
Atacando la raíz: pecados del corazón – Lidiando con el pecado en el corazón
A lo largo de esta serie de prédicas, es probable que todos nos hayamos sentido identificados en algún momento. Si somos honestos, reconoceremos que, de una u otra forma, hemos caído en los pecados que se han mencionado.
Hemos sido probados y tentados en áreas como el orgullo, creyéndonos superiores a otros. También hemos guardado rencor, ira y falta de perdón. Hemos luchado contra la lujuria, la inmoralidad sexual y el control sobre lo que nuestros ojos ven. En algún momento, hemos priorizado las cosas materiales por encima de las espirituales, lo que nos ha llevado a codiciar y a poner el materialismo antes que a Dios.
Si realmente fuéramos sinceros, admitiríamos que todos hemos fallado. Por eso, queremos cerrar este mensaje compartiendo cómo enfrentar y vencer estos pecados. No se trata solo de llorar y reconocer que hemos caído, sino de encontrar el camino hacia la victoria en áreas donde, quizá, hemos estado luchando durante años.
Hebreos 11:24-28 en la Nueva Traducción Viviente (NTV):
“Fue por la fe que Moisés, cuando ya fue adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón. Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los placeres momentáneos del pecado. Consideró que era mejor sufrir por causa de Cristo que poseer los tesoros de Egipto, pues tenía la mirada puesta en la gran recompensa que recibiría. Fue por la fe que Moisés salió de la tierra de Egipto, sin temer el enojo del rey. Siguió firme en su camino porque tenía los ojos puestos en el Invisible. Fue por la fe que Moisés ordenó al pueblo de Israel que celebrara la Pascua y rociara con sangre los marcos de las puertas para que el ángel de la muerte no matara a los hijos mayores.”
Lo siguiente es importante por destacar del libro de Hebreos:
- Lo primero es que a pesar de los años de estudio y del trabajo de personas altamente capacitadas en universidades y seminarios dedicados a interpretar la Palabra de Dios, aún no sabemos con certeza quién fue su autor.
Es fascinante observar cómo hay personas que dedican su vida al estudio profundo de la Biblia. Expertos especializados en hebreo, griego y otras lenguas bíblicas pasan días y noches analizando rollos antiguos, buscando una comprensión cada vez más precisa de las Escrituras.
A pesar de estos esfuerzos, el autor de Hebreos sigue siendo un misterio. Algunos creen que fue Pablo, otros sugieren que fue Apolos o Bernabé, pero la verdad es que no lo sabemos con certeza.
Lo que sí sabemos es que, como indica el capítulo 2, este libro está basado en testimonios y enseñanzas de aquellos que fueron testigos directos de Cristo. Esto confirma que, aunque no conocemos a su autor, el libro de Hebreos está firmemente fundamentado en las enseñanzas de los apóstoles, como debería estar todo el canon bíblico del Nuevo Testamento.
Es probable que el escritor no haya sido un testigo directo de los hechos, sino un testigo secundario que recopiló y transmitió estas verdades. Hebreos es un texto profundo, denso y complejo de estudiar, pero a la vez rico en contenido espiritual.
Presentaremos un panorama general de este libro, que nos ayudará a comprender y a entender porque Hebreros 11 nos habla de Moisés y que quiere decirnos con esa relación con el pecado.
- La Audiencia. Tampoco tenemos certeza sobre a qué iglesia fue dirigida esta carta. El autor no se presenta ni menciona explícitamente a quién va dirigida.
En términos generales, podemos decir que toda carta tiene dos tipos de receptores:
Los directos, quienes la recibieron en primera mano.
Los indirectos, que somos nosotros hoy en día.
Los receptores directos, si bien no se saben quiénes son, pero lo que sí queda claro es que los destinatarios originales tenían un profundo conocimiento del Antiguo Testamento, incluyendo el Tanaj1 y principalmente la Torá (los 5 primeros libros del pentateuco).
1 **El Tanaj ** también conocido como Mikrá, es el conjunto de los veinticuatro libros sagrados canónicos en el judaísmo. Es la Biblia hebrea. Se divide en tres grandes partes: la Torá (Ley), los Nevi’im (Profetas) y los Ketuvim (Escritos).
Por lo tanto, los receptores directos de la carta tenían un conocimiento sólido del Antiguo Testamento, y el autor da por sentado que ellos comprendían estos temas, por lo que no profundiza en explicaciones detalladas. Debido a esto, se le llamó «La Carta a los Hebreos«, ya que se cree que sus destinatarios eran judíos que se habían convertido al cristianismo.
- Hay un contexto de persecución en esas iglesias, entonces cada argumento que el autor genera, va a hablar de Cristo principalmente y después les va a dar una advertencia para afirmar a la iglesia a que no deje de caminar por el camino correcto que es Jesucristo.
Cristo, es más. Él es superior, Él es mejor. ¿A qué es mejor? A todo. ¿A qué es superior? A cualquier cosa. Cristo es más grande que cualquier situación, herida, persona o circunstancia. No importa lo que enfrentemos, Jesucristo siempre, es más.
Los primeros 10 capítulos de Hebreos impactaran nuestros corazones, pues resaltan las cuatro maneras en las que Cristo es superior.
Capítulos 1 y 2: Jesús es superior a los ángeles y a la ley dada en el Pentateuco, la Torá.
Hebreos 1:3-4 en la Nueva Traducción Viviente (NTV):
“El Hijo irradia la gloria de Dios y expresa el carácter mismo de Dios, y sostiene todo con el gran poder de su palabra. Después de habernos limpiado de nuestros pecados, se sentó en el lugar de honor, a la derecha del majestuoso Dios en el cielo. Esto demuestra que el Hijo es muy superior a los ángeles, así como el nombre que Dios le dio es superior al nombre de ellos.»
Deuteronomio 33:2 indica:
“El Señor vino desde el monte Sinaí y se nos apareció en el monte Seir; resplandeció desde el monte Parán y llegó desde Meriba-cades con llamas de fuego en la mano derecha.”
Este texto establece una base histórica al hablar sobre cómo se entregaron las Tablas de la Ley a Moisés en el monte Sinaí. Según la tradición judía, fueron los ángeles quienes tomaron las tablas y se las entregaron a Moisés. Esto refleja la creencia en la superioridad y autoridad de los ángeles en ese momento, lo cual es cierto.
Sin embargo, el autor viene a decir algo más profundo: “si ustedes, que recibieron las Tablas de la Ley y las honran, basan su vida en esos mandamientos que indican cómo deben comportarse, y consideran importante esa acción de obedecer, ¿cuánto más debería ser importante Jesucristo, quien nos da el evangelio de la gracia?”
Él nos dice que ya no es por la ley ni por las tablas, sino por medio de Él. Él es la verdad, el camino y la vida, (Juan 14:6) y es a través de Él que recibimos las promesas que Dios tiene para nosotros.
El autor concluye diciendo: “Si para ustedes es importante obedecer la ley, aún más importante es obedecer a Cristo”, porque Cristo no es solo la ley, Él es la Palabra viva y encarnada. Él es superior a cualquier entidad o cosa limitada del ser humano, ya que todo lo que sale de Su boca y todo lo que hace es palabra viva en sí mismo, porque Él es Dios.
Capítulos 3 y 4: Jesús es superior a Moisés y a la tierra prometida.
Hebreos 3:2 en la Nueva Traducción Viviente:
“Pues él fue fiel a Dios, quien lo nombró, así como Moisés fue fiel cuando se le encomendó toda[a] la casa de Dios. Pero Jesús merece mucha más gloria que Moisés, así como el que construye una casa merece más elogio que la casa misma”
¿Qué fue lo que hizo Moisés, y cómo lo amplifica el autor de Hebreos? Moisés fue elegido por Dios para liberar al pueblo de la esclavitud en Egipto, guiarlos a través del desierto, realizar milagros y prodigios, y llevarlos hasta la entrada de la tierra prometida. Esa era su responsabilidad, y lo cumplió con fidelidad. Sin embargo, Moisés solo los sacó de una esclavitud temporal impuesta por hombres, y en el desierto les enseñó, a través del tabernáculo, cómo podían conectarse con Dios y experimentar su manifestación en ese lugar. Todo esto era terrenal y limitado.
Pero hubo UNO que no solo nos liberó de la esclavitud de los hombres, sino que nos liberó del poder del pecado y de la muerte, de manera definitiva y para siempre. Jesucristo no solo estableció un lugar temporal para buscar la presencia de Dios, como lo hizo el tabernáculo, sino que decidió habitar en el corazón de cada uno de los que han sido regenerados en Él. Así que Cristo es superior a Moisés, superior al tabernáculo y a cualquier diseño previo, porque Él es la plenitud del diseño de Dios. Él, como creador, sostiene todas las cosas, tanto las visibles como las invisibles.
Capítulos 5, 6 y 7: Jesús es superior a cualquier a sacerdote y Melquisedec.
Hebreos 7:28 en la Nueva Traducción Viviente:
“La ley nombra a sumos sacerdotes que están limitados por debilidades humanas; pero después de que la ley fue entregada, Dios nombró a su Hijo mediante un juramento y su Hijo ha sido hecho el perfecto Sumo Sacerdote para siempre.”
El sumo sacerdote era el mediador designado por Dios entre Él y el pueblo. Si alguien quería acercarse a Dios, debía hacerlo a través del sumo sacerdote, quien, mediante una serie de sacrificios y rituales, los presentaba ante Dios para que pudieran recibir perdón. Los sacerdotes de la línea de Aarón, aunque encargados de este proceso, eran imperfectos, pues ellos mismos debían ofrecer sacrificios para purificarse antes de poder entrar en la presencia de Dios, ya que, como todos, también pecaban.
Sin embargo, Dios prometió levantar a un sumo sacerdote que no pertenecería a la línea de Aarón, sino al linaje de Melquisedec, una figura misteriosa que aparece en la Biblia. Melquisedec fue tan relevante que el patriarca Abraham, figura central en la religión judía, le pagó el diezmo, lo que señala la superioridad de Melquisedec sobre Abraham, según el autor de Hebreos.
Pero hay un sumo sacerdote superior a todos, del linaje de Melquisedec, y Él es el único mediador eterno entre Dios y los hombres. Este sumo sacerdote es Jesucristo, quien, con su sacrificio en la cruz del Calvario, venció toda autoridad y hoy es el único camino para llegar al Padre. Él está sentado a la diestra de Dios e intercede continuamente por nosotros, día y noche. Esto es un gran privilegio y es glorioso, porque Él es nuestro único mediador, el único que puede interceder por nosotros.
El autor de Hebreos concluye diciendo: «Si rechazan a Jesús como mediador, también rechazarán el único camino hacia Dios». De este modo, el autor cuestiona cómo los destinatarios de la carta, que siguen a la ley y desobedecieron a Moisés en el pasado, podrían estar haciendo lo mismo con Cristo, rechazando al único mediador y camino hacia el Padre.
Capítulos 8, 9 y 10: Jesús es superior a cualquier sacrificio y cualquier pacto.
Los sacrificios en aquel tiempo eran tanto diarios como anuales. La gente pecaba constantemente, por lo que se realizaban esos sacrificios diarios, y una vez al año, el sumo sacerdote debía ofrecer sacrificios repetidos para la purificación de los pecados del pueblo. Nadie podía presentarse ante Dios con pecado, nadie podía, ni puede, ni podrá hacerlo. Sin embargo, Jesús entregó su vida una sola vez, y para siempre, como un sacrificio perfecto. Gracias a Él, ya no necesitamos ofrecer ofrendas día y noche, porque ahora, aquellos que tienen a Cristo, tienen abiertas de par en par las puertas para acceder a la presencia del Dios Santo.
Hebreos 9:24 – 26 en la Nueva Traducción Viviente nos dice:
“pues Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos humanas, que era solo una copia del verdadero, que está en el cielo. Él entró en el cielo mismo para presentarse ahora delante de Dios a favor de nosotros; y no entró en el cielo para ofrecerse a sí mismo una y otra vez, como lo hace el sumo sacerdote aquí en la tierra, que entra en el Lugar Santísimo año tras año con la sangre de un animal. Si eso hubiera sido necesario, Cristo tendría que haber sufrido la muerte una y otra vez, desde el principio del mundo; pero ahora, en el fin de los tiempos, Cristo se presentó una sola vez y para siempre para quitar el pecado mediante su propia muerte en sacrificio”
El autor concluye diciendo: “Rechazarlo es rechazar la gracia, y rechazarlo es rechazar el nuevo pacto, la ley”. ¿Qué vas a hacer? La conclusión es clara: Jesús es mejor, es superior, es más que cualquier cosa. Es más que tu esposo o esposa, tus hijos, tu propósito, tu trabajo, o cualquier cosa que te arraiga a la tierra. Él es más que todo lo creado, es la suficiencia de todo lo que existe. Entonces, ¿por qué seguimos pecando? Esta es una pregunta que todos deberíamos hacernos.
El pecado nos ofrece cosas, nos atrae, nos hace promesas. Nos vende fama, fortuna, placer temporal, la satisfacción de la carne a través de decisiones que parecen inocentes, como un negocio dudoso que justificamos como la “forma correcta”, o una relación que creemos llenará la soledad. Nos promete soluciones rápidas a problemas cotidianos y nos hace sentir “justos” para no pedir perdón.
Por otro lado, el evangelio de Jesús también ofrece cosas: paz, gozo, un amor incondicional, su presencia constante dondequiera que vayamos, su compañía en medio de todo. Pero si somos honestos, todo pecado que practicamos viene de una necesidad en nuestra naturaleza carnal que buscamos satisfacer. El pecado está asociado con un placer, una satisfacción momentánea, o un vacío que aún no hemos aprendido a resolver de manera correcta. Y es ahí donde caemos, como lo mencionamos en el texto que leímos al inicio.
Hebreos 11:24-28 en la Nueva Traducción Viviente:
“Fue por la fe que Moisés, cuando ya fue adulto, rehusó llamarse hijo de la hija del faraón.”
Moisés tenía una condición privilegiada, pero el prefirió escoger vivir una vida difícil, una vida de abstinencia, de santidad, de sacrificios, donde dijo no a los placeres, no a la carne a la humanidad para disfrutar de lo que el señor me ofrece, debo decir no para poder vivir, Moisés escogió el maltrato.
“Prefirió ser maltratado con el pueblo de Dios a disfrutar de los placeres momentáneos del pecado.”
Todo pecado ofrece un placer temporal, y ese es precisamente el problema. Muchas veces elegimos confiar y descansar más en ese placer momentáneo porque nuestra visión está limitada a lo inmediato. No vemos las consecuencias a largo plazo y terminamos refugiándonos en el pecado: en la pereza, la codicia, el enojo, el orgullo, el dolor o la falta de perdón. Nos aferramos a lo pasajero y somos engañados, creyéndole más al pecado que a Dios. Terminamos descansando más en las falsas promesas del pecado que en la verdad de Dios.
Como seres humanos, muchas veces intentamos lidiar con el pecado usando nuestras propias fuerzas. Todos lo hemos hecho, tratando de controlarlo por nuestra cuenta. Sin embargo, esto tiene un gran problema: algunas personas, con suficiente fuerza de voluntad y disciplina, pueden superar ciertas situaciones, como las adicciones, drogas o pharmakeia 2 y con mucha disciplina quizás salen de ahí, pero el peligro es que, al lograrlo, pueden caer en otro pecado: el orgullo. Comienzan a creer que pueden vencer por sí solos, y en lugar de acercarse a Dios, terminan alejándose aún más de Él.
2** En la Biblia, la palabra griega pharmakeia se refiere a la brujería, la idolatría, los medicamentos, los alucinógenos, los venenos y a quienes los suministraban.
La solución no está en la fuerza de voluntad ni en luchar contra el pecado con todas nuestras fuerzas, como si se tratara de una batalla meramente humana. No se trata de enfrentarlo a golpes, sino de permitir que Dios transforme nuestra perspectiva. Él no solo quiere que dejemos el pecado, sino que cambiemos nuestra manera de ver la vida y dependamos completamente de Él, lo que Dios quiere es cambiarnos nuestra perspectiva.
“Consideró que era mejor sufrir por causa de Cristo que poseer los tesoros de Egipto, pues tenía la mirada puesta en la gran recompensa que recibiría.”
Todo se trata de enfoque. ¿Sabían que la mayoría de los pecados entran por los ojos? Ponemos nuestra mirada en lo que no deberíamos, nos enfocamos en lo pasajero, en lo secundario. Nos sumergimos en el trabajo, en la familia—y claro, son bendiciones—pero desviamos la mirada de lo verdaderamente importante. Y aquí es donde muchos cristianos fallamos: no tenemos claro en qué debemos enfocarnos.
Si hiciéramos una pregunta abierta sobre cuál es la recompensa de la que habla el texto, seguramente recibiríamos respuestas como:
«Seguir a Cristo es vivir mi mejor vida hoy.»
«Es importante porque me hará una mejor versión de mí mismo.»
«La recompensa es la eternidad, la salvación.»
¿Acaso no se trata de crecer en santidad, vivir en obediencia a Cristo y cumplir el propósito de Dios? Sí, pero si analizamos bien estas respuestas, nos damos cuenta de que todas giran en torno a nosotros mismos. Son respuestas egoístas porque ponen el énfasis en lo que yo gano, en mi beneficio, en mi transformación. Y tristemente, muchos cristianos viven con este enfoque: ven la fe como un sistema de reglas, un conjunto de cosas que deben cumplir.
El problema es que ningún sistema humano puede traer una plenitud tal que haga que el pecado deje de ser atractivo. Ningún esfuerzo por la justicia, la democracia o el cumplimiento de principios podrá liberarnos del problema profundo del pecado, porque sigue siendo atractivo, sigue llenando vacíos que ninguna estructura puede llenar.
Vivimos en una sociedad de meritocracia, donde creemos que todo se trata de ganarnos el favor, la aceptación, las bendiciones. Desde pequeños, nos educaron con esta mentalidad de que todo se obtiene por esfuerzo. Pero lo más hermoso de la Palabra de Dios es que no se trata de eso. Y lo increíble es que la respuesta a esta pregunta ya está en el texto, específicamente en el versículo 27.
“Fue por la fe que Moisés salió de la tierra de Egipto, sin temer el enojo del rey. Siguió firme en su camino porque tenía los ojos puestos en el Invisible.”
La única manera de vencer esto es fijando nuestra mirada total y completamente en el Amado. Nos ha sido demasiado fácil desviar la mirada de nuestra verdadera recompensa, incluso dentro del ámbito cristiano. Pero nuestra recompensa no es la eternidad en sí misma, ni nuestro propósito en sí mismo. La mayor recompensa es Cristo mismo.
Desde el momento en que entregas tu vida a Jesús, el que murió en la cruz del calvario para salvarte, Él camina contigo eternamente. Día y noche estará a tu lado, consolándote, impulsándote, abrazándote, derramando su paz y susurrándote: «Todo está bajo control, no te preocupes.» Nuestra recompensa es la persona de Cristo, su amor, su presencia constante.
Cuando encontramos suficiencia y plenitud en Jesús, el pecado pierde su atractivo. Pecamos cuando apartamos nuestra mirada de Jesús, cuando dejamos de hacer de Él nuestro centro, cuando nos distraemos con la tormenta en lugar de enfocarnos en Aquel que tiene el poder para calmarla. Esa fue la lección de Pedro: mientras mantuvo sus ojos en Cristo, caminó sobre las aguas; pero en el momento en que se distrajo, perdió el enfoque.
Jesús quiere sanarte. Y no hay mejor lugar para estar que con la mirada puesta en la cruz del Calvario, postrados a sus pies, derramando nuestras lágrimas ante Él. No hay mejor acto de entrega que lavar sus pies con nuestras lágrimas y secarlos con nuestro cabello, como lo hizo aquella mujer que entendió quién era Jesús.
Hoy es el día para acercarnos a Jesús. Ya no necesitamos que un sumo sacerdote, un pastor, un líder, o un intercesor que intervenga por nosotros. Hoy podemos encontrarnos cara a cara con Jesús, volver a esa comunión profunda donde su presencia es tan real que casi podemos tocarla. Hoy es el día para regresar a su abrazo y recordar que nuestra mayor recompensa es Él.
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