El Mesías Esperado: Jesús como Rey
Isaías 9:6-7 “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre «Admirable consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Príncipe de paz». Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.”
Si empezamos a hablar de nombres como Sócrates, Aristóteles y Platón, posiblemente lo que pensemos de ellos es que son filósofos destacados de la historia, compartamos o no lo que decían. Si hablamos de apellidos como Bolívar, Hidalgo y Washington, pensamos en esos hombres valientes que marcaron la libertad de América; pero cuando pensamos en el nombre de Jesús, ¿qué es lo primero que se viene a nuestra mente?
¿Cuántas veces lo primero que pensamos cuando nos dicen Jesús, es en verlo como nuestro Salvador? La mayoría de nosotros pensaría esto – lo cual es verdad – pero no debemos olvidar que Jesús no es solamente nuestro Salvador, Él también es nuestro Rey, y al Rey se le recibe de cierta manera.
Por ejemplo cuando recibimos al rey de algún país existe todo un protocolo que debemos cumplir y no ponemos excusas para que el rey nos exima de cumplir ese “protocolo”, no podemos decirle: “rey me quede sentado porque me duelen los pies, porque esta semana no hubo que comer en mi casa o porque la economía está muy mal”; la realidad es que nadie se atrevería a hacer esto.
La pregunta que debemos hacernos es ¿cuál es el protocolo que seguimos cuando el Rey de Reyes entra a la Iglesia?. Cada vez que lleguemos a adorar al Señor, el único que debe importarnos es Él, porque no solo estamos adorando a nuestro Salvador sino también a nuestro Rey y al Señor lo alabamos con todas nuestras fuerzas y con el agradecimiento y el protocolo que Él se merece.
La Biblia dice sobre Jesús: “Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en Él fueron creadas todas las cosas, tanto en los cielos como en la tierra, visibles e invisibles; ya sean tronos o dominios o poderes o autoridades; todo ha sido creado por medio de Él y para Él. Y Él es antes de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen. Él es también la cabeza del cuerpo que es la iglesia; y Él es el principio, el primogénito de entre los muertos, a fin de que Él tenga en todo la primacía” Colosenses 1:15-18.
Este Rey – Jesús – era diferente a lo que esperaba el pueblo de Israel, ellos esperaban a un rey que entrara en su caballo victorioso, con una corona llena de diamantes y con un ejército, pero ese Rey fue diferente; entró en un asno y lo que tuvo fue una corona de espinas y sus primeros seguidores eran unos pescadores.
El Rey que alabamos no es tampoco aquel que “esperamos” que sea. Nunca hemos visto a un cortesano – persona que estaba a servicio del rey – decirle: “rey no se vista así o hágalo de esta manera” sin embargo, nosotros sí tenemos la osadía de decirle al Rey de Reyes: “¿Porqué no nos has dado esta respuesta, porque a nosotros nos pasa esto y a otros no?”, sin embargo, el Rey hace lo que Él considera pues Él es Bueno y Soberano; ¿por qué lo cuestionamos entonces?
Cuando la Biblia habla del trono de David, nos está enseñando una verdad elemental acerca de la realeza de Jesús.
Históricamente hablando el pueblo de Israel – antes del rey Saúl – había sido guiado por algún profeta u hombre de Dios reflejando de alguna manera que Jehová era quien gobernaba sobre el pueblo. Sin embargo, Israel empezó a ver que los pueblos paganos tenían un rey que iba a las batallas, solucionaba los problemas, gobernaba y era soberano sobre el pueblo. Entonces Israel empezó a añorar con lo que tenían otros y se olvidó de lo que ellos tenían, anhelaba un hombre físicamente al cual ellos pudieran acudir y que peleara por ellos, olvidando que ellos tenían un Dios que habría el mar en dos, que hacía descender maná del cielo, que hizo que de una roca saliera agua y que realizaba milagros que un rey natural no podía hacer.
1 Samuel 12:19 nos dice “Entonces dijo todo el pueblo a Samuel: Ruega por tus siervos a Jehová tu Dios, para que no muramos; porque a todos nuestros pecados hemos añadido este mal de pedir rey para nosotros.” A lo que Samuel les respondió – versículos 24-25 – “Solamente temed a Jehová y servidle de verdad con todo vuestro corazón, pues considerad cuán grandes cosas ha hecho por vosotros. Mas si perseverareis en hacer mal, vosotros y vuestro rey pereceréis.” El primer rey que tuvo Israel fue un hombre que no tenía el corazón conforme a Dios.
Dios decide levantar a otra persona: a David. Este hombre tuvo muchos errores y que al igual que nosotros, pecó. Pero la Palabra nos enseña que aún así no gobernó como los hombres de su época, que en lugar de gobernar como un orgulloso jefe de estado que ejercía el control y que decía que hacer, gobernó humildemente como un virrey donde él no quería tener la luz y las luces, sino que las tuviera Jehová; les enseñó quien era el digno de adorar y seguir. Dios utilizó el trono de David como un púlpito para glorificar su nombre. El Salmo 93:1-2 David dice: “Jehová reina; se vistió de magnificencia; Jehová se vistió, se ciñó de poder. Afirmó también el mundo, y no se moverá. Firme es tu trono desde entonces; Tú eres eternamente.”
David sabía quién era el verdadero Rey de Israel y reconocía que él solo era un siervo representando a su Dios, el Rey verdadero. El corazón de David era conforme al corazón de Dios.
Israel tenía la esperanza de que del linaje de David vendría ese rey que los liberaría a todos de toda la maldad y opresión, que vendría a gobernar por encima de ellos. Dios cumplió su palabra en Jesús a través del linaje de María quien era descendencia de David. Sin embargo, Israel esperaba que ese rey fuera lo que ellos querían que fuera, darle las órdenes y cumplir con las expectativas que tenían, y no uno conforme a lo que Dios quería que pasara.
Jesús vino a romper el molde de lo que ellos esperaban porque en lugar de ser un Rey que se servía del pueblo, Él era un Rey que servía al pueblo, no nació en un palacio, sino en un pesebre, no tenía una gran caballería, entro a la ciudad en un asno, no tenía ejército sino que lo seguían personas comunes y corrientes, no vino a pelear la batalla y traer violencia, vino a traer milagros, señales y prodigios, no vivió en un castillo y su sepultura no fue pomposa, lo enterraron en una cueva y tenía una corona de espinas, su lugar de victoria no fue un campo de batalla natural, sino una cruz donde venció el pecado y la muerte.
Jesús como Rey no solo vino a traer libertad a Israel, sino a toda la humanidad y vino a restaurar la relación con el Padre eterno. Tenemos la bendición de que todos los días tenemos acceso al trono de la gracia de Dios, donde gobierna ese Rey verdadero donde no existe más protocolo que amarlo y dejarnos amar por Él, no hay vestimenta correcta o incorrecta, porque ya nos dio vestiduras de santidad, ese es el Rey al que nosotros adoramos.
Muchas veces olvidamos a quien adoramos y nos pasa lo del pueblo de Israel: queremos lo que los demás tienen, que Dios opere a nuestra manera, nos de las bendiciones y las cosas que tiene el mundo y no nos damos cuenta de que el mayor tesoro ya Él nos lo entregó, que la mayor bendición es tener libre acceso al Señor.
Jesús opera como Él quiera; y sus pensamientos para nosotros son pensamientos de paz y de bien, y aún en medio de un momento difícil, el gozo del Señor es nuestra fortaleza. La Palabra nos recuerda que “aunque andemos en valle de sombra y muerte no temeremos mal alguno, porque Él está ahí con nosotros”, el Rey está ahí y a diferencia de los reyes de hoy, cuando se van a guerra, ninguno de ellos sale a la guerra, dan las direcciones desde su palacio. Sin embargo, cuando nosotros tenemos batallas, el Rey de Reyes va delante de nosotros como poderoso gigante, porque Él lucha y está atento a nosotros.
No hay favoritos para Dios, todos somos hijos, no podemos ganarnos su favor porque Él ya pagó todo por nosotros. Ese Rey nos invita a su lugar secreto, porque quiere tiempo con nosotros, quiere estar con sus hijos, quiere escucharnos y hablar a nuestro corazón, se manifiesta en el momento preciso y no cuando queremos o necesitamos.
Cuando hablamos de reyes naturales, existen un sinfín de protocolos que debemos seguir, algunos de ellos son que debemos dirigirnos a ellos como “señor o majestad”, no podemos dirigirnos directamente a ellos, sin que ellos no se dirijan primero a nosotros.
La realidad es que nosotros nos dirigimos a nuestro Rey como Señor, y Él ya se dirigió a nosotros, porque Él nos amó primero y decidió acercarse a nosotros, se hizo hombre para ser como nosotros. No hay ningún protocolo que seguir, solo debemos saber a quién estamos celebrando y adorando.
En Jesús podemos tener la promesa de que un día volverá por nosotros y gobernará eternamente, y que a diferencia de los otros reinados, su reino, no tendrá fin. En Jesús tenemos la certeza de que todas las batallas Él las gana y que es el mismo ayer hoy y siempre por los siglos de los siglos.
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