Comprometidos - Comprometidos con la Familia
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Comprometidos – Comprometidos con la Familia

Comenzamos con una pregunta: ¿qué es lo más importante en nuestras vidas? La mayoría responderíamos familia; desde la fe sabemos que lo principal es nuestra relación con Dios, pero en lo práctico la familia —esposo/a, hijos, padres— suele ocupar el primer lugar.

Les invito a meditar si esa afirmación tenía consecuencias reales: si decíamos que la familia es importante, ¿lo demostramos? Todos somos temporales; tarde o temprano dejaremos la tierra, así que la verdadera cuestión no es qué poseemos sino qué vamos a dejar atrás.

No hablamos solo de bienes materiales. Lo trascendente es el legado: ¿qué dirán de nosotros nuestros hijos, nietos o generaciones que no nos conocieron? Incluso quien no tiene hijos puede sembrar hijos espirituales. ¿Cómo seremos recordados? ¿Con qué frase o título?

Les comparto una anécdota: scrolleando vi a amigos de antaño que, a pesar de la edad, siguen saliendo y de fiesta; me pregunté si ese sería su legado —¿recordados solo por bailar?— o si no sería mejor dejar algo que realmente trascienda. Eso obliga a una pausa seria y a replantear prioridades.

Ahí entra una frase clave de Josué 24 Reina Valera 1960 (RVR1960): “Pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” 

Muchos la han hecho lema, pero la invitación va más allá de repetirla o colgarla: exige profundizar en lo que Dios quiso decir con esa declaración y vivir el legado que queremos dejar.

“Reunió Josué a todas las tribus de Israel en Siquem, y llamó a los ancianos de Israel, sus príncipes, sus jueces y sus oficiales; y se presentaron delante de Dios” Josué 24 1-15 Reina Valera (RVR1960)

Josué, ya anciano de unos 110 años, pronunciaba sus últimas palabras, el momento culminante de su vida. No era profeta como tal, sino un conquistador y guerrero que había guiado a Israel por más de dos décadas tras la muerte de Moisés. Desde los 80 años lideró al pueblo y fue testigo de milagros extraordinarios: la caída de Jericó, el cruce de las aguas y la conquista de la tierra prometida. Su mensaje tenía peso porque estaba respaldado por hechos y por una vida entera de fidelidad.

Frente a un hombre así, nadie podía desaprovechar la oportunidad de escuchar. Lo que decía no era teoría, sino verdad vivida. Aunque el texto bíblico menciona que habló “a todo el pueblo”, en realidad se dirigió a los líderes, para que ellos transmitieran el mensaje al resto de la nación.

Josué eligió un lugar especial, un anfiteatro natural, y allí, con su voz debilitada por los años, reunió a multitudes. Era un momento solemne: la nación estaba ya establecida y él entregaba un mensaje trascendental.

De esto surge una enseñanza clave: los líderes tienen la responsabilidad de transmitir lo que reciben. Lo mismo aplica a los padres: primero vivir el mensaje de Dios como testimonio personal y luego enseñarlo a los hijos. Su Palabra no puede tratarse como algo común; congregarse y prepararse para escucharla es vital, porque cada vez que Dios habla, lo hace para transformar vidas.

La Palabra de Dios revela que incluso los lugares tienen un propósito. Nada es casualidad: Josué estaba en Siquem, un valle entre los montes Ebal y Gerizim, considerado un sitio de honra a Jehová. Su geografía lo convertía en un anfiteatro natural, pero también cargaba un simbolismo profundo. Gerizim representaba obediencia y bendición; Ebal, desobediencia y maldición. En medio de ese escenario, Josué recordó al pueblo que sus decisiones ante Dios traerían consecuencias, no solo para ellos sino para sus generaciones.

En el capítulo 23, su mensaje puede resumirse en una frase: “Obedece a Dios con todo tu corazón”. Muchas veces pensamos que Dios es inaccesible, pero desde el principio ha querido comunicarse claramente con nosotros. Su soberanía no lo aleja, al contrario, Él adapta su Palabra para que podamos entenderla, aplicarla y vivirla.

Así, Josué subrayó que la obediencia debe ser el fundamento de nuestra vida. Esa base prepara el terreno para el capítulo 24, donde explica cómo vivirla en la práctica. Y todo esto ocurre en Siquem, el mismo lugar donde Jehová llamó a Abram según Génesis 12:1, recordándonos que el escenario también es parte del mensaje divino.

“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré.  Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición.  Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.”

En los versículos 2 y 3 Josué empezó a profetizar y hablar de parte de Dios.

«Y dijo Josué a todo el pueblo: Así dice Jehová, Dios de Israel: Vuestros padres habitaron antiguamente al otro lado del río, esto es, Taré, padre de Abraham y de Nacor; y servían a dioses extraños. Y yo tomé a vuestro padre Abraham del otro lado del río, y lo traje por toda la tierra de Canaán, y aumenté su descendencia, y le di a Isaac.» Josué 24 :2-3 Reina Valera (RVR1960).‬‬‬‬‬

En ese momento Dios habló a Israel por medio de Josué, recordándoles Su obra y su identidad como pueblo. Les hizo memoria de Abram y de su padre Taré. Israel ya había conquistado Canaán y las tribus habían tomado posesión de la tierra, tanto al oeste como al este del Jordán.

Taré, padre de Abram, vivía en lo que hoy es Irak y se dedicaba a la idolatría. Fue allí donde Dios llamó a Abram y le pidió cruzar el río, que se entendía como el Éufrates. Al obedecer, Abram fue transformado: recibió un nuevo nombre, Abraham, y su descendencia empezó a ser llamada “hebreos”, es decir, “los que cruzan”.

El mensaje era claro: no fue por mérito humano, sino por la obra soberana de Dios. Él fue quien tomó, llamó y guió, mostrando que puede transformar vidas incluso en medio del pecado y la idolatría. 

«A Isaac le di a Jacob y a Esaú. Y a Esaú le di el monte de Seir, para que lo poseyese; pero Jacob y sus hijos descendieron a Egipto. Y yo envié a Moisés y a Aarón, y herí a Egipto, conforme a lo que hice en medio de él, y después os saqué.» Josué 24 :4-5 Reina Valera (RVR1960).

Egipto simboliza la esclavitud, y en medio de esa opresión el Señor llamó y liberó a Su pueblo. Así como un día sacó a Abraham de la idolatría y lo hizo cruzar el río, también dio a Israel la victoria en su salida de Egipto. No fue por la fuerza ni los méritos del pueblo, sino porque la obra y la victoria siempre pertenecen a Jehová.

«Saqué a vuestros padres de Egipto; y cuando llegaron al mar, los egipcios siguieron a vuestros padres hasta el Mar Rojo con carros y caballería.  Y cuando ellos clamaron a Jehová, él puso oscuridad entre vosotros y los egipcios, e hizo venir sobre ellos el mar, el cual los cubrió; y vuestros ojos vieron lo que hice en Egipto. Después estuvisteis muchos días en el desierto.» Josué 24 6-7 Reina Valera (RVR1960)

En estos versículos queremos subrayar algo esencial: si alguien duda de Dios, que investigue. Hay evidencias históricas, como restos egipcios hallados en el Mar Rojo, que muestran la grandeza de un Dios vivo. Para el mundo puede parecer locura, pero para nosotros es prueba de Su poder sobrenatural. Nuestra fe no es irracional: solo Dios puede obrar así.

También queremos hablar a madres y padres que sienten haber fallado en su hogar. Quizás pensamos que la carga ha sido demasiado pesada, que con nuestras palabras o acciones alejamos a nuestros hijos. Eso puede traer culpa y vergüenza, hasta el punto de creer que ni Dios podría perdonarnos. Desconozco lo que cada uno ha hecho, pero sí sé quién es el Dios que adoro: un Dios de misericordia que restaura.

Él no se detiene en nuestros errores; su amor es más grande que nuestra culpa. La Biblia recuerda cómo Israel, por su desobediencia, tardó 40 años en un viaje planeado para 40 días. Aún así, Dios no los condenó, sino que los sostuvo.

De igual manera, todo aquel que se acerca arrepentido recibe perdón. Dios arroja los pecados al fondo del mar y no los recuerda más. Él no viene a juzgarnos, sino a levantarnos: vino a cubrirte, no a descubrirte; a perdonarte, no a culparte; a liberarte de tu carga, no a dejarte escondido.

“Yo os introduje en la tierra de los amorreos, que habitaban al otro lado del Jordán, los cuales pelearon contra vosotros; más yo los entregué en vuestras manos, y poseísteis su tierra, y los destruí delante de vosotros. Después se levantó Balac, hijo de Zipor, rey de los moabitas, y peleó contra Israel; y envió a llamar a Balaam, hijo de Beor, para que os maldijese. Mas yo no quise escuchar a Balaam, por lo cual os bendijo repetidamente, y os libré de sus manos.” Josué 24 8-10 Reina Valera (RVR1960).‬‬‬

Jehová, nuestra defensa, no permitirá que el enemigo que levanta falsos e insultos contra ti tenga la última palabra. Lo que el adversario planea para tu mal, el Señor lo transforma en tu bien. Lo que hoy otros maldicen se convertirá en bendición para tu vida; lo que desean en contra de tu negocio, Dios lo usará para abrirte puertas y traer nuevos clientes.

“Os libré de sus manos —dice Jehová— Yo los entregué, los libré y les di la tierra como lo prometí”. Porque todo lo que Jehová habla, Él lo cumple.

«Pasasteis el Jordán, y vinisteis a Jericó, y los moradores de Jericó pelearon contra vosotros: los amorreos, ferezeos, cananeos, heteos, gergeseos, heveos y jebuseos, y yo los entregué en vuestras manos. Y envié delante de vosotros tábanos, los cuales los arrojaron de delante de vosotros, esto es, a los dos reyes de los amorreos; no con tu espada, ni con tu arco.  Y os di la tierra por la cual nada trabajasteis, y las ciudades que no edificasteis, en las cuales moráis; y de las viñas y olivares que no plantasteis, coméis Josué 24 11-13 Reina Valera (RVR1960)‬‬‬‬.

El Señor puede tomar de negocios inconclusos, de trabajos ajenos o incluso de la riqueza del impío, y usarlo para bendecir a Sus hijos. Él es quien trae nuevos clientes, oportunidades y puertas abiertas. Nada de lo que tenemos proviene solo de nuestro esfuerzo, estudios o herencia, sino de la gracia de Dios que provee aún sin merecerlo.

El mismo Dios del Antiguo Testamento es el que hoy nos sostiene: nos da salud, capacidad, oportunidades y todo lo que necesitamos. Y en ese escenario donde su promesa se cumplía, Josué se levantó para recordar al pueblo que la Palabra de Jehová siempre se cumple.

«Ahora, pues, temed a Jehová, y servidle con integridad y en verdad; y quitad de entre vosotros los dioses a los cuales sirvieron vuestros padres al otro lado del río, y en Egipto; y servid a Jehová.» Josué 24 14 Reina Valera (RVR1960‬‬).

Ahora el Señor nos va a decir el ¿cómo?

  1. Teme a Jehová. El temor de Jehová no es malo. Proverbios 1:7 dice: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”. Necesitamos romper el paradigma de que temer a Dios es simplemente miedo al castigo o a ser arrojado al infierno.

El verdadero temor a Dios nace del amor. Es ese temor de perder lo más valioso de mi vida: mi relación con el Señor. Es respeto, honra y aceptación. Padres, debemos enseñar a nuestros hijos este temor, no como terror, sino como un vínculo de amor tan profundo que ellos teman perderlo.

  1. Sirve con integridad y verdad. Conocer a Dios debe llevarnos a servirle. Si alguien dice que teme a Dios, pero no le sirve, ese temor es cuestionable.

El servicio no se limita a la iglesia, aunque la incluye. Somos iglesia en todo lugar: en el trabajo, en la familia, en la sociedad. Servir es ponernos el delantal, ser los primeros en llegar y los últimos en irnos, hacerlo todo como para el Señor, con excelencia.

El servicio no cambia a Dios, Él ya es Dios. Quién es transformado soy yo: en humildad, obediencia y carácter. A través del servicio, Cristo se forma en mí.

  1. Quita los dioses que sirvieron tus padres. Todo dios falso siempre querrá ocupar el lugar de Dios verdadero. En la antigüedad tenían nombres como Ra en Egipto, Zeus en Grecia o Marte en Roma. Hoy quizá no los llamamos así, pero siguen presentes bajo otras formas.

Muchos dicen ser ateos, pero la verdad es que todos servimos a algo. Aquello que dirige mis decisiones, que determina mis prioridades y marca mi norte, ese es mi dios. Y el dios más común hoy no es el dinero ni la fama: es el yo. Mi comodidad, mis deseos, mi manera de pensar y actuar.

Pero si no quito esos ídolos de mi vida, nunca podré obedecer a Dios.

El texto no dice “no adoren a los dioses de Egipto”, sino “quítenlos”. Hoy eso significa cortar de raíz aquello que antes nos ataba.

* Si tu debilidad era el licor, no tengas la botella escondida en casa.

* Si fue la pornografía, no pongas tu confianza en bloqueos de celular, sino en un corazón renovado.

* Si era la ira, no busques contextos que te hagan perder el dominio propio.

La pregunta es: ¿cuál era ese ídolo antes de cruzar el río? ¿De qué esclavitud te sacó Dios de Egipto?

Hoy nuestro “Egipto” puede ser la violencia, las adicciones o los ídolos dentro del hogar. Decimos que la familia es lo más importante, pero muchas veces normalizamos lo que no deberíamos permitir. Cuando un padre grita a su esposa, enseña a sus hijas que eso es lo normal; cuando una madre irrespeta a su esposo, sus hijos aprenden a hacer lo mismo.

No hemos sido lo suficientemente radicales para sacar los ídolos de nuestras casas. Permitimos música, amistades o relaciones que debimos cortar a tiempo, y después sufrimos las consecuencias. Aún así, decimos que la familia es nuestra prioridad, cuando en la práctica no hemos puesto límites ni defendido el lugar que le corresponde a Dios en nuestro hogar.

“Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si a los dioses a quienes sirvieron vuestros padres, cuando estuvieron al otro lado del río, o a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” Josué 24: 15 Reina Valera (RVR1960).‬‬‬‬

El Señor nos hace una declaración fuerte: “Si les parece mal servir a Jehová…” A pesar de que Josué recordó al pueblo todo lo que Dios había hecho —liberarlos, guiarlos, darles la tierra prometida—, algunos aún dudaban. Esto sigue ocurriendo hoy: personas que han sido sanadas, restauradas, bendecidas, y aun así les cuesta escoger a Dios.

Dios podría reclamar con justicia: “¿Ya olvidaste que te sané, te liberé del pecado, te di familia, trabajo, provisión, milagros, iglesia, palabra… y aun así te parece mal seguirme?”

Josué entonces confronta al pueblo: “Escojan hoy a quién van a servir… pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” No fue solo una frase inspiradora, sino la decisión firme de un líder consciente del peso espiritual de su hogar. Josué eligió caminar en bendición y guiar a su familia por ese mismo camino, reconociendo que todo lo había recibido por gracia.

Este llamado sigue vigente: ¿a quién eliges servir hoy? No basta con decir que Dios es importante; hay que demostrarlo. Es tiempo de asumir el liderazgo espiritual en casa, de guiar a los hijos con devocionales, estudio bíblico, oración y límites claros. En medio de un mundo que bombardea con mensajes contrarios, media hora diaria con la Palabra puede marcar la diferencia.

Se necesitan hombres y mujeres valientes, que oren, enseñen y peleen espiritualmente por su familia. Muchos están aquí por el fruto de oraciones perseverantes de padres que, aún con errores, decidieron cambiar y elegir vida.

Habrá decisiones difíciles: establecer límites, decir «no», proteger la integridad. Al principio dolerá, pero en el futuro habrá gratitud por haber sido guiados con amor firme. Amar no es permitir todo, sino corregir con propósito y verdad.

Por eso, si identificas ídolos o pecado en tu casa, elimínalos. Sé como Josué, decidido y radical.

El nombre Josué es la forma hebrea de Jesús. Ambos marcan un mismo llamado: decidir. Josué dijo: “Escoge hoy a quién vas a servir”; Jesús dijo: “Niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame.” Ambos nos enfrentan a la misma elección: vida o muerte, luz o tinieblas. La decisión es personal. Nadie puede tomarla por ti.

A quienes aún no conocen al Señor:

Tal vez has servido a otros dioses, o estás atravesando dolor, ansiedad o vacío. Todos los que hoy servimos a Dios estuvimos ahí: perdidos, sin propósito ni dirección. Fue en esa oscuridad —en medio de ídolos, pecado, adicciones, ira e intentos fallidos de cambiar— que el Señor nos llamó y nos dijo: “Ven y cruza el río.”

Cuando lo haces, Dios transforma tu identidad: de esclavo a libre, de Abram a Abraham. Te convierte en un pionero, en alguien que deja un legado espiritual. Serás recordado como quien respondió al llamado, como aquel que oró por la salvación de su casa. Dios levantará un remanente de personas decididas a marcar generaciones.

A los hijos que aún no se han comprometido:

¿No fue Dios quien te limpió, te sanó y te dio todo lo que tienes? Si no fuera por Él, ni siquiera estarías aquí. ¿No vale entonces la pena decir hoy: “Voy a servir a Jehová con integridad y compromiso?»

A los hijos comprometidos:

A los que eligieron el camino correcto, que oran, que confían en Dios, que alimentan espiritualmente a su familia a pesar del cansancio. A los padres que enseñan la Palabra, a las madres que cuidan cada detalle, que guían a sus hijos hacia Dios… ¡ustedes merecen honra! Han sido fieles en medio del desgaste.

Y hoy, una invitación final: Abraza a tu familia, no solo con emoción, sino con oración, gratitud y compromiso. Estás cosechando lo que sembraste en lágrimas, sacrificio y fidelidad. Que ese abrazo sea también una reafirmación de tu llamado.

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