La Vida del Discípulo - Pedro el Apóstol
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La Vida del Discípulo – Pedro el Apóstol

El discipulado es un tema de suma importancia, sin embargo; muchas veces no lo consideramos así porque implica humildad, sujeción, carácter formado, participar en un proceso y por supuesto nada de eso es popular, es decir, no nos agrada; pero al final, ese es el diseño de Dios.

Los grupos de estudio de la Biblia en casa son mayormente importantes pues representan el lugar donde se nos muestra el discipulado. Es ahí donde se estudia la Palabra de Dios y se nos instruye en las áreas que debemos cambiar, esto es, crecimiento junto a un líder que nos acompaña en nuestro caminar con el Señor. Así podemos cumplir con el mandamiento de Jesús de “ir a hacer discípulos”, pero primero debemos serlo nosotros.

En algunas ocasiones, nos encontramos con personas que por su accionar nos dejan un evidente sentimiento de amor en nosotros y que, posteriormente, nos confirman que efectivamente han nacido de nuevo en Cristo. También, por el contrario, encontramos otros que, por su estilo de vida, nos sorprenden cuando los escuchamos decir que son cristianos. 

Esto nos demuestra que, si bien es cierto que el evangelio se expone con nuestra boca, no basta con decirlo; también hay que vivirlo, serlo, mostrarlo con transformación y que nuestra boca tenga una completa coherencia con lo que nuestra vida dice. La frase: Si tenemos que decir que somos cristianos, para que la gente sepa que lo somos, entonces probablemente no lo somos” evidencia de forma muy clara lo que acabamos de mencionar. 

La vida del cristiano tiene que mostrar, en todas las áreas, cómo es nuestro Señor. El fruto de nuestra transformación debe ser evidente. Tenemos que evidenciarlo en nuestra integridad, forma de hablar, comportamiento, enfrentamiento de la adversidad y hasta teniendo paz en medio del problema; ya que eso habla sobre cómo es nuestra vida en Cristo y de nuestro proceso de cambio.

La vida de Pedro tuvo esa transformación de discípulo a apóstol. Empezó siendo un pescador cualquiera a quién Jesús un día se le presentó y le dijo “sígueme, pero antes deja tu red”, invitándolo así a dejar todo lo que giraba en torno a su negocio, para pasar a ser seguidor y discípulo del Señor. Pedro aceptó.

Luego de que Pedro lo siguió y se convirtió en discípulo, Jesús le dijo: “ahora que ya me has conocido, ya has intimado conmigo, me conoces y sabes quién soy yo, y se te ha sido revelado que yo soy el Mesías, entonces niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme”, invitándolo ahora a morir todos los días a lo que personalmente quería, anhelaba o buscaba y a tomar la decisión de seguirlo. Pedro, nuevamente decidió volver a aceptar el llamado de Jesús y su transformación, para pasar a ser apóstol del Señor. 

Humana, científica y bíblicamente, los seres humanos necesitamos procesos para nuestra transformación y poder cambiar nuestras formas de pensar. Para agilizar estos procesos, nuestra fuerza de voluntad ayuda en algunas ocasiones; sin embargo, es la fuerza del Espíritu de Dios la única capaz de lograrlo. Solamente la fuerza del Espíritu pudo transformar a Pedro de ser un pescador cualquiera para pasar a ser el hombre de Dios como fue. 

Sin el Espíritu de Dios, nosotros no podemos lograr nada. A través de nuestra fuerza de voluntad podemos ser capaces de mutar de una adicción a otra, pero la única forma en que se rompan las cadenas del pecado, de la inmoralidad y la deshonra a Dios, es por la obra de su Santo Espíritu en los creyentes. De esta forma, Pedro tomó una decisión, en su libre albedrío, y comprendió que la única forma de seguir creciendo en el caminar en el Señor, fue soltando el control de su vida y entregárselo por completo al Espíritu de Dios.  

Estamos aferrados a tener el control y eso nos impide caminar de victoria en victoria. Nos gusta tomar nuestras decisiones y salir por nuestras vías; es por eso que la única forma en que el Espíritu puede obrar en nosotros es cuando lo dejamos que obre. Tarde o temprano, los creyentes tendremos que entregarle todo al Espíritu de Dios, para que tome el control y timón de nuestras vidas y realice su ministerio.

El Espíritu Santo hizo su morada en nosotros el día en que recibimos a Cristo como Señor y Salvador. Fue por gracia que abrimos las puertas de nuestras vidas a Jesús, pero esto fue posible únicamente por la obra del Espíritu, pues nadie puede alcanzar ese entendimiento si no es porque Él mismo vino a habitar en nosotros, iluminándonos para ver, recibir y abrazar la fe.

Todos aquellos que hemos nacido de nuevo tenemos el Espíritu de Dios, el cual actúa como guía y su obra se manifiesta porque nos lleva a procesos de santificación; a través de los cuales queremos honrar a Dios, haciendo mejor las cosas y caminando en mayor integridad. La obra del Espíritu en la vida de los creyentes se ve no solo en los procesos exclusivos de toma de decisiones, sino también en la forma en que nosotros estudiamos la Biblia. 

La Biblia es letra para algunos y palabra de vida para otros.  Puede ser un libro de cuentos, texto o histórico para aquellos que tienen el corazón cerrado al Espíritu de Dios y así nunca recibirán su revelación. Pero el día en que le abrimos nuestro interior a Cristo, en ese momento, el Espíritu empieza a hablarnos y a transformarnos a través de las palabras escritas, dejando de ser un texto y pasando a ser vida. 

Es a partir de ahí que nos mueve, compunge y cambia, para aceptar que somos pecadores, llevándonos a vivir experiencias en donde lo que vamos aprendiendo lo vamos poniendo en práctica. Si los creyentes necesitamos caminar en paciencia e integridad, entonces la Palabra de Dios nos lleva a caminar de esa manera. De esta forma, el Espíritu nos va procesando y moldeando para que seamos las personas que Dios quiere que seamos. 

Para el caso de Pedro, Dios tomó sus puntos débiles y los transformó por medio de la obra de su Espíritu. Esta transformación de discípulo a apóstol se vio enmarcada por cuatro características o cualidades que deberíamos anteponernos nosotros mismos para preguntarnos: ¿Seremos así nosotros?:

  1. Pedro pasó de ser un pescador normal a un pescador de hombres.

Para comprenderlo, tomamos Mateo 4:18-20 Reina Valera 1960 (RVR 1960) donde nos dice: “Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron”, y nos hace entender que no podemos seguir a Cristo en nueva vida, si antes no dejamos nuestras viejas formas de vivir. Todo lo que nos lleve a distracción o pecado nos va a estorbar y nos va a impedir vivir la nueva vida en victoria que Cristo quiere que vivamos.

Pedro pasó de ser un empresario pescador a convertirse en un pastor y predicador. Esta transformación no fue solo de ocupación, sino de propósito: entendió que el trabajo diario ya no era solo una carga económica, sino una misión para transformar cada lugar al que llegan los creyentes. Al vivir y trabajar según el diseño de Dios, promovemos que Cristo sea glorificado incluso entre aquellos que nunca antes habían escuchado el evangelio.

Así comprendemos que nuestra profesión u oficio tiene un propósito dado por Dios: servir como una plataforma que abre puertas para que los creyentes entren en lugares marcados por el ocultismo, la oscuridad y la necesidad, y allí puedan hablarles de Jesús a quienes nunca han oído de Él. Al reconocer esto, nuestro trabajo deja de ser una carga diaria y se convierte en una misión. Ese es el campo de batalla donde Jesús nos ha enviado a desarrollar ministerio, por lo que debemos vestirnos cada día con la armadura de Cristo y esforzarnos por dar fruto para Su gloria.

En la transformación de Pedro de pescador de peces a pescador de hombres, el Señor no le quitó sus cualidades inéditas, ni su profesión de pescador, simplemente las transformó para su gloria. Hechos 2:41 y 42 Reina Valera 1960 (RVR 1960) dice: “Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones”.  Evidenciando la transformación que sufrimos aquellos que recibimos al Señor, moviéndonos a quedarnos, fundar y llenar su Iglesia.

Antes de conocer a Cristo, Pedro no tenía mucha preparación ni educación, pero fue transformado completamente por la obra del Espíritu Santo. Esa es la obra del mismo que un día nos dice: “arroja tus redes y recogerás una gran cantidad de peces”, pero que, luego de transformarnos, nos dice: “arroja tus nuevas redes”, es decir, tu boca, y predica el evangelio”. Así, miles de personas se volverán al Señor.

  1. Dios transforma a un hombre impulsivo y lo hace trascendente.

Definitivamente, eso se cumplió en Pedro. Juan 18:10 Nueva Traducción Viviente (NTV) dice: “Entonces Simón Pedro sacó una espada y le cortó la oreja derecha a Malco, un esclavo del sumo sacerdote”, dejándonos en evidencia al antiguo Pedro, iracundo e impulsivo (es decir que hace lo primero que piensa), el cual luego es transformado por Jesús a una mente nueva. Los creyentes cambiamos cuando nuestras mentes cambian. Lo que el Señor quiere es que llenemos, renovemos y hagamos de nuestras mentes la mente de Cristo. Así, con esas mentes renovadas, nuestras decisiones van a ser agradables a Cristo mientras que, por el contrario, si nuestras mentes siguen siendo corruptas, entonces solo corrupción va a salir. 

Se trata de renovación. De una sola fuente sale agua dulce o agua salada y eso no está bien. Por eso, si no estamos continuamente exponiéndonos y memorizando la Palabra de Dios, nuestras decisiones van a ser “emocionales dirigidas por la carne” y, por lo tanto, desagradables al Señor. Por el contrario, cuando vamos a la Biblia y vemos lo que es bueno para Dios, entonces nuestras decisiones van a ser agradables para Él.

Históricamente, los judíos rechazaban a los gentiles y no compartían su fe con ellos. Pero Jesús le cambió la mente a Pedro, transformándole su forma de ver el ministerio y llevándolo a amar al prójimo (gentiles) y a hacerlos discípulos de Cristo.

Hechos 10:44-48 Nueva Traducción Viviente (NTV) dice: “Mientras Pedro aún estaba diciendo estas cosas, el Espíritu Santo descendió sobre todos los que escuchaban el mensaje. Los creyentes judíos que habían llegado con Pedro quedaron asombrados al ver que el don del Espíritu Santo también era derramado sobre los gentiles. Pues los oyeron hablar en otras lenguas y alabar a Dios. Entonces Pedro preguntó: ¿Puede alguien oponerse a que ellos sean bautizados ahora que han recibido el Espíritu Santo, tal como nosotros lo recibimos? Por lo tanto, dio órdenes de que fueran bautizados en el nombre de Jesucristo. Después, Cornelio le pidió que se quedaran varios días con ellos.”  

Esto demuestra que Pedro pasó de rechazar a los gentiles a rendirse completamente a lo que la Palabra y el Espíritu de Dios decían. Aunque su mente le decía que no debía perdonarlos, la Palabra de Dios le mostraba que sí podía hacerlo.

Entonces, ¿a qué mensaje vamos a prestar atención? ¿A nuestras mentes corruptas e imperfectas, o a las verdades de la Palabra de Dios que pueden transformarnos? Lo cierto es que, sin la Biblia, no hay crecimiento ni transformación. Pero para que eso suceda, necesitamos disciplina y un verdadero deseo de vivir conforme a esas verdades y ser renovados.

Generalmente, no sentimos que la verdad bíblica sea necesaria de inmediato. Sin embargo, llegará un día de aflicción en el que esa verdad tocará nuestras vidas. Si en ese momento tomamos la decisión correcta, diremos: “Gloria a Dios que tuve la disciplina para atravesar el proceso, y así hoy podremos glorificarlo de una mejor manera. De lo contrario, podríamos seguir atrapados en el pecado, aun siendo creyentes.

  1. El Espíritu de Dios transforma la persona ordinaria y la hace extraordinaria.

Pedro fue una persona común y corriente, que Dios transformó y usó de formas inimaginables. Hechos 5:12 Reina Valera 1960 (RVR 1960) nos confirma lo expresado en la frase anterior: “Y por la mano de los apóstoles se hacían muchas señales y prodigios en el pueblo; y estaban todos unánimes en el pórtico de Salomón. De los demás, ninguno se atrevía a juntarse con ellos; mas el pueblo los alababa grandemente. Y los que creían en el Señor aumentaban más, gran número así de hombres como de mujeres; tanto que sacaban los enfermos a las calles, y los ponían en camas y lechos, para que al pasar Pedro, a lo menos su sombra cayese sobre alguno de ellos. Y aún de las ciudades vecinas muchos venían a Jerusalén, trayendo enfermos y atormentados de espíritus inmundos; y todos eran sanados.”

La iglesia no consiste en un lugar lleno de personas que creen que su fe se basa únicamente en asistir los domingos, sentarse cómodamente y escuchar. Esa no es la Iglesia de Cristo. En la Biblia vemos milagros, prodigios, poder y palabra viva, y estos no solo ocurrieron en los tiempos bíblicos, sino que también se han manifestado en la Iglesia desde la venida de Cristo hasta hoy.

Y no se trata de simples actos emocionales: los milagros falsos no producen transformación. En cambio, un verdadero milagro marca nuestras vidas, nos transforma profundamente y nos lleva a decir: “Ya no soy el mismo”. Esa transformación nos impulsa a no volver atrás y nos da la pasión y la fuerza para anunciar a Cristo una y otra vez. 

Nada nos separa de Pedro, porque al igual que él, tenemos el Espíritu de Dios obrando en los creyentes y eso es lo único que necesitamos. La promesa de Dios en Juan 14:12 Nueva Traducción Viviente (NTV) es que “…hará las mismas obras que yo he hecho y aún mayores…”, y lo evidenciamos cuando vemos que entramos en derrota y salimos en victoria, en adicción y salimos libres o con tendencias suicidas y después de una reunión, salimos con el gozo del Señor queriendo transformar nuestras vidas.

Ver milagros y prodigios debería ser la norma de vida en los creyentes, porque tenemos lo que se necesita, que es el poder del Espíritu de Dios para hacer lo extraordinario, pero está en nosotros involucrarnos o no.

  1. Pedro es transformado de un hombre cobarde a uno valiente.

El Señor le dijo a Pedro en Mateo 26:34 Reina Valera 1960 (RVR 1960) : “De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces”, y efectivamente, de forma cobarde, empezó a negarlo.

Según Mateo 26:74-75 Reina Valera (RVR 1960): Pedro juró: —¡Que me caiga una maldición si les miento! ¡No conozco al hombre! Inmediatamente, el gallo cantó. De repente, las palabras de Jesús pasaron rápidamente por la mente de Pedro: «Antes de que cante el gallo, negarás tres veces que me conoces». Y Pedro salió llorando amargamente.”

Lo anterior demuestra que una de las formas más rápidas de alejarnos de Jesús es a través de nuestras palabras, especialmente cuando empezamos a maldecir o decir groserías. No podemos llamarnos cristianos y al mismo tiempo hablar de manera ofensiva, porque ese tipo de lenguaje rompe nuestra comunión con el Señor.

Sin embargo, alrededor de unos cuarenta días después de que Pedro negara con maldiciones tres veces al Señor, la palabra nos dice en Hechos 5:29 Reina Valera 1960 (RVR 1969) lo siguiente: “Respondiendo Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres levantó a Jesús, a quien vosotros matasteis colgándolo en un madero. A este, Dios ha exaltado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados. Y nosotros somos testigos suyos de estas cosas, y también el Espíritu Santo, el cual le ha dado Dios a los que le obedecen.”  

Este texto nos muestra a un Pedro completamente diferente y valiente, que pasó de tener temor a los hombres, para tener temor a Dios.

Muchas veces, el Espíritu de Dios viene y toca nuestra vida para llenarnos de gozo adorando al Señor, pero el temor a lo que dirán los demás nos impide entregarle el control; solo por justificarnos y poner una imagen agradable ante ellos. O bien, pasamos a ser cristianos incógnitos en nuestros trabajos o colegios y nadie sabe que somos creyentes, no nos ven orando por nuestros alimentos, porque nos ganó el temor hacia los hombres. ¡Nos ganó el miedo y el qué dirán de los hombres, al temor y el qué dirá Dios! 

Tenemos la responsabilidad de llevar a Cristo a nuestros hogares y hacer discípulos dentro de nuestras propias familias. Sin embargo, muchas veces dejamos que las emociones nos dominen: nos sentimos incapaces, inseguros o hasta ridículos al intentar enseñar, y terminamos dejando de hacer lo que Dios nos ha encomendado.

Como sociedad, también hemos perdido el temor a Dios, y en parte esto se debe a que se ha perdido el respeto hacia los padres. Pero muchas veces somos nosotros mismos, como padres, quienes no cultivamos en nuestros hijos un temor reverente basado en el amor y el ejemplo.

El temor basado en el respeto y el amor hacia los padres puede protegernos de tomar decisiones que podrían arruinar nuestra vida para siempre. Ese temor santo, lleno de respeto y reverencia, y con el deseo genuino de hacer lo correcto, ha dejado de cultivarse. Por eso, hoy en día la sociedad vive sin temor a nada. Dios es nuestro Padre por excelencia y lo primero que Él establece lo encontramos en Proverbios 1:7 Reina Valera 1960 (RVR 1960) que dice: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza.”

En valentía, Pedro dejó de temer tanto a los hombres que llegó a un punto donde entregó su vida por amor al Señor. De igual manera, la revelación de Dios llevó a los apóstoles a un punto tal de valor, que todos sin excepción, incluso Pablo, dieron su vida por lo que ellos vieron y constataron; convirtiendo la fe cristiana en algo real.

Recordemos lo establecido en 1 Pedro 4:14 Nueva Traducción Viviente (NTV): “Si los insultan porque llevan el nombre de Cristo, serán bendecidos, porque el glorioso Espíritu de Dios reposa sobre ustedes.” y tengamos presente que cuando dejamos que el Espíritu de Dios se manifieste en nosotros, vamos a ser perseguidos y atacados, incluso por nuestras propias familias.

Dios quiere usarnos a pesar de nuestras imperfecciones, simplemente porque le agrada hacerlo a través del Espíritu que habita en nosotros. El Señor desea que entremos con Él a ese lugar donde somos personas de influencia y podamos experimentar Su poder. Lo único que necesitamos es dejar de poner excusas, entregarle el control y rendirnos completamente a Él. 

Queremos experimentar el poder y las maravillas del Señor cuando abrimos nuestra boca y nos convertimos en instrumentos para Su gloria, siendo pioneros de bendición para nuestras familias y quienes nos rodean. Por eso, entreguemos nuestras vidas al mismo Espíritu que estuvo en Pedro y que levantó a Cristo de entre los muertos.

Él quiere usarnos y transformarnos, quitando el miedo, la vergüenza, las cargas y las emociones que nos impiden servirle de maneras inimaginables — para nuestra bendición y la de quienes vienen después de nosotros.

¡Hoy sembremos y cosechemos un compromiso con el Espíritu Santo, diciéndole con firmeza: “¡Aquí estamos!”!

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