Los nombre de Dios – El Elyon
Los nombres de Dios son la forma en que el Señor se nos revela a través de Su palabra, en las diversas situaciones que pasan en la Biblia con la intención de mostrarnos Su naturaleza. No se trata de que sean muchos dioses, sino de cualidades, atributos o formas en las que se revela a sí mismo. Al estudiar estos diversos nombres, vamos a entender con cuál faceta o atributo suyo estamos lidiando en una determinada situación.
En nombre de EL ELYON, quiere decir “Dios, el más alto” o “Dios Altísimo”. Él es el único que está eternamente en lo alto, en el cielo y tiene toda la mayor autoridad para extender su mano y sacarnos del fondo para, un día, llevarnos en medio de su presencia.
Este nombre, habla de la habilidad de Dios para gobernar de dos formas:
1) Él decreta porque es la autoridad. Nuestra autoridad como iglesia local es simplemente delegada.
2) Él anula cualquier cosa que haya sido decretada y que vaya en contra de su autoridad. Por eso, Jehová es el que tiene la última palabra en cualquier situación, condición o circunstancia por la que estemos atravesando; es decir, en todo.
Para poder entender su nombre, soberanía y gobierno, debemos entrar en la Biblia y entender de dónde salió y cómo se estableció en la historia. Previamente, recordemos que los primeros once capítulos de Génesis en la Biblia son el preludio del plan redentor, donde tenemos un Dios creador – El Elohim – dándonos, por su gracia, constantes oportunidades, pero nosotros fallándole continuamente. Esta también es nuestra realidad de hoy en día, es decir, somos el preludio contemporáneo de la Biblia.
No es sino hasta el Génesis 12 cuando Dios, sacando un hombre llamado Abram de una tierra pagana, le da una promesa y le dice “sal del lugar de idolatría en el cual estás y vete a la tierra que yo te mostraré pues de ti saldrá una gran nación, una descendencia como arenas en el mar y estrellas en los cielos y de esta nación yo bendeciré este plan de manera que, el que te bendiga yo lo bendeciré y el que te maldiga yo lo maldeciré”. A partir de esa promesa, el Señor empezó a obrar en el plan de redención, el cual hoy nos permite salir de la esclavitud en la que nos encontrábamos por nuestro pecado.
Génesis 13 relata cómo Abram obedeció y se dirigió a la tierra prometida, junto con su sobrino llamado Lot, recibiendo muchas bendiciones. Esto nos lleva a meditar en el hecho de que cuando caminamos en obediencia y adoración al Señor, recibiremos bendiciones y prosperidad del Todopoderoso, extendiéndose inclusive a aquellos que caminan a nuestro lado.
Las bendiciones del Señor para con Abram y Lot fueron tantas, que no podían viajar juntos, separándose hacia lados opuestos. Lot decidió ir hacia la tierra de Sodoma y Gomorra, porque con sus ojos naturales vieron prosperidad terrenal en esa tierra, mientras que Abram tomó hacia el lado contrario y se estableció allí.
En Génesis capítulo 14 se relata acerca de cuatro naciones grandes que declararon la guerra y conquistaron a otras cinco más pequeñas; entre las cuales estaban Sodoma y Gomorra, imponiéndoles una carga tributaria a cambio de vida y protección. Luego de 13 años, cansadas del tributo, las naciones pequeñas se rebelaron provocando el enojo y el contrataque de las grandes, capturando a muchos habitantes y llevándolos como esclavos de regreso a Babilonia. Un servidor de Lot se escapó y fue donde Abram y le dijo que su patrón había sido tomado como rehén, como prisionero que había perdido libertad y que pasaría a ser esclavo de aquella nación grande.
Con la noticia, Abram formó un pequeño ejército para rescatar y regresar a su sobrino, así Génesis 14:14 Nueva Traducción Viviente (NTV) nos dice “Cuando Abram se enteró de que su sobrino Lot había sido capturado, movilizó a los trescientos dieciocho hombres adiestrados que habían nacido en su casa. Entonces persiguió al ejército de Quedorlaomer hasta que lo alcanzó en Dan”, dejándonos claro que Abram ya tenía muchos hombres capacitados para la guerra. La lección es que el llamado o propósito del Señor trae consigo una responsabilidad: la de estar preparados para servirle.
Ante el llamado de Dios, Abram pudo haberse quedado en una espera pasiva, sin hacer nada y dejando que el Señor obrara por sí mismo. Sin embargo, decidió actuar.
De igual manera, nosotros también tenemos una responsabilidad: en la medida en que actuamos con fe, Dios también obra a nuestro favor.
Esto nos lleva a reflexionar: muchas veces los cristianos olvidamos que nos corresponde asumir esa parte del compromiso. Debemos hacer lo que está a nuestro alcance, y entonces Dios hará lo que solo Él puede hacer. Abram comprendió esto; aunque no tenía conflictos con nadie, se preparó para enfrentar la situación.
Por eso, meditemos: ¿qué estamos haciendo nosotros frente a lo que el Señor nos ha prometido? Con el mínimo esfuerzo, no vamos a encontrar la provisión de Dios.
Es importante aclarar que Moisés, como autor de los primeros cinco libros de la Biblia, procura situar cada relato en su contexto correcto. Por eso incluye la referencia a “Dan” mencionada al final del versículo, aunque en ese momento histórico aún no se había establecido.
Génesis 14:15-16 Nueva Traducción Viviente (NTV) nos dice “Allí dividió a sus hombres en grupos y atacó durante la noche. El ejército de Quedorlaomer huyó, pero Abram lo persiguió hasta Hoba, al norte de Damasco. Abram recuperó todos los bienes que habían sido tomados, y trajo de regreso a su sobrino Lot junto con sus pertenencias, las mujeres y los demás cautivos”, evidenciándonos que Abram, apoyado en su ejército que ya tenía preparado, fue, luchó y recuperó todo lo que sus enemigos le habían quitado. Este triunfo fue ¿por capacidad del ejército de Abram o por gracia, autoridad y soberanía de Dios? Buscamos la respuesta como sigue.
Génesis 14:17-20 Nueva Traducción Viviente (NTV) indica “Después de que Abram regresó de su victoria sobre el rey Quedorlaomer y todos sus aliados, el rey de Sodoma salió a encontrarse con él en el valle de Save (que es el valle del Rey). Y Melquisedec, rey de Salem y sacerdote del Dios Altísimo, le llevó pan y vino a Abram. Melquisedec bendijo a Abram con la siguiente bendición: “Bendito sea Abram por Dios Altísimo (El-Elyon), Creador de los cielos y la tierra. Y bendito sea Dios Altísimo (El-Elyon) que derrotó a tus enemigos por ti”. Luego Abram dio a Melquisedec una décima parte de todos los bienes que había recuperado”.
Este pasaje nos muestra a Melquisedec —cuyo nombre significa “Rey de Justicia”—, quien era rey de Salem, es decir, “Rey de Paz” (pues Salem se traduce como shalom, o “paz”).
En su condición de gentil —ya que el pueblo de Israel aún no había sido constituido como pueblo de Dios—, Melquisedec también fue sacerdote del Dios Altísimo (El-Elyon), a pesar de no pertenecer al linaje de Aarón, pues vivió muchos siglos antes. Él salió al encuentro de Abram para bendecirlo y recordarle que la victoria no había sido suya, sino del Dios Altísimo, quien había peleado por él y le había dado el triunfo.
Pocos hombres en la Biblia ocuparon el doble papel de rey y sacerdote como Melquisedec. En la cultura hebrea, era el mayor quien tenía la autoridad para bendecir al menor; por eso, Abram comprendió el mensaje y respondió a la bendición reconociendo que su victoria no provenía de sí mismo, sino del Dios Altísimo (El-Elyon), quien se la había concedido.
Con un corazón generoso y agradecido, Abram entregó el diez por ciento de todo lo que había recibido. Así demostró que valoraba más la bendición del Señor —al rescatar a su sobrino de la esclavitud terrenal— que el botín material obtenido en la batalla.
Esto nos enseña cómo debe ser también nuestro corazón: más dispuesto a honrar a Dios por la victoria espiritual que a aferrarse a los logros o recompensas materiales.
En Génesis 14:21-24 (NTV) leemos “El rey de Sodoma le dijo a Abram: – Devuélveme a mi pueblo, el cual fue capturado; pero puedes quedarte con todos los bienes que recuperaste. Abram le respondió al rey de Sodoma: —Juro solemnemente ante el Señor, Dios Altísimo, Creador de los cielos y la tierra, que no tomaré nada de lo que a ti te pertenece, ni un simple hilo ni la correa de una sandalia. De otro modo, podrías decir: “Yo soy quien enriqueció a Abram”. Aceptaré solamente lo que mis jóvenes guerreros ya han comido, y pido que tú entregues una porción justa de los bienes a mis aliados: Aner, Escol y Mamre”. Es Abram quien nos muestra que su Dios y el de Melquisedec son el mismo: El-Elyon, el Dios Altísimo y Soberano, quien tenía la última palabra.
Conociendo la reputación del rey de Sodoma, Abram no aceptó tomar nada de él y dijo lo siguiente: “Porque nunca podrán decir que yo me enriquecí de tus bienes, porque el único que me provee es Jehová”. Esto nos invita a meditar en que nuestra provisión no proviene del trabajo que realizamos ni de lo bueno que podamos ser en nuestras actividades terrenales, sino que es El-Elyon el único y verdadero proveedor de nuestra vida.
A nosotros nos corresponde mantenernos atentos para agradecerle siempre. El simple hecho de abrir los ojos cada mañana es motivo suficiente para darle gracias al Señor por todo, y aún más por la vida, porque Él es el Soberano y el único que tiene la última palabra.
Reflexionemos: ¿Hemos sido esclavos o rehenes de un pasado, de adicciones, del odio, de nuestras emociones, del alcohol, las drogas, enfermedades, el rencor, de una persona que nos rompió el corazón, o de una situación en particular? Recordemos que el Señor nos llama a esperar, porque nuestro caso ha sido presentado ante los tribunales celestiales. No somos nosotros ni las circunstancias terrenales quienes tenemos la última decisión; esa autoridad pertenece únicamente a El-Elyon, el Dios Altísimo, quien tiene la última instancia y pronuncia la última palabra.
Dejemos de escuchar tantas opiniones terrenales, incluso las nuestras, que nos dicen que nuestra situación no cambiará. Rindámonos ante la opinión del Señor, porque eso es lo que Él nos pide. Entreguemos nuestros pensamientos, palabras y opiniones al Altísimo, y Él tomará el control. ¿Queremos ver el gobierno de Dios en nuestra vida? Entonces estudiemos cuatro cualidades que nos ayudarán a comenzar a vivir bajo el gobierno del Señor:
1) Nosotros a lo nuestro y Dios a lo de Él.
Dios, El-Elyon, cumplirá su parte y hará todo lo que te ha prometido. Pero la pregunta es: ¿qué estamos haciendo nosotros para contribuir a ese propósito? A veces pensamos que la iglesia resolverá los problemas de nuestros hijos, sin comprender que a nosotros nos corresponde involucrarnos, servir y convertirnos en parte activa de esas soluciones. Solo así podremos ser un ejemplo vivo de pasión y fe para ellos.
¿Cómo van nuestros hijos a seguir al Señor si no ven en nosotros pasión por la fe, constancia en la oración, hambre por la Palabra, deseo de estar en la presencia de Cristo o compromiso con la asistencia a la iglesia? Si nosotros no los guiamos a comprometerse con Cristo, entonces el mundo los comprometerá con el enemigo.
2) No nos asociemos con el enemigo.
Tal y como Abram rechazó la propuesta del rey de Sodoma. Lo peor que puede hacer un cristiano es asociarse con una persona que tiene un conjunto de valores completamente diferente al nuestro. La salida fácil para nosotros siempre será ceder todo el control a El Elyon. Nunca comprometamos los valores del reino de Dios por hacer las cosas a nuestra manera y así mantendremos siempre una sana relación con el Altísimo. Es mejor que estemos en la escasez con el amado que en la opulencia, pero sin Él.
3) Atesoremos lo espiritual.
Dios es sobrenatural y su mano la vemos constantemente haciendo milagros. Solo el Espíritu del Señor operando puede transformarnos, traernos revelación, levantarnos cuando estamos muertos y darnos vida, por eso atesoremos lo espiritual cada vez más. Las ofrendas materiales pueden verse de dos maneras: como una imposición terrenal periódica o bien como una forma de agradecimiento a la bendición que recibimos de Dios.
En nuestra iglesia local, nunca se ha hecho de la primera manera; por imposición, porque se está tan agradecidos de ver la gracia de Dios, que nuestra respuesta es la de abrir las puertas y darle oportunidad a cada uno de dar o sembrar, conforme a la generosidad que está en su corazón.
4) Reconozcamos la dependencia de Dios.
De esta forma veremos el gobierno suyo en nuestras vidas moviéndonos a dos condiciones:
La primera: nuestro orgullo es derribado y eso nos lleva a humildad, porque nos damos cuenta de que no son nuestros talentos o habilidades, sino que es el Señor obrando y procesándonos para parecernos cada vez más a Cristo; y la segunda: cuando sabemos que todo depende de Dios, esto nos llena de agradecimiento al reconocer que todo lo que tenemos es de Él.
Entendidos ahora que El Elyon es el nombre que nos refleja al Dios Altísimo, podemos detallar unos aspectos por medio de los cuales podemos decir que Jesús es Su Hijo a la vez El Elyon:
– Él se entregó a sí mismo para traernos paz. Jehová nos provee antes de que haya la necesidad y de esta forma, antes de que nosotros pecáramos, ya Él nos había provisto de una forma para acercarse a nosotros. Desde antes que hubiera necesidad, ya Jehová proveyó el lugar, la cruz y al Príncipe de Paz para que muriera por nosotros, pagando nuestros pecados y así todos los que éramos rehenes, cautivos y estábamos en medio del pecado, pudiéramos salir y vivir como libres.
Es a través de Isaías 9:6-7 (NTV) que nos dice “Pues nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado; el gobierno descansará sobre sus hombros, y será llamado: Consejero Maravilloso, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz. Su gobierno y la paz nunca tendrán fin”. Y por eso, si no conocemos a Jesús, nunca hemos conocido la paz que sobrepasa todo entendimiento, el gozo, la verdadera fe y esperanza. Porque esa paz está cuando la persona de Cristo entra en ese vacío de angustias donde nos encontramos y nos llena con su presencia.
– Jesús es el hijo del Altísimo, tal y como lo dice Lucas 1:32 (NTV) “Él será muy grande y lo llamarán Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David”, de esta manera el Señor dijo: “el soberano tiene un lugar donde gobernará sobre todo y sobre todos” porque ese es el llamado que Él le dio al Mesías. Así, cuando Él se sienta sobre el trono de nuestras vidas, gobernará sobre todo y todos.
– Él es el que gobierna, el sacerdote conforme al linaje de Melquisedec. Jesús no fue el sacerdote de Merquisedec del cual fue profetizado que Él iba a traer gobierno de una vez y para siempre.
El Salmo 110:1-4 (NTV) dice “El Señor le dijo a mi Señor: “Siéntate en el lugar de honor a mi derecha, hasta que humille a tus enemigos y los ponga por debajo de tus pies. El Señor extenderá su poderoso reino desde Jerusalén, y gobernarás a tus enemigos. Cuando vayas a la guerra, tu pueblo te servirá por voluntad propia. Estás envuelto en vestiduras santas, y tu fuerza se renovará cada día como el rocío de la mañana. El Señor ha hecho un juramento y no romperá su promesa: “Tú eres sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec”.
Jesús no es solamente el Hijo de El-Elyon; Él mismo es el Dios Altísimo, el más elevado sobre todo y sobre todos. Así lo confirma Apocalipsis 19:11-16 (NTV):
“Entonces vi el cielo abierto, y había allí un caballo blanco. Su jinete se llamaba Fiel y Verdadero, porque juzga con rectitud y hace una guerra justa. Sus ojos eran como llamas de fuego y llevaba muchas coronas en la cabeza. Tenía escrito un nombre que nadie entendía excepto él mismo. Llevaba puesta una túnica bañada de sangre, y su título era ‘la Palabra de Dios’.
Los ejércitos del cielo, vestidos de lino blanco, puro y de la más alta calidad, lo seguían en caballos blancos.
De su boca salía una espada afilada para derribar a las naciones. Él las gobernará con vara de hierro y desatará el furor de la ira de Dios, el Todopoderoso, como el jugo que corre del lagar.
En la túnica, a la altura del muslo, estaba escrito el título: ‘Rey de todos los reyes y Señor de todos los señores’.”
Este pasaje nos muestra que Jesús es el más alto en todo reinado, autoridad, gobierno y dominio, porque Él es el Altísimo.
Si hoy nos encontramos en un hoyo, en una circunstancia imposible, en dolor, enfermedad o cualquier situación que nos haga sentir sitiados por nuestros enemigos, entonces la siguiente oración es para nosotros. Necesitamos proclamarla en nuestro corazón, porque la Palabra de Dios está hablando directamente a nuestra vida.
El Salmo 91:1-16 Reina Valera 1960 (RVR1960) declara:
“El que habita al abrigo del Altísimo
Morará bajo la sombra del Omnipotente.
Diré yo a Jehová: Esperanza mía, y castillo mío;
Mi Dios, en quien confiaré.
Él te librará del lazo del cazador,
De la peste destructora.
Con sus plumas te cubrirá,
Y debajo de sus alas estarás seguro;
Escudo y adarga es su verdad.
No temerás el terror nocturno,
Ni saeta que vuele de día,
Ni pestilencia que ande en oscuridad,
Ni mortandad que en medio del día destruya.
Caerán a tu lado mil,
Y diez mil a tu diestra;
Mas a ti no llegará.
Ciertamente con tus ojos mirarás
Y verás la recompensa de los impíos.
Porque has puesto a Jehová, que es mi esperanza,
Al Altísimo por tu habitación,
No te sobrevendrá mal,
Ni plaga tocará tu morada.
Pues a sus ángeles mandará acerca de ti,
Que te guarden en todos tus caminos.
En las manos te llevarán,
Para que tu pie no tropiece en piedra.
Sobre el león y el áspid pisarás;
Hollarás al cachorro del león y al dragón.
Por cuanto a mí ha puesto su amor, yo también lo libraré;
Le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre.
Me invocará, y yo le responderé;
Con él estaré yo en la angustia;
Lo libraré y le glorificaré.
Lo saciaré de larga vida,
Y le mostraré mi salvación.”
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