Hacedores de Discípulos
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Hacedores de Discípulos

Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado.
Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.
Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.
Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén. Mateo 28:16-19

Cada vez que vemos lo que el Señor está haciendo, nuestra forma de accionar debería ser detenernos y darle gracias.

Por ejemplo cuando oramos por los alimentos el enfoque a nuestro alrededor cambia. Cuando nos sentamos a comer, si nos detenemos y vemos esos alimentos, y hacemos conciencia de si alguna vez hemos tenido hambre, el sólo hecho de saber que el Señor proveyó porque Él ha sido Bueno con nosotros, entonces todo empieza a cambiar.

Debemos ser intencionales en cada cosa que hacemos, y en vez de quejarnos, agradecer por algo que otros no tienen. Cuando hacemos eso, nuestro corazón debe cambiar. Tenemos más de lo que muchos no tienen. El Señor nos ha proveído más que a mucha gente en el mundo y nuestro corazón debería ser transformado si realmente entendiéramos las dimensiones de esa verdad. Si así fuese, nuestra forma de orar no debería ser solamente por cumplir.

Mateo 28: 16-17 nos dice “Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban.”
Siempre va a existir gente que duda. Aunque estén viendo, son personas que van a criticar, que cuando el Señor sana a alguien creen que esa sanidad fue una casualidad, o que todo es un montaje, personas que se incomodan por el campo en que se han sentado, que les molesta si hay aire acondicionado o no, que no se sienten a gusto con la persona de a la par porque les “limita a adorar”, es gente que siempre va a poner excusas para no adorar al Señor como se nos ha mandando a hacer.

Cada vez que recibimos una palabra del Señor nuestra reacción debería ser la adoración.
¿Reaccionamos o no cuando el Señor nos habla?. Tenemos la opción de callarnos y no hacer nada o reaccionar en adoración.
Dice la palabra que en el mismo grupo de once discípulos unos confiaron y adoraron, pero otros no. A pesar de que todos por igual vieron, estuvieron, caminaron y vivieron las mismas experiencias, unos dudaron.

Debemos entender que más que un show o una invitación; la adoración no es venir a la iglesia y levantar nuestras manos, sino volver nuestra vida al Señor y decirle gracias porque estábamos mal pero Él nos dio las fuerzas para cambiar, para ser transformados.

Volviendo a Mateo 28:18, dice la palabra que Jesús se acercó y les dijo a los discípulos “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra.”
Por lo tanto; “como toda potestad me fue dada , como todo victoria fue ganada, toda circunstancia queda debajo de mis pies”, entonces “vayan y hagan discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.”

Vamos a meternos en el contexto de lo que el Señor quiere hablarnos a través de esta porción de la biblia:

La palabra discipulado aparece doscientas sesenta y nueve veces en el Nuevo Testamento; y aún así como creyentes nos cuesta entender el significado de lo que es hacer discípulos.
El texto nos habla sobre cuatro verbos: ir, hacer discípulos, enseñar, y bautizar. De estos cuatro verbos sólo hay uno que es un mandamiento, una orden, un comando de Dios y es: hacer discípulos. Si nos vamos al original la palabra “ir” significa que: mientras estemos caminando hagamos discípulos, mientras estemos enseñando hagamos discípulos, mientras estamos en el Señor hagamos discípulos.

El enfoque en esta palabra es que Dios nos está dando una orden. Y ese mandato es: hacer discípulos, donde el “ir” requiere salir de nuestra silla, de nuestra comodidad, de nuestras excusas y circunstancias y salir al mundo donde hay aflicción y problemas. Debemos salir a predicar y que este mensaje impacte el mundo, y para que esto suceda debe trasladarse en la acción de “ir”.
Un discipulado no es algo que se nos asigna, es algo que se gana en el hacer, algo que se gana cuando salimos, algo que se afirma con cada acción de lo que hacemos en nuestra vida. Por ejemplo, cuando no soportamos conversaciones que no agradan al Señor y reaccionamos, nos levantamos y dejamos de escuchar, es en ese momento que estamos empezando a discipular y a establecer lo que Dios dijo que nosotros somos en Cristo.

Debemos empezar a salir de nuestra pasividad y zona de confort, salir de lo que se nos hace más fácil, como quedarme atrás y callado, en vez de pasar al frente, si nos es más fácil orar donde nadie nos ve a ser expuestos a que vean quienes somos. El Señor nunca nos escogió para que nos quedáramos en lo fácil. El Señor nos escogió para que saliéramos y fuéramos expuestos a la luz.
Cuando ya se sabe lo bueno y lo malo que hemos hecho, ¿qué importa lo que la gente opine?. ¿Vamos a escoger agradar a Dios o al mundo?

El texto en Mateo 28 nos habla de tres características para ser un hacedor de discípulos:

1. NO ES UNA METODOLOGÍA, ES UN MANDAMIENTO DE LA PALABRA DE DIOS

Toda iglesia debería de trabajar discipulado. Esta fue una de las grandes demandas que el Señor les puso a sus discípulos: “esto fue lo que yo hice con ustedes ahora les toca a ustedes”.
Para que podamos ser hacedores de discípulos, debemos entender primero que cada uno de nosotros somos la iglesia, somos el cuerpo de Cristo, somos los santos cuando nos reunimos, los que les entregamos la vida al Señor porque El nos amó primero. Cuando se habla mal de la iglesia nosotros deberíamos sentirnos aludidos y nos debería doler. Entonces con dicho entendimiento, es irracional que estemos hablando mal entre nosotros mismos, cuando más bien deberíamos invitar a nuestro hermano a crecer, no a criticarlo, no a destruirlo, a corregirlo en amor. Pues la palabra de Dios dice: “en esto los conocerán, en que se aman unos a otros”.

Hemos sido adoptados.
La biblia nos define antes de estar en Cristo como pecadores, como huérfanos, al estar nosotros en dicha condición, al estar apartados del Señor vamos a buscar por naturaleza una identidad. Esta, va a venir de nuestro padre y madre, y ellos nos van a poner identidad sobre quienes somos y donde vamos.

El bautizo en Cristo, el nuevo nacimiento del que habla la biblia es cuando nuestro corazón de piedra es cambiado por un corazón de carne. Es cuando vamos a la cruz de Cristo y somos convencidos de pecado y nos arrepentimos genuinamente. Es puesto otro corazón donde el Espíritu Santo ha sido derramado, y el cual tiene el poder para transformarnos. Es la representación de lo que ocurre cuando entramos “sucios y salimos limpios”. No es una oración que hemos hecho estando sentados en la iglesia; una oración de fe no cambia nada, cuando la vida sigue siendo la misma. Cuando Cristo ministra nuestra vida, vamos a ser bautizados en el Espíritu Santo.

Una oración nos va a transformar, hasta que Cristo nos cambie nuestra vida. Si nuestra vida no está siendo transformada continuamente, si no estamos siendo expuestos, si nuestro conocimiento no está siendo experiencia de la gracia de Dios, en humildad, donde sabemos, reconocemos y entendemos que no somos nadie a la par de Dios, entonces se debe poner en tela de duda si somos creyentes. No fuimos puestos para llenar congregaciones sino para ser cambiados. El perdón y arrepentimiento nos va a llevar a salvación; el venir a una iglesia: no.

Nuestra identidad es marcada por nuestro nombre, dado por nuestro Padre. La biblia define a Juan y Jacob  como hijos del trueno, lo cual manifestaba quienes eran ellos: explosivos. Y esto sigue siendo una verdad en nuestras vidas. Muchas veces nuestra identidad es marcada por como nosotros actuamos, porque cuando caminamos en orfandad algo nos va a dar identidad, y muchas veces ese algo va a ser lo que nosotros hacemos, y es lo que otros puedan decir con base a nuestro actuar: el vago, el peleón, el amargado, el confrontativo, orgulloso, el perezoso, etc.

Aunque los jóvenes andan buscando identidad; muchas veces ya como adultos terminamos aceptando esa identidad y nos conformamos con frases como “yo soy así y nunca voy a cambiar”, “la verdad soy el que me quedé soltero para siempre”, “cometí un error y nunca voy a conseguir una pareja y me quedaré solo”. Aceptamos la identidad que el mundo nos formó o medio formó a que fuésemos. Porque cuando somos huérfanos no recibimos la identidad que el Señor quiere que tengamos.

Cuando la biblia menciona a personas, las llama como: Josué el hijo de Nun, Jesús  el hijo de José; y esto se hacía así porque el padre marcaba quien era el hijo.
Todo papá tiene cosas buenas y malas. Muchos padres se preguntan cómo hacer para formar una identidad sana de sus hijos sin que se den cuenta como han sido ellos. Les comparto un ejemplo práctico: “en mi niñez y adolescencia vi una mujer de oración – mi mamá – ; y fuera de sus imperfecciones siempre sacaba tiempo para orar. Ahora, cuando la veo sentada en la iglesia puedo decir que es la misma persona que veo en la casa, entiendo que es imperfecta pero es la misma”.

Cuando no tenemos esa figura de padre o madre hay muchas cosas que nos marcan, y alguien más va a empezar a formar identidad en nuestra vida; y pensamos que si nuestro papá hubiese estado presente todo hubiese sido diferente. Pero, viene el Señor; nos toma, nos bautiza y en un instante transforma quienes fuimos para el mundo y nos da otra identidad, nos da otra naturaleza y otras características.

Hay mucha gente que no le dice Padre a Dios porque le duele. Pero, somos quienes Dios dice que somos, y el Padre quiere quitar religiosidad. Como padres a veces ponemos una carga en nuestros hijos, más grandes de las que pueden llevar. Pero así no es nuestro Padre celestial.
Antes de ver quienes somos, demos la oportunidad al Señor para que nos diga quienes realmente somos. ¿Qué necesita Dios transformar en nosotros hoy?. Porque nuestro Papá no dudó en darnos identidad al bautizarnos en el  nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

2. PROCESO DE SANTIFICACIÓN

Cuando recibimos la paternidad de Dios, empezamos a caminar en un proceso donde vamos a estar siendo formados a la imagen de Cristo. Vamos a empezar a cambiar, entender que ya las cosas pasaron; donde nos vamos a parecer a esta nueva familia.
Dios nos va a formar para que nos parezcamos a la familia en la que estamos hoy. Dios quiere que te parezcas a tu familia. Que te parezcas a Él.

El versículo veinte de Mateo 28, dice: “enseñándoles que guarden todas las cosas”. Esto quiere decir que entramos a un proceso de santificación por el Espíritu Santo. Nos damos cuenta de eso cuando vamos a la biblia. No podemos decir que somos creyentes y no querer leer la biblia, solo conocemos al Señor por lo que dice de Él la palabra. No podemos enseñar lo que no conocemos.
El discipulado nos va a llevar a la práctica, a la gracia, a experimentar santidad, a constantemente ser transformado. Vamos a ser menos de como éramos antes y más como Jesús, menos vagos y más diligentes. Menos enojados y más amorosos, nos debe llevar a un cambio real para dejar de ser quien yo era y ser quien Dios quiera que yo sea.

Cuando estamos siendo discipulados, mucho de lo que no entendíamos lo vamos a empezar a ver con mayor claridad. Marcos cuenta la historia a través de los ojos de Pedro, Pedro le decía Marcos, y Marcos escribe: “y nuestros ojos sean abiertos”. Que nuestros ojos y nuestro entendimiento sean abiertos. Es increíble lo que el Señor puede hacer cuando un discipulador y un discípulo tienen hambre. Pedro logró ver el hambre y la necesidad en Marcos. Nos guste o no, vamos a empezar a manifestar las características de la persona que el Señor nos puso por discipulador, recordando que lo principal que se nos está enseñando y que debemos transmitir es: ser discípulos de Cristo, de Jesús.

Al estar en un discipulado lo bueno y lo malo va a permear, debemos tener hambre, vivir en la presencia de Dios y  estar siendo constantemente expuestos a su palabra. Los discípulos también deben estarlo. Debemos tener hambre, ganas de hacer las cosas bien y transmitirlas a los discípulos.
Necesitamos entender que la gran comisión no se puede divorciar, no podemos hacer discípulos sino amamos a Dios con todo nuestro corazón. Necesitamos manifestar el amor de Dios y ser personas que caminamos en amor. Jesús dijo que en eso se resumía toda la palabra de Dios: Amor. No vamos a ser envidiosos, sino que los vamos a amar, los vamos a corregir sin juzgar, los vamos a amar.

La gente no puede hacer discípulos sino ama a la gente que está afuera. Usted y yo una vez estuvimos en el mundo y alguien tomó de su tiempo para dejar de estar ocupado en su trabajo, sus afanes, su comodidad y se fijó en nosotros. Y quizás hoy conocemos al Señor, porque alguien más nos amó.
Debemos dejar de enfocarnos en nosotros mismos y dar más. El amor de Cristo es dar. ¿Qué podemos devolverle nosotros al Señor?: Dar, dar y dar más.
Muchas veces nos enfocamos en la voluntad de Dios para nuestra vida. Pero quien madura entiende que su voluntad es dar, un abrazo, una sonrisa, dar de lo mucho que Él nos ha dado. El Señor nos hizo para que viviéramos en amor, y el Señor quiere cambiar nuestra identidad.

3. TENEMOS PODER EN EL SEÑOR

Esto no se trata sobre que vamos a saber todas las cosas, pero sí que “guardemos y pongamos en práctica todas las cosas que el Seños nos ha mandado”.
El Señor nos dice: “YO ESTOY con ustedes”. No con los perfectos. Es el poder de Dios el que se perfecciona en nuestra debilidad.

Muchas veces dudamos de lo que dice el Señor. Debemos recordar que aún cuando fallemos sus brazos siguen estando abiertos. Quizás hoy nos encontramos cargados con nuestros errores y pecados, pero el Señor sigue estando ahí. Podemos abrir nuestra boca y pedir perdón y tener la certeza de que el Señor está con nosotros, escuchándonos, esperando que lo busquemos y volvamos a sus brazos.

Mateo predicó de una forma impresionante y esto fue por el poder del Espíritu Santo en él. Él dijo “y este que va a nacer será llamado Emanuel, Dios con nosotros.” Y luego, este hombre finalizó su libro con la afirmación de que “Dios está con nosotros y Él se mantendrá”. Este libro se cierra pero Dios continúa, y sigue estando ahí con nosotros aunque no lo sintamos.

No se trata de cuanto hagamos sino de cuanto estemos en su presencia. Que entremos sin muros, y permitamos ser transformado en su presencia. El Rey Jesús nos prometa su presencia. No para llevarnos a culpa, a cargas, sino para que corramos a su presencia cada vez que lo necesitemos.

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