Devocional: El Discipulado Práctico – Día 4
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Exalta a Dios con toda su vida.
«Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional«
Romanos 12:1 (RVR1960)
Adorar no depende de cómo nos sentimos, sino de a quién pertenecemos. Cuando todo va bien es sencillo cantar con alegría, pero en medio de pruebas, dolor o incertidumbre, la adoración se convierte en un verdadero sacrificio vivo. Dios se agrada no solo de nuestra alabanza en los días buenos, sino también de la entrega sincera en la dificultad.
En mi experiencia, atravesé un tiempo en que mi corazón estaba en mil pedazos y solo podía llorar. No tenía fuerzas para adorar, pero al postrarme a los pies de Jesús descubrí que levantar mi voz, aun con lágrimas, traía consuelo a mi alma y comenzó a sanar mi corazón. Allí confirmé que, sin importar la circunstancia, el Señor siempre es digno de alabanza.
La clave está en mirar a Jesús, quien adoró al Padre incluso en medio del sufrimiento. Él nos enseñó que la verdadera adoración no se limita a palabras, sino a una vida rendida. Cada acto de entrega, aunque sea pequeño, fortalece nuestra fe y nos mantiene firmes en su propósito.
Adorar con todo nuestro ser transforma nuestra perspectiva. Nos recuerda que las pruebas no nos alejan de Dios, sino que nos invitan a confiar más en Él. Cuando decidimos rendirnos en adoración, incluso en la tormenta, encontramos paz y esperanza en Su fidelidad.
Señor Jesús, hoy decido entregarte cada parte de mi vida: mis pensamientos, mis emociones y mis acciones. Haz que mi adoración sea genuina, aun cuando mi corazón esté cansado o herido. Llena mi espíritu de tu presencia para que en toda circunstancia refleje tu grandeza y confíe plenamente en tu amor. Reconstruye lo que está roto y enséñanos a adorarte siempre, porque solo en Ti hallamos paz y esperanza. Amén.
Juliana Bastos
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