Jesús el que cambia paradigmas - Rompiendo el paradigma de un pueblo sin familia
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Jesús el que cambia paradigmas – Rompiendo el paradigma de un pueblo sin familia

En esta ocasión cerramos la serie “Jesús el que cambia paradigmas” con una prédica titulada “Rompiendo el paradigma de un pueblo sin familia”, sobre cómo Dios empieza a establecer un pueblo, una nación, que terminaría siendo la gran familia de Dios.

El texto base es Romanos 9:6-8, que dice: 

“No que la palabra de Dios haya fallado; porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia. Esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios, sino que los que son hijos según la promesa son contados como descendientes.”

El Señor es contundente y tajante al enfatizar que existe una división importante.  Abraham tuvo dos hijos: Ismael e Isaac. Sin embargo la promesa no descendió en ambas líneas generacionales, sino solamente en la de Isaac.  El Señor lo que está diciendo es que su promesa no es un asunto de índole natural, sino espiritual que Él iba a obrar a través de una nación. Esto se trae abajo muchos argumentos erróneos que se escuchan hoy en día entre hermanos cristianos.

En los primeros 11 capítulos de Génesis, el Señor da el preámbulo de la creación del mundo y narra los acontecimientos de cómo Dios creó al hombre y cuál era el plan de Dios para él. El hombre fue creado con la capacidad de tener una relación eterna con Dios. Esa es la idea del Creador y así se va a culminar la Biblia; esta historia cierra con nosotros en una relación eterna con el Señor. El diseño de Dios quizá tuvo sus altibajos a lo largo de historia, porque como seres humanos vamos a fallar, pero a pesar de nuestros errores a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien, y la historia se va a cerrar del mismo modo que empezó. Ese fue el diseño de Dios y Él se va a encargar de limpiar lo que tenga que limpiar y volverlo al diseño original.

Así que Dios crea al hombre en un lugar utópico donde no había muerte ni enfermedad, donde los animales no se peleaban entre sí, donde todos se podían alimentar de cierta manera, donde el hombre no iba a morir, sino que iba a crear generaciones y esas generaciones iban a tener una relación íntima con Dios.  Pero Dios para ser un juez Justo necesita dar la alternativa de que nosotros escojamos si le amamos a Él o si amamos el mundo, el pecado o a nosotros mismos. En su diseño perfecto, Dios puso el árbol de la ciencia del bien y del mal, y la única regla que había era no tocarlo. Pero el hombre desobedeció, rompió aquella única regla y falló. Y muchas veces al fallar argumentamos que la culpa es del “cochino Satanás” como se solía decir en las iglesias hace años. Pero no necesariamente es que Satanás se haya metido con nosotros, sino que somos nosotros los que fallamos porque queremos ser como Dios, porque queremos estar en el lugar de Dios, porque queremos hacer lo que nos da la gana y no hacerle caso a nadie.

De modo que el ser humano empezó a arruinar todo hasta que llegamos a la cúspide del error: “construyamos una gran torre y alcancemos a Dios” pero el Señor decide destruir eso, y separar al hombre. El Señor sabía que eso iba a pasar, Dios no lo causa, pero lo sabe y entonces da la siguiente promesa, su plan redentor.

Génesis 12:1-3 dice:

“Pero Jehová había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra”

Del versículo 1 podemos tomar un consejo práctico que aplica para la vida cristiana: no podemos recibir la bendición de Dios si antes no dejamos lo que nos ata al mundo.  No podemos ir a lo que Dios tiene nuevo para nosotros si no salimos antes de la idolatría y del pecado. Sólo vamos a recibir lo que Dios tiene si renunciamos a algo. En esto Abraham fue radical. Él obedeció a Dios inmediatamente se dio la promesa. Por eso quedó ahí registrado entre los grandes héroes de la fe. Dios continúa y da una de las claves que aplican hasta el día de hoy “Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré”.  Así que Dios tomó a este hombre y le encomendó una tarea, empezar a construir un medio por el cual Él iba a bendecir todas las naciones de la tierra a través de lo que Abraham iba a empezar y de su decisión radical de salir de aquel lugar de idolatría obedeciendo al único Dios verdadero. Abraham se fue de ahí sólo con una promesa, sin verla aún cumplida, porque creyó en la palabra de Dios.

Al igual que Abraham, los que creemos en el Señor, es necesario que actuemos en obediencia por fe, no esperando ver el cumplimiento de sus promesas para actuar, y que tomemos esas promesas que están escritas en Su ley y nos sometamos a Su autoridad. En consecuencia, veremos las bendiciones de Dios siendo derramadas en el camino, y la protección de Dios nos acompañará.

Tomó entonces Abraham su decisión radical y el cumplimiento de la promesa se iba a empezar a dar de forma progresiva. Así trabaja el Señor, tiene un tiempo perfecto para todo. Dios necesita ir probando nuestro carácter y nuestra fe, pero al final va a ser fiel a sus promesas y las va a llevar al cumplimiento. Pero para que la promesa se cumpliera se requerían 3 cosas a través de los años: un pueblo, un territorio, y un gobierno (esto es lo que hace de un grupo de personas una nación), y cada una de estas fue provista por Dios, pues Él no comparte su gloria con nadie y no iba a dejar que el hombre hiciera lo que Él prometió que iba a hacer. A pesar de nosotros, o con ayuda de nosotros, Dios se va a encargar de cumplir su palabra.

Lo primero que Dios empezó a crear fue una nación, una persona a la vez. Tomó a Abraham y su esposa Sara, y sus siguientes dos generaciones: Isaac y Rebeca, y Jacob y Raquel; tres vientres de tres personas sin la capacidad de poder reproducirse.  Y en cada una de esas generaciones Dios hizo un milagro, y donde no había nada Dios creó una nación. Por esto Dios condena lo que hizo Abraham, quien se puso en la posición que muchos de nosotros nos ponemos muchas veces de querer “ayudarle” a Dios, cuando esperamos algo de Él como una pareja, un empleo, etc. Y pretendemos forzar las cosas de acuerdo con lo que consideramos que necesitamos o merecemos. Esto Abraham lo pagó muy caro, pues pretendiendo cooperar con el cumplimiento de la promesa que Dios le dio, tuvo un hijo con su esclava con el consentimiento de su esposa y ese hijo Ismael es hoy en día padre de los ismaelitas, padre de todo pueblo árabe. La división que se formó entre la promesa de Dios y los pueblos árabes que hasta el día de hoy siguen en lucha, fue en parte por la mala decisión de alguien que quiso hacer las cosas a su manera.

Si en alguna ocasión hemos tratado de ayudarle a Dios, de seguro terminó mal. Siempre quitar a Dios del lugar de piloto termina mal. El señor enfatizando eso le dijo a Abraham: “yo iba a bendecirte de mi forma, a través de tu esposa infértil, porque solo así te ibas a dar cuenta que esta nación no sería obra de hombres sino obra mía”. 

El Señor es especialista en crear todo a partir de nada. Así como hizo el universo (no un “big bang”), y así como en vientres donde no podía haber nada, puso semillas, y empezó a crear generaciones, de esa misma forma puede obrar milagrosamente y sacarnos de cualquiera que sea la situación que estemos atravesando. Él es el Dios Creador, Jehová Elohim, y puede hacer lo que sea a partir de nada de formas inimaginables.

Deuteronomio 7:6 dice:

“Porque tú eres pueblo santo para Jehová tu Dios; Jehová tu Dios te ha escogido para serle un pueblo especial, más que todos los pueblos que están sobre la tierra”.

Dios prometió un territorio y lo estableció diciendo: “Esta es la tierra de que juré a Abraham, a Isaac y a Jacob, diciendo: A tu descendencia la daré. Te he permitido verla con tus ojos, mas no pasarás allá”. Esta es una palabra para Moisés, pero al final el pueblo logra llegar al lugar. A través de la lectura de los primeros libros de la Biblia hasta Jueces, los libros de Crónicas, y el primer libro de Reyes, podemos ver como Dios obra sobrenaturalmente para que el pueblo obtuviera lo que era imposible que ellos lograran.

Ellos eran un pueblo que no sabía pelear, pero llegaron y conquistaron y el rey David fue establecido. Luego llegó la época dorada de Israel, un pueblo escogido por Dios, cuya cultura fue establecida por Dios, un pueblo con un lugar, un territorio y un gobierno diferente, donde Dios dijo: “yo quiero ser rey, tú no tendrás rey, ustedes no serán como el resto de los pueblos. Yo seré su rey, ustedes me escucharán y yo daré instrucciones”. Dios necesitaba un pueblo que modelara cómo era que se vivía estando bajo la autoridad de Dios, cómo se veía ese pueblo distinguiéndolo del resto de pueblos.

Ese pueblo tenía la comisión ir a las naciones y llevar esta palabra de bendición, lo cual nunca hicieron por sí mismos y Dios lo tuvo que hacer a pesar de ellos. Pero en aquella época dorada de Israel, el rey David pasa la estafeta a Salomón, Salomón trae paz y prosperidad, era un pueblo glorioso, se levantaban salmos y cánticos a Dios.  Hasta que los gobernantes se empezaron a alejar de Jehová y comenzaron a ofrecer oración a otros dioses y la corrupción empezó a impactar a Israel. La nación se dividió, cayó en cautiverio por los asirios, los babilonios, los griegos, los romanos y hasta la época reciente se volvió a establecer Israel en el lugar donde Dios había dicho “esta es tu tierra”. Así que el pueblo regresó a la tierra que se les había entregado, hasta hace poco; sin embargo ellos no cumplieron la promesa. Lo cual nos debe llevar a entender lo que está pasando en la actualidad y cómo trabaja Dios.

Quebrar el pacto sobrescribe los beneficios del pacto. Hoy Israel está viendo las consecuencias de su rebeldía y ellos no han sanado el pacto. El pacto se sana cuando ellos reconozcan a Jesús como Mesías. Ahí Israel volverá a entrar en los planes de Dios y hasta la fecha Israel es una nación pagana, donde hay idolatría y hay brujería. Es falsa la noción de que es un lugar lleno de religiosidad, espiritualidad y presencia de Dios. El Señor no está ahí porque si no aceptamos al Hijo, no estamos aceptando al Padre, y ellos están lejos del Señor Jesús.

Ellos están viendo ataques y situaciones porque están pagando las consecuencias de haber quebrado el pacto que Dios quiso establecer con su pueblo. Quebrar el pacto sobrescribe los beneficios del pacto.

Mateo 21:42-43 dice:

“Jesús les dijo: ¿Nunca leísteis en las Escrituras: La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo. El Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos? Por tanto os digo, que el reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él. Y el que cayere sobre esta piedra será quebrantado; y sobre quien ella cayere, le desmenuzará”.

Ese es el pueblo de Israel, el pueblo escogido por Dios, que a pesar de ser un obstáculo para Dios, “a los que aman al Señor todas las cosas ayudan a bien” y los propósitos de Dios son mayores que los nuestros e iba a traer el cumplimiento de Su plan.  Dios utilizó a Israel para bendecir a todas las naciones, no porque ellos hicieran bien, sino porque Dios mandó al Mesías a través de una nación, a través de una virgen, para que naciera en aquel lugar y hoy nosotros pudiéramos disfrutar de toda bendición espiritual, que es lo que hoy disfrutamos. Nuestra porción no es lo que Jesús nos puede dar, sino es Jesús en sí mismo. Si nos acercamos a la iglesia sólo a ver qué podemos recibir adicional, es porque no le conocemos, pues el que le conoce encuentra suficiencia en Él. Él sana nuestra soledad, cura nuestras heridas, sana nuestro dolor, restaura nuestra alma, Él nos ama, nos da valor, nos busca, nos sigue, nos abraza, nos atesora. Nuestra mejor porción es Jesús, pero a los suyos vino y los suyos no le recibieron.

Entonces ¿qué es lo que hace el Señor? Volviendo al texto inicial de Romanos 9:6 “No que la palabra de Dios haya fallado” (no fue que el Señor falló, eso era parte de su plan) “porque no todos los que descienden de Israel son israelitas, ni por ser descendientes de Abraham, son todos hijos; sino: En Isaac te será llamada descendencia” (es una descendencia espiritual) “esto es: No los que son hijos según la carne son los hijos de Dios” (porque la actitud carnal de Abraham dio a fruto una generación carnal, apartada, no espiritual) “sino los que son hijos según la promesa son contados como descendientes”. Esos somos nosotros. Los israelitas fueron escogidos para llevar la promesa y ser bendecidos no por carne. La promesa no es un hecho natural por ascendencia o sangre, de la misma forma como nosotros no somos cristianos porque nuestros padres o abuelos lo hayan sido, sino porque hemos genuinamente entregado nuestra vida al Señor Jesús como Señor y Salvador.

Estamos viviendo tiempos peligrosos y habrá algunos que por más que vayan a la iglesia no se salvarán, porque la salvación no es por obras, es por fe, por gracia, por volverse al Señor de corazón. Necesitamos despertarnos porque vienen tiempos difíciles y la venida del Señor está cerca. Tenemos que estar listos.

Efesios 1:5 dice:

“en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad”.

La obra de la cruz vino a justificarnos, a regenerarnos, y a redimirnos. Redimir significa que éramos esclavos puestos en un anaquel, esclavos del pecado. No había forma de que pudiéramos salir de eso, desechados aparentemente. Pero el Señor Jesús se acercó y nos rompió las cadenas y nos llevó a libertad. Nos pudo haber dejado ahí, y nos pudo haber dicho: “ya te hice libre ve y vive tu vida”. A los jóvenes pudo decir: “sólo tienes una juventud, disfrútala ahora, ve y haz lo que quieras”.  El Señor no nos dijo eso porque esa actitud temporal de aparente libertad nos iba a regresar tarde o temprano al anaquel donde estábamos en primer lugar, a esa misma posición íbamos a volver. ¿Qué es lo que hace el Señor? El Señor no solo nos hace libres, sino que nos dice: “te he hecho libre, ahora te quiero invitar, ven a mi casa, te cambio de ropas, te siento a la mesa, firmemos aquí, ya tú no eres aquel que no tiene dueño ahora eres mi hijo y estás conmigo y vivirás conmigo y comerás en mi mesa y estarás siempre a mi lado, y no te dejaré, y te amaré por siempre. El Señor nos adopta porque Él no solo quiere darnos libertad, Él quiere tener una relación con nosotros, quiere intimar con nosotros y que le conozcamos.

Tenemos que dimensionar lo que sucedió con la obra de Dios en nosotros y es lo siguiente: no había forma en que nos pudiésemos salvar, no había forma en que alguien nos pudiese sacar de esa condición. Seríamos la misma persona que Dios encontró llena de odio, de pecado, de lascivia, de enojo, de falta de perdón, de amargura, de rechazo. Seríamos por siempre así, sin la oportunidad de cambiar, pues no hay manera, no hay proceso humano para ser transformados genuinamente y poder vivir en libertad, similar a aquel que nació sin padres y que no había forma de que pudiese vivir en una casa, en un hogar, y ser amado.

Entendamos lo que Dios hace en nuestras vidas. Dios es aquel que cuando no teníamos oportunidad nos adopta, y que es para siempre, que tiene los recursos para para sostenernos, que tiene las formas para amarnos, que no echará para atrás en su decisión, sino que su decisión es una y para siempre, ese que nos va a amar, que nos va a limpiar, que nos va a abrazar, que nos va a sanar. 

Gálatas 4:7 dice:

“Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo”.

¡Gracias Señor por adoptarnos y por recibirnos en tu familia!

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