Primero, es importante mencionar la presencia constante, persistente, universal y totalmente afirmativa en todo el Nuevo Testamento (NT) de todos los dones espirituales.
Además, comenzando con Pentecostés y continuando a lo largo del libro de los Hechos, cada vez que el Espíritu se derrama sobre nuevos creyentes ellos experimentan la manifestación de sus carismas (dones). No existe evidencia bíblica que indique que estos fenómenos se restringieron solamente a ellos o a ese tiempo particular. Al contrario, esto se registra de forma continua y común en la Iglesia. Los cristianos en Roma (Rom. 12), Corinto (1 Cor. 12-14), Samaria (Hechos 8), Cesarea (Hechos 10), Antioquía (Hechos 13), Éfeso (Hechos 19), Tesalónica (1 Tes. 5) y Galacia (Gálatas 3) experimentaron los dones del Espíritu. Storms (2014) comenta que es difícil pensar cómo los autores del Nuevo Testamento podrían haber dicho más claramente que esto es cómo se supone que debe ser el cristianismo del NT.
También, se debe señalar la extensa evidencia en el NT de la operación de los llamados dones milagrosos entre los cristianos que no son apóstoles. Numerosos hombres y mujeres (sin el oficio apostólico), jóvenes y viejos, en todo el Imperio Romano ejercieron constantemente estos dones del Espíritu. Algunos ejemplos bíblicos de personas (sin oficio de apóstol) que ejercieron dones son:
Por lo tanto, el cristiano que defiende el cese de los dones (cesacionista) es quién debe justificar los argumentos para su postura. Es decir, si ciertos dones de una clase especial han cesado, la responsabilidad de comprobarlo bíblicamente es suya.
Existe una continuidad fundamental o relación espiritualmente orgánica entre la Iglesia en Hechos y la Iglesia en los siglos posteriores. No se puede negar que hubo una época o período en la iglesia primitiva que podríamos llamar “apostólica”. Se debe reconocer la importancia de la presencia física personal de los apóstoles y su papel único e irrepetible en sentar las bases para la Iglesia primitiva.
Sin embargo, ninguna parte el NT sugiere que ciertos dones espirituales estaban vinculados única y exclusivamente a los apóstoles o que con su muerte se produce la cesación de estos dones. La Iglesia universal que fue establecida y dotada a través del ministerio de los apóstoles es la misma Iglesia universal que existe hoy. Estamos juntos con Pablo, Pedro, Silas, Lidia, Priscilla y Lucas siendo miembros del mismo cuerpo de Cristo. Pedro, en Hechos 2, escribe sobre la operación de los llamados dones milagrosos como característicos de la era del Nuevo Pacto de la Iglesia.
“la venida del Espíritu no está asociada simplemente con el amanecer de la nueva era sino con su presencia, no solo con Pentecostés sino con todo el período desde Pentecostés hasta el regreso de Jesús el Mesías” (Manifestaciones del Espíritu, DA Carson, p. 155).
Los dones de profecía y lenguas (Hechos 2) no se representan simplemente como la inauguración de la Era del Nuevo Pacto, sino como la caracterización de la Iglesia de este periodo.
En 1 Corintios 13:8-12, Pablo afirma con claridad que los dones espirituales no “pasarán” (v.8-10) hasta la llegada de lo “perfecto”. Si lo “perfecto” es de hecho la consumación de los propósitos redentores de Dios, como se expresa en el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva después del regreso de Cristo, podemos esperar con total seguridad que continuará bendiciendo y capacitando a su Iglesia con los dones hasta ese momento.
Existe un propósito explícito y repetido de los dones que es la edificación del cuerpo de Cristo (1 Cor. 12:7; 14:3,26). No existe nada en el NT ni en la condición de la iglesia en ninguna época, pasada o presente, que nos lleve a creer que hemos progresado más allá de la necesidad de edificación. Por lo tanto, sigue existiendo la necesidad de la contribución de los dones. Es válido afirmar que los dones espirituales fueron esenciales para el nacimiento de la Iglesia, entonces ¿por qué serían menos importantes o necesarios para su continuo crecimiento y maduración?
Efesios 4:11-13 habla de un tema similar, Pablo describre sobre el otorgamiento de dones espirituales (junto con el oficio de apóstol) y en particular los oficios de profecía, evangelismo, pastor y maestro, que funcionan en la edificación de la iglesia:
hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; (Efesios 4:13 RVR1960)
Dado que la Iglesia aún no ha logrado esto último, podemos anticipar con confianza la presencia y el poder de tales dones y oficios hasta que llegue ese día.
Existe una ausencia de una noción explícita o implícita de que debemos ver los dones espirituales de manera diferente a como lo hacemos con otras prácticas y ministerios del NT, los cuales se presentan como esenciales para la vida y el bienestar de la Iglesia. Al leer el NT, es evidente que las disciplinas de la Iglesia deben practicarse en nuestras congregaciones hoy. Entre estas pautas sobre cómo se debe desarrollar la vida en la Iglesia están: celebrar la mesa del Señor, el bautismo en agua, los requisitos para el oficio de presbítero según las epístolas pastorales, solo por mencionar algunas. ¿Qué razones exegéticas o teológicas pueden ser utilizadas para afirmar que deberíamos tratar la existencia y uso de los dones espirituales de manera diferente?
Históricamente y en contraposición a la creencia popular, existen muestras constantes en la mayor parte de la historia de la Iglesia con respecto a la operación de los dones del Espíritu. Simplemente no es el caso de que los dones cesaron o desaparecieron de la vida de la Iglesia primitiva después de la muerte del último apóstol.
Los cesacionistas a menudo sostienen que las señales y las maravillas, así como ciertos dones espirituales, solo sirvieron para confirmar o autenticar la compañía original de los apóstoles y que cuando los apóstoles fallecieron, también lo hicieron los dones. El hecho es que ningún texto bíblico (ni siquiera Heb. 2:4 o 2 Cor. 12:12) indica que las señales y maravillas o dones espirituales de un tipo particular identificaron exclusivamente a los apóstoles. Las señales y maravillas autenticaron a Jesús y el mensaje apostólico sobre Él. Si las señales y los prodigios se diseñaron exclusivamente para autenticar a los apóstoles, no tenemos explicación de por qué los creyentes no apostólicos (como Felipe y Esteban) estaban facultados para realizarlos. En 1 Cor. 12:8-12 evidencia que los dones son dados a creyentes promedio, no necesariamente apóstoles.
Entonces, lo descrito anteriormente es una buena razón para ser cesionista solamente si puede demostrar que la autenticación o la certificación del mensaje apostólico era el único y exclusivo propósito de tales demostraciones de poder divino. Sin embargo, en ninguna parte del NT se reduce el propósito o la función de lo milagroso o de los carismas (dones) a la certificación del oficio. Lo milagroso, en cualquier forma en que apareciera, tenía varios propósitos distintos:
Storms (2014) señala que todos los dones del Espíritu, ya sean lenguas o enseñanzas, ya sea profecía o misericordia, ya sea sanidad o ayuda, fueron entregados para la edificación, motivación, instrucción, consolación y santificación del cuerpo de Cristo. Por lo tanto, incluso si el ministerio de los dones milagrosos hubiese cesado para atestiguar y autenticar el oficio, tales dones continuarían funcionando en la Iglesia por las otras razones citadas.
Otro argumento utilizado por los cesacionistas es sobre la corrección que Pablo realiza a la iglesia de Corinto. Los problemas que surgieron en Corinto no se debieron a dones espirituales, sino a su uso incorrecto por personas inmaduras. La razón fue la distorsión ambiciosa y orgullosa de los dones por parte de algunos miembros de esa iglesia, esto explica la exhortación de Pablo en sus cartas. El uso equivocado de un carisma no invalida su existencia. Si un grupo de personas predica de forma incorrecta, esto no hace inválido el don de la predicación, sino que amerita una corrección.
La objeción más frecuentemente utilizada por los cesacionistas se debe al temor de que al reconocer la validez de los dones reveladores, como la profecía y la palabra de conocimiento, necesariamente se pondría en riesgo la suficiencia de la Biblia. Sin embargo, este argumento se basa en la suposición falsa de que estos dones nos proporcionan verdades infalibles que son iguales en autoridad al texto bíblico.
Otro texto muy utilizado es Efesios 2:20:
edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, (Efesios 2:20, RVR60)
Este texto no describe la totalidad del ministerio profético según la Biblia. El argumento es que los dones reveladores como la profecía estaban vinculados de manera única a los apóstoles, por lo tanto, diseñados para funcionar solo durante el período fundacional en la Iglesia primitiva, esto es fundamentalmente equivocado. Una exégesis detallada de la evidencia bíblica sobre la naturaleza del don profético, así como su la distribución generalizada entre los cristianos indica claramente que había mucho más en este don, que reducirlo al uso por los apóstoles para sentar las bases de la iglesia. Por lo tanto, ni el fallecimiento de los apóstoles, ni el movimiento de la Iglesia más allá de sus años fundacionales, influye en absoluto en la validez de la profecía de hoy.
También existe el llamado argumento del grupo o “cluster”, según el cual los fenómenos sobrenaturales, prodijios y milagros supuestamente se concentraron o agruparon en periodos únicos de la historia redentora. El registro de periodos donde se manifestaron una gran cantidad de milagros es evidente. Esto prueba que Dios se place en manifestar su obra milagrosa con más frecuencia en algunos periodos que en otros. El AT muestra que la norma fue la manifestación del poder de Dios en todos los tiempos, utilizando diferentes formas y periodicidad. Pero, esto en lugar del probar el cese de los dones, prueba que estos nunca cesaron.
Finalmente, aunque técnicamente no es una razón o argumento para validar la continuidad de los dones, no se puede menospreciar o ignorar la experiencia que hemos tenido como congregación. En años de ministerio hemos sido testigos del funcionamiento correcto, probado, confirmado y experimentado de primera mano en innumerables ocasiones. Como mencionado anteriormente, esto no es una razón para ser continuista, mas si una confirmación (aunque no infalible) de la validez de esa posición. La experiencia, aislada del texto bíblico, demuestra poco. Sin embargo, debe tenerse en cuenta la experiencia como confirmación de una correcta exégesis, especialmente si ilustra lo que vemos en el texto bíblico como expuesto por este estudio.