Perdón

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Muchos han visto la foto de una niña vietnamita que aparece desnuda corriendo con un gesto de temor y dolor impresionante . Ella se llama Kim Phuc.

En 1972 un bombardeo estadounidense, bombardeó la aldea donde vivía Kim. Vertieron un gas que quemó gran parte de su cuerpo. Toda su familia perdió la vida.

Años más tarde en 1996, una fundación en memoria de los veteranos de Vietnam la invitó a Washington, en donde conoció a John Plummer, el piloto que lanzó las bombas sobre su aldea. 

Su encuentro debió ser impactante, pero lo más impresionante fue la reacción de Kim: ella perdonó a John Plummer y lo abrazó. Él exclamó: “es como si me hubieran quitado de mis hombros el peso del mundo entero”.

El perdón es un acto que todos queremos obtener; pero es algo que nos cuesta muchísimo dar. A menudo pensamos que perdonar demuestra debilidad. Hemos sido tan profundamente lastimados y nos sentimos tan dañados que consideramos que es injusto perdonar.

Perdonar no significa que se está invalidando la justicia; por ejemplo: Todo acto que cometemos o que alguien comete contra nosotros; tiene consecuencias. Si alguien falsifica un documento puede perder su empleo; si una persona se enoja desmedidamente puede inclusive en un ataque de ira asesinar a alguien e ir preso, si una persona comete adulterio está traicionando la confianza de su cónyuge y aunque lo justifique su conciencia le acusa y por eso sus actos los comete en secreto.

Las leyes permiten precisamente mantener el orden y hacer justicia. Si estas son incumplidas entonces, en el primer caso es muy probable que la persona sea despedida, en el segundo que el individuo vaya preso y en el tercero que el matrimonio termine en divorcio.

Ahora bien; y en el caso del que es visiblemente más grave: ¿si el el juez declara inocente a la persona que cometió asesinato sería un juez justo?, ¿aún cuando evidentemente existe una ley que indica que matar es un delito?. !Por supuesto que no!. La infracción de la ley tiene consecuencias. Eso es justicia.

Aunque evidentemente el dolor que puede sufrir la familia de la víctima es completamente justificable y comprensible; ¿podrán estar menos afligidos guardando odio y rencor contra el ofensor?. Por supuesto que es algo muy grave. Entre afirmar que se debe perdonar a hacerlo, hay un trecho muy pero muy largo…

Volviendo a la historia de Kim; esta mujer dijo una vez en una entrevista que su dolor había sido físico, pero el del soldado Plummer había sido un dolor del alma. Él confesó haber tenido pesadillas frecuentes escuchando el llanto de la niña, se volvió alcohólico posiblemente tratando de olvidar ese recuerdo el cual más bien cada vez más se hacía más poderoso en su mente.

¿Fue culpable Plummer?; sí. ¿Su acción tuvo consecuencias?; por supuesto.

Pero en esta historia hubo algo más. La víctima pudo haberse llenado de odio y buscado venganza. Pero no, dio lo que más le costaba: el perdón. Y esta acción trajo libertad y sanidad a ambos. No se borraron las consecuencias del pasado; pero sí fueron transformadas sus vidas para el futuro.

No podemos entender el valor del perdón; al menos que reconozcamos que nosotros también hemos lastimado a otros y que también quisiéramos ser perdonados. Todos queremos que pasen por alto nuestras faltas pero no estamos dispuestos a hacerlo con los demás. Esa condición en el corazón humano se llama orgullo.

Debemos entender que cada vez que hemos levantado un falso testimonio contra alguien, que hemos señalado a una persona sin conocerla, si hemos andado en chismes, ofendido de palabra; engañado, falsificado un documento, irrespetado a una persona, y así sucesivamente hemos creado una consecuencia dañina para alguien más.

Citando una frase de Martin Luther King: “Nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada, más rápido que un favor”.

Entonces, siguiendo con la historia inicial todos estaríamos de acuerdo que Plummer sufrió las consecuencias de sus actos, todos coincidiríamos que cuando una ley es quebrantada debe haber una consecuencia para que la persona que la trasgredió pague por su infracción. Se nos hace naturalmente muy sencillo ver la paja en el ojo de otros pero no la viga en el nuestro, ¿cierto?. Pues bien; así nosotros quebrantamos las leyes de Dios todo el tiempo. Si somos sinceros, lo reconocemos. Pero; la ley fue creada para revelarnos el estado de nuestro corazón. Ningún ser humano por el cumplimiento de la ley puede ser justificado ante Dios. Antes bien; somos justificados por la fe en Cristo Jesús. Él es Quién siendo Dios pagó nuestra infracción, y nos dio una vida nueva al reconciliarnos con El Padre.

Las buenas noticias son; que para nuestra condición humana natural – la de todos – hay una solución . La verdad nos confronta con la realidad de lo que hay dentro de nosotros y que nada que hagamos en nuestras propias fuerzas va a ser suficiente para nunca cometer una injuria y ser aceptados como “buenas personas”.

La palabra evangelio significa las buenas nuevas de salvación para los pecadores, y el perdón para los transgresores. Jesús es nuestro mayor ejemplo del perdón.

La biblia enseña que aún cuando nosotros transgredimos la ley de Dios, lo ofendimos y lo rechazamos, su misericordia y su amor fue más grande que su ira, y envió a su Hijo Jesús, como ofrenda perfecta para el perdón de pecados, ocupando un lugar que nosotros nunca hubiésemos podido tomar. El único y verdadero Dios se ha acercado a nosotros, nos ha buscado, nos ha perdonado y reconciliado con Él llamándonos ahora hijos. Ese puente de reconciliación con Dios se llama Jesús, y es el único camino que por fe nos lleva al Padre.

La palabra de Dios dice que la paga del pecado es la muerte. Ese era el precio; pero Jesús lo pagó: Él murió para pagar la deuda y resucitó para darnos vida.

Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Romanos 5:8

Somos justificados por medio de la fe en Jesús:

Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” Romanos 3:21-24

Al menos que entendamos cuánto se nos perdonó, nos será muy difícil otorgar perdón a otros. No es fácil. Pero tampoco lo fue para Jesús cuando estuvo en esa cruz, donde tu y yo estábamos en su pensamiento y su corazón. No fue fácil, le costó a Jesús su vida, su sangre, y el rechazo del Padre al momento de cargar toda nuestra maldad en esa cruz. No fue sencillo; pero fue más grande su amor.

Perdonar no es un asunto de emociones; es un asunto de obediencia. Cuando por la gracia de Dios comprendamos cuánto se nos perdonó podremos como Plummer exclamar : “es como si me hubieran quitado un peso de encima”. El perdón trae libertad a quien lo otorga. ¿Podremos orar para que Dios nos revele cuanto nos ha perdonado en Cristo?. ¿Será que podemos extender el perdón tal cuál Dios nos lo dio a nosotros? :

“Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos.

Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos.

A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda.

Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda.

Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes.

Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo.

Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda.

Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado.

Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste.

¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?

Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, hasta que pagase todo lo que le debía.

Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas.”

Mateo 18:23-35


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