Ser Iglesia
La iglesia debería ser el lugar donde más nos guste asistir, donde vamos a encontrarnos con Dios y nuestra familia, donde nos sentimos en casa y nos sabemos amados. Si no es así, entonces debemos dejar todas las cadenas de dolor que podamos haber tenido en otras congregaciones.
Muchas personas han tenido experiencias frustrantes al congregarse en diferentes lugares; sin embargo este tipo de situaciones no deberían definir ni a las personas ni a la iglesia misma. La iglesia está llena de gente imperfecta, y el lugar donde nos congreguemos actualmente no va a ser la excepción. Todos los seres humanos somos imperfectos y nos fallamos unos a otros. Sin embargo; hay que tener claro que el plan de Dios es la unidad y es la iglesia; y Él definitivamente hace algo cuando la gente imperfecta se reúne. El que se sabe necesitado es el que recibe el poder del Espíritu Santo. Dios es experto en utilizar al necio al que no tenía valía y avergüenza al que se cree sabio.
Charles Spurgeon fue predicador inglés que alguna vez citó la siguiente frase: “Al recibirme a mi la iglesia pasa a ser un lugar imperfecto.”
No hay otro lugar donde podamos conocer más tangiblemente el amor de Dios que en la iglesia, con su gente, sus hermanos en Cristo. Toda iglesia donde se exalta a Jesús, es un lugar donde definitivamente vamos a contar con apoyo de unos con otros.
Otro problema frecuente que han tenido varias personas al asistir a una iglesia es que no tienen claras las expectativas. Es importante que sepamos que nuestros pastores no son personas que “todo lo saben”, es imposible para ellos conocer absolutamente cada detalle de la vida de cada miembro de la congregación. Si tenemos la expectativa que nuestro pastor va a entender todo lo que nos pasa y que va llenar todos los vacíos de nuestra vida, estamos muy equivocados. La biblia es clara al afirmar que sólo Jesús puede llenar toda necesidad.
Cuando estamos en una iglesia sana, y necesitamos ayuda, en ella vamos a encontrar apoyo, vamos a ser consolados, exhortados, levantados, animados. La congregación nunca va a ser perfecta, pero va a estar ahí cuando lo necesitemos. Si lo que queremos es que nos chineen vamos a tener la expectativa incorrecta. Tenemos a nuestro Padre; pero sabemos que la iglesia va a estar ahí. Debemos tener claras las expectativas.
Muchas veces venimos a la iglesia y alguien no nos recibió. En vez de resentirnos, debemos ir a la palabra y actuar en obediencia: buscar, sanar y restaurar. Pero de igual manera; no esperemos que una persona venga a llenar todas nuestras necesidades.
Efesios 2:17.22 nos dice lo siguiente:
Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.”
El Señor vino a traer paz con aquellos que estaban cerca. Los judíos estaban cerca, ellos tenían lo vivencial, la palabra y la revelación pero muchos no recibieron al Señor.
Nosotros también podemos traer eso a la practica hoy: muchos podemos asistir a la iglesia, donde en nuestra condición de pecadores, es diferente estar cerca de Cristo a estar en Cristo. Hay personas que piensan que realmente tienen a Cristo y no es así. La diferencia radica en que al momento que tenemos un encuentro genuino con Jesús, el viene a restaurar la relación que una vez fue dañada por el pecado.
Cristo es el cumplimiento de esa palabra escrita, y es quien vino a restaurar ese lazo que estaba roto. Fue el punto donde tenemos un encuentro con Jesús, cuando el verdadero cambio empieza: antes estaba cerca, y ahora empezamos a hablar con Él. Si usted ha estado cerca asegúrese que Jesús está en usted. Cuando realmente el Espíritu Santo entra a nuestra vida, muchas cosas cambian: la manera en que hablamos, como leemos la palabra, la forma como abordamos las situaciones dejan de ser una carga.
Los gentiles sin haber conocido el nombre de Jesús, formaron de su propia vida un ídolo, creyendo que sus propias decisiones los iban a llevar a bien. Del mismo modo, nosotros nunca vamos a encontrar plenitud si estamos en el trono de nuestra vida. Hasta el día que encontramos al Señor llamando a nuestra puerta, y le entreguemos nuestra vida, vamos a tener al príncipe de paz hablando y restaurando lo que nuestro propio pecado destruyó. El que está cerca vive tratando de estar mejor, el que está lejos vive pensando que esto no es para ellos.
Jesús como príncipe de paz vino a unirnos en un solo pueblo a los que estaban cerca y lejos: “porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre.” Efesios 2:18
Al nacer de nuevo tenemos entrada al Padre, somos extranjeros, es decir no vamos a calzar por naturaleza. Somos advenadizos, es decir que por naturaleza no pertenecemos a su reino ni por capacidad ni por algo que provenga de nosotros. Cristo es el único que restaura todo para que nuestra naturaleza no sea la del mundo, El nos hace a su imagen, y luego de transformarnos nos da la capacidad para ser miembro de la iglesia. Muchos no nos sentimos miembros por naturaleza y capacidad, pero debemos dejar eso al Señor, Él lo va a hacer.
Al ser adoptados en la familia de Dios tenemos derechos solo por el hecho de ser ciudadanos del reino, derechos que antes por naturaleza no teníamos, pero que ahora en Cristo los adquirimos, Si hemos recibido a Cristo, si hemos nacido de nuevo tenemos derechos en Cristo.
Necesitamos entender que el Señor nos ha hecho conciudadanos. Él solo está esperando que cantemos unidos Santo Santo Santo es el Señor. Somos conciudadanos y miembros de una sola familia. Cuando vamos a la iglesia, venimos a nuestra casa y esto nos lleva a un conjunto de beneficios hermosos y también de responsabilidades, donde el Señor es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos.
Cuando vamos a la iglesia, nos levantamos y saludamos. No venimos de visita, porque es nuestra casa, es nuestra familia.
La iglesia donde nos congreguemos es el lugar donde Dios nos sembró. Dios nos lleva a un lugar y sabe lo que es mejor. Tarde o temprano, Él nos va a usar para ministrar a otros. La iglesia la conforman el que lava, el que cocina, el que sirve, donde cada persona tiene un rol, y si falta uno no es lo mismo. Debemos tener ese corazón.
La Iglesia no es un lugar sino las personas que están en ese lugar. La gente que no conocía al Señor, gente que vinieron quebrados, de diferentes contextos, y Dios las juntó en el mismo lugar con un propósito. El Señor sabía que los unos y los otros nos íbamos a edificar, y sabía que el fundamento que Él iba a poner era la base.
Mucha gente se va resentida de la iglesia, y muchas veces con la excusa de decir que “creo a mi manera”. Evitan hacer lazos, establecer equipos, y prefieren vivir aislados. Es necesario pertenecer a grupo, necesitamos entender este concepto y unirnos a la visión y al modelo que Dios está estableciendo.
Hemos sido salvado por gracia para predicar el evangelio, manifestando gracia, amor, sabiduría y poder (que proviene de Dios y no de nosotros mismos).
Es importante tener claro también que la iglesia de al lado no es competencia. Cuando ellos ganan nosotros también. Eso es la iglesia. Un verdadero creyente va a amar y atesorar ese propósito.
También como iglesia, existen responsabilidades, como por ejemplo el levantar discípulos, donde la gente entienda que no se trata de si me gusta no me gusta. No es un tema de gustos, sino de sujeción a lo que Dios quiere. Cuando estamos siendo discipulados estamos haciendo la voluntad de Dios: hacer, formar, salir, y traer discípulos.
Mateo 5 13 -16 nos dice: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.”
Ya no somos de este mundo, pero debemos amar a ese mundo que nos odia, debemos anhelar que Dios saque a las personas de la oscuridad, y del dolor, debemos predicar a un Cristo que está vivo que nos salvó y puede salvar a otros también.
Los apóstoles y profetas fueron puestos para hablar la palabra de Dios. Si nosotros estamos expuestos a la palabra, esta va a traernos sabiduría. Jesús es la piedra angular; y ninguna iniciativa fuera de Él permanece, ninguna familia, matrimonio, iglesia. Jesús es el cumplimiento de la palabra y en Él estamos establecidos.
Debemos compartir la gracia que nos fue dada. Cuando pasamos buscando justicia, señalamos lo que tal persona nos hizo, murmuramos de lo que otro hizo mal, criticamos si alguien predicó mal, no estamos caminando en la gracia. Con la gracia las piedras se caen.
¿Cómo perdonar a alguien que realmente nos ha herido?. Cuando nos predicamos a nosotros mismos, y comprendemos en nuestro espíritu que ya Cristo nos salvó y nos dio gracia inmerecida. Esto es extender lo que ya nos fue dado, en forma gratuita.
Jesús lo hizo para que nosotros aprendiéramos: nos amó, amemos. Nos perdonó, perdonemos. Nos dio gracia, demos gracia.
Solo Él que sabe lo que sucedió esa cruz puede decir de corazón: “Señor tu sigues siendo BUENO, y tu bondad no tiene limites.” Ninguno tenemos por naturaleza derecho a pertenecer al reino de Dios, pero nuestra ancla es Jesús y por eso ahora somos partícipes y coherederos del reino, por lo que Jesús hizo en la cruz.
Es importante también entender que las personas tienen diferentes procesos de crecimiento. Cuando somos niños vamos a tomar decisiones erróneas, vamos a equivocamos, y muchas veces cuando esto sucede otros juzgan y señalan. Pero esto va en contra de la unidad y fomenta la división. Aquellos quienes llaman a otros personas en diferentes procesos como hipócritas o inmaduros al ver el resultado de una situación, también son niños espirituales. No se debe esperar que un niño actúe como adulto cuando todavía es un niño.
La palabra nos recuerda que el “el hierro se lima con hierro y el hombre con el hombre”.
La inmadurez nos lleva a madurez solo cuando aprendemos a interactuar con el pueblo de Dios. En medio de la iglesia aprendemos a amar, a perdonar y a sujetarnos.
La madurez tiene muy poco que ver con atender temas que no formen relaciones. Madurez tiene que ver con relaciones con las personas.
Si usted es una persona que se considera sola, usted debe ser expuesto a otras las personas. Y en las relaciones van a salir chispas, y vamos a tener problemas. Pero nuestra responsabilidad es ir a amar a las personas. Debemos pensar como Jesús lo hizo y en vez de hundir a alguien, ir y abrazarlo.
Ser iglesia tiene que ver todo con relaciones. Tiene que ver con nuestra relación con el Señor y con el prójimo.
Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Juan 22:37-39
Una persona madura es aquella pone en práctica lo que aprendió en el cuarto de oración. Aprende a ser menos egoísta y amar verdaderamente lo que Dios ama.
Una iglesia nunca puede ser egoísta, el bien común debe ir por encima del bien personal.
El Señor anda buscando una generación sellada con fe que busca cambiar un mundo donde ese mundo nos quiere matar, donde nosotros no estamos esperando ser llenados, sino llenar a otros.
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