Pidámosle al Señor que seamos reflejo de Él, siempre! 

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