La Santidad no es una opción: Pecar vs practicar el pecado
Existen niveles de pecado, no hay alguno que nos condene más, sin embargo, existen niveles de consecuencias diferentes basado al pecado que cometamos y en ocasiones estas pueden tener consecuencias de por vida.
El libro de Juan trata sobre un debate entre el amor y el pecado. Dios imprimió su naturaleza en nosotros, Él nos da amor y nos hizo seres con gran capacidad de amar, sin embargo, dependiendo lo que amemos nuestros frutos serán diferentes.
Por esta razón es importante preguntarnos ¿Qué es lo que amamos por sobre todas las cosas? Si amamos a Dios seremos conocidos como sus hijos, si no, tendremos a Dios lejos y El nunca podrá ser nuestra segunda opción. El pecado nos lleva a muerte espiritual ya que nos separa de Dios.
1 Juan 3:6-10 dice:
“Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido. Hijitos, nadie os engañe; el que hace justicia es justo, como él es justo. El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo. Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es nacido de Dios. En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios.”
Es difícil entender esto ya que todos somos pecadores, sin embargo, este versículo no habla de un pecado ocasional, de una práctica constante de este pecado. Para los que estamos en Cristo las cadenas del pecado no son parte de nuestro día a día ya que la sangre del cordero las rompió en la cruz. Quien sigue en pecado es por que escoge estarlo, todos podemos salirnos si así lo decidimos, aquí no existe el “no puedo” porque todo lo podemos en Cristo quien nos fortalece.
Juan nos da un consejo y es que no debemos evaluar a las personas por lo que predican, sino por lo que practican. La mayoría de los fariseos de esa época decían a las personas qué hacer pero ellos no estaban dispuestos a hacerlo.
En ocasiones leemos la Biblia y nos ponemos a pensar en que este mensaje sería bueno para esta persona o para la otra, sin embargo, esta se debe leer hacia adentro de nosotros mismos. Y si deseamos ver una transformación en otro primero tenemos que hacerla nosotros mismos. Dejar que la luz de Cristo brille tanto en nosotros que produzca que otros al verla deseen cambiar también. Somos la luz del mundo ya que Dios brilla en nosotros y cuando eso suceda podremos llevar luz a otros.
El que practica pecado adquiere una identidad del enemigo, mientras que si practicamos disciplinas en Cristo Jesús nuestra identidad será la de hijo de Dios. Por esta razón un cristiano no puede vivir en prácticas pecaminosas. Hay que ser cautelosos porque el enemigo trabaja de una manera tan sigilosa que poco a poco nos puede ir arrastrando al pecado sin darnos cuenta, hasta que un día nos damos cuenta de que estamos totalmente contaminados y alejados de Dios y nos preguntemos ¿En qué momento ocurrió esto?
El amor y la justicia de Dios es imposible de dimensionar en nuestras mentes humanas. En ocasiones hemos pecado y no ha habido consecuencia siendo esta una manifestación del amor de Dios en nuestras vidas. Sin embargo, en otras ocasiones sí hemos tenido consecuencias y ha sido la justicia de Él operando en nuestras vidas también. Esto nos pone un reto como creyentes porque nos dice que debemos ser personas de amor y de justicia, pero es preocupante que algunas personas usen el argumento de “salvo siempre salvo” como licencia para pecar, quienes lo hacen no conocen la justicia de Dios.
No podemos ser personas que pasan apuntando los pecados de los demás ya que entonces no estaríamos mostrando misericordia ni amor al prójimo. No podemos meternos en el Dios de justicia y salirnos del Dios de amor ni viceversa, Él nos llama a ser ambos al mismo tiempo.
Nunca seremos perfectos. Dios no nos llama a serlo, sino que nos pide caminar en santidad. Nos equivocaremos, pero si esto produce arrepentimiento genuino entonces nuestra vida será transformada para ser más como Él y así es como estaremos caminando en santidad. Si no pecáramos no necesitaríamos a nuestro Salvador. Debe haber un arrepentimiento genuino, no se trata de hacer una oración, de sentirnos mal o pedir perdón, es un cambio de mente que nos lleva a acciones.
En ocasiones somos muy ligeros con el pecado y no entendemos lo que puede provocar en nuestras vidas. Si practicamos actos pecaminosos Dios no estará ahí, y si le conocemos no tendremos paz. Practicar es tener cualquier tipo de patrón repetitivo. Dice Corintios que estamos siendo transformados y que vamos de gloria en gloria; si esto no está sucediendo en nosotros entonces debemos preocuparnos y actuar consecuentemente.
No podemos ser los mismos hoy que hace un año, quizá existan áreas en nuestras vidas que no están como nos gustaría que estuvieran, pero si estamos en Cristo debemos ir viendo victorias en áreas de nuestra vida porque ya Cristo compró nuestra victoria en la cruz. Su Espíritu habita en nosotros y por eso el pecado no se puede seguir enseñoreándose en nuestra vida.
Gálatas 2:20 dice: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, más vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.”
Esta palabra es fuerte, pero si alguien nos ama nos advertirá si vamos directo al despeñadero. Esto no es obra de intentar portarnos bien sino es el poder de Dios obrando en nosotros.
Analicemos si tenemos alguna práctica pecaminosa, si es así confesémoslo en una consejería porque a través de la confesión hay libertad, pero ante todo arrepintámonos, seamos radicales con el pecado.
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