Amargura

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Si pensamos en la palabra amargo, ¿qué es lo primero que se nos viene a la mente?. Quizás un jarabe, una pastilla, una toronja, en fin, algo que a nuestro paladar provoca que arruguemos la cara por su desagradable sabor.

Muchos hemos conocido personas que se enojan por todo, que su hablar siempre es negativo, y que parecieran ver todo en su vida en una forma pesimista. A menudo nos referimos a esas personas con el adjetivo amargado o amargada. A menudo nos apresuramos también a juzgarlos. En realidad es muy difícil tener que lidiar con personas así a nuestro alrededor.

Así es, lo amargo en realidad es algo desagradable.

Muchas veces una herida profunda puede convertirse en un resentimiento, este en falta de perdón, el no perdonar en amargura, y el siguiente escalón es el odio.

Muchas heridas ocurren en la niñez causando fuertes traumas que se guardan en lo más profundo de nuestro ser y que eventualmente tendrán un impacto en la forma en la que nos desenvolvemos y relacionamos como adultos. Nos cuesta confiar, nos volvemos inseguros, a menudo sumamente tímidos o al contrario desarrollamos una imagen de autosuficiencia, autocontrol y prepotencia que solo revela el daño interior que tenemos.

De ninguna manera una agresión física o verbal hacia una persona indefensa es justificada. Aunque el daño no sea en absoluto algo que mereciéramos, el albergar dolor no soluciona ni el problema ni el pasado, ni el cómo nos sentimos ni el cómo vivimos y viviremos el presente y el futuro. Pero  vivimos en un mundo caído; lo cual significa que al estar el ser humano separado de Dios se hace manifiesta su naturaleza, inclinada más al mal que al bien.

Necesitamos una cura contra la amargura y no permitir que ella gobierne nuestros corazones; pues no solo nos hacemos daño a nosotros mismos sino también a los demás; y muchas veces terminamos hiriendo a personas que no tienen absolutamente nada que ver con lo que nos haya sucedido.  Y así podemos ir por la vida, hiriendo y siendo heridos constantemente. Pero; ¿cómo nos quitamos ese dolor tan intenso causado la mayoría de veces en forma injusta, donde fuimos maltratados, calumniados, agredidos, humillados?. La solución se llama Jesús.

Si aún no lo conoces, te invitamos a que le pidas a Dios revelación para que te ayude a hacerlo. La biblia afirma que Jesús es el Hijo de Dios. Este nombre ha sido cuestionado, criticado, mal interpretado, e inclusive despreciado y odiado por miles de años; sin embargo es en su nombre que millones de vidas han sido transformadas, sanadas y restauradas a lo largo de la historia. Todo aquél que por la gracia de Dios tiene un encuentro genuino y verdadero con Jesús; nunca más vuelve a ser igual: es amado, perdonado, justificado y liberado de lo que lo consume y que no le permite cumplir el propósito para el cual fue creado.

Aquello que nos consume nos hace esclavos de ello. Si la amargura gobierna nuestro corazón; nos volvemos esclavos de ella.

Jesús no es filosofía, no es un estilo de vida, no es un método o un reglamento por cumplir para ganarnos la aprobación de Dios. Jesús es la esencia de la vida. Juan 1:3-4 nos dice sobre Jesús que: “Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

La biblia indica sobre la amargura: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” Efesios 4:31-32

Pero; ¿cómo nos quitamos la amargura?. La biblia dice que perdonando de la misma manera que Cristo nos perdonó a nosotros.

Sólo podremos aprender a perdonar si entregamos nuestra vida a Jesús y le pedimos a Dios que nos revele por el poder de su espíritu, cuál era nuestra condición humana apartada de Él y cuán grande fue su amor por nosotros para que aún siendo pecadores Él nos perdonara y en su infinita misericordia entregara a su Hijo Jesucristo a morir por nosotros, y darnos vida eterna en Él. Es un proceso, es diario, es continuo, pero Dios nos ayuda si le creemos.

Jesús dijo en Mateo 5:31-32 : “los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento”. La amargura es como una enfermedad que nos carcome, nos lastima, hace daño a otros y no agrada a Dios. Pero Él nos llama a entregársela, nos llama al arrepentimiento. Él entiende nuestro dolor, Él no es ajeno a él. Jesús siendo Dios fue vituperado, odiado sin causa, calumniado, traicionado, acusado y crucificado; por ti y por mi. Como el peor de los delincuentes fue llevado a la cruz, y no abrió su boca, sino que cumplió la voluntad del Padre: dar su vida a cambio de la nuestra para reconciliarnos con Dios. Murió y resucitó triunfando sobre la muerte y el poder del pecado. El venció todo mal, pues la palabra enseña que en la cruz Él cargó con toda la maldad del mundo. Jesús venció el poder que ejerce la amargura en nuestras vidas y nos llama a libertad; a deshacernos de ella porque Él ya rompió con el poder que tenía en nuestras vidas una vez y para siempre.

Sólo reconociendo cuán grande es su santidad, su majestad, su misericordia, su grandeza y su poder, podemos tener revelación de la magnitud de su amor y de la dimensión de lo que nos perdonó. Si nos examinamos muy sinceramente, sabemos que así como hemos sido lastimados nosotros también hemos hecho daño a otros. Pero el odio nunca se resolverá con más odio; ni repetir el mismo patrón traerá sanidad a nuestras vidas.

Necesitamos un transplante de corazón para impregnarnos de la vida de Jesús en nosotros y con su amor poder ser libres de la esclavitud de la amargura. Su palabra dice: “Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.” Ezequiel 36:26.

La justicia y la verdad no deben separarse. La biblia también dice que el amor no se goza de la injusticia más se goza de la verdad.. Y; la verdad es Cristo. Y la justicia perfecta se encuentra en Él. Juan 14:6 dice: “yo soy el camino; la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí”.  En Jesús encontramos la verdad porque Él lo es por esencia. Jesús es el camino que nos conduce al Padre y no hay otro. Jesús es la vida real, genuina y verdadera en quién podemos encontrar paz, refugio, seguridad, identidad, reconciliación, perdón y una nueva vida.

Sí; es cierto que una o varias heridas profundas nos dejaron cicatrices que duelen cada vez que las recordamos como una injusticia; pero debemos mirar la cruz y confiar que Dios lo sabe muy  bien. Lo que Él anhela es nuestra confianza, que le entreguemos ese peso; ese dolor, que estemos seguros que Él tiene el control, y ni un solo detalle se le escapa. Debemos descansar y confiar en Dios y en su palabra. Si Él nos dice “perdonen como yo los he perdonado”; la respuesta de un corazón regenerado y agradecido es: “Sí, Señor”. Y si nos cuesta, Él conoce nuestro corazón, Él no se sorprende y busca una relación de confianza y amor con nosotros a través del camino que es Jesús. Dios quiere que se lo confesemos todo y dependamos de su fuerza que se fortalece en nuestra debilidad para ayudarnos a crecer. No estamos solos, Dios es fiel y cumple lo que dice.


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