La Santidad no es una opción: El pecado ante los ojos de Dios
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La Santidad no es una opción: El pecado ante los ojos de Dios

El Señor demanda de sus hijos santidad. La Biblia dice: “sed santos somo Dios es santo”. Como cristianos necesitamos entender que la santidad no es una opción; es un requisito indispensable para poder ir al Padre.

Iniciamos esta serie con el tema: el pecado ante los ojos de Dios. Partiremos de tres premisas. La primera: Dios es Santísimo. Así lo dicen los serafines: Santo, santo, santo (Isaías 6:3).  Por consiguiente, el pecado es contrario a su naturaleza, es por definición, la afrenta a Dios. Y esto solo debería provocarnos un sentimiento: temor de Dios.

Nadie, puede estar delante de la presencia de Dios con pecado. Sin santidad nadie verá a Dios. Así, dentro de una naturaleza humana trastornada por el pecado desde su origen, solamente existe una vía para alcanzar la santidad, y es Cristo Jesús. Solamente, siendo lavados por la sangre del Cordero podemos tener acceso al Padre.

Por otra parte, y siguiendo el mismo principio, es necesario desmentir la idea de que podemos arrogarnos el título de cristianos y comportarnos como el mundo. Tristemente hoy día, en muchas iglesias no se predica de la santidad y se sigue viviendo una religiosidad de sentimentalismos, en donde se cree que se está en la presencia de Dios por una práctica que produce emociones, pero sin un auténtico arrepentimiento de fondo que lleve a un genuino cambio de actitud.

La santidad no es ser perfecto, es reconocer el pecado y corregir, porque, siendo honestos, todos pecamos y quien lo niegue, peca por orgullo.

La segunda premisa: santo quiere decir apartado. Y tercera premisa: hay dos tipos de santidad. La primera es la que se adquiere cuando aceptamos a Cristo y somos apartados por el Él; y la segunda es la que se alcanza cuando con nuestras acciones nos vamos pareciendo cada vez más a Él. En este sentido, deberíamos experimentar el mismo repudio que siente Dios por el pecado.

Es importante desmentir un principio. En las iglesias con frecuencia se dice que todos los pecados son lo mismo ante los ojos de Dios. Si bien es cierto que todo pecado nos lleva a muerte como lo dice Romanos 3:23 “porque la paga del pecado es muerte”, y en este sentido, con el pecado (desde el más pequeño) experimentamos una separación espiritual de Dios, cierto es también que, no todos los pecados son iguales a los ojos de Dios; la Biblia no enseña eso. Para explicarlo resulta muy esclarecedor acudir al libro de Levítico.

Aunque su contexto es muy diferente al actual, lo que importa es conocer el corazón de Dios por medio del texto. En el capítulo 6, versículos del 2 al 5, se muestra como Dios en sus leyes manda que quién haya cometido un robo ordinario, debe devolver lo robado más un 20%. Asimismo, Éxodo 22:1 presenta cómo Dios ve el pecado; señala que, si alguien roba un buey o una oveja, y luego mata o vende el animal, el ladrón deberá restituir, 5 bueyes por cada buey robado y 4 ovejas por cada oveja robada. En estos últimos casos la restitución incrementa exponencialmente y en proporción al costo y la importancia de estos animales para la productividad.

Éxodo 21:16 dice que todo secuestrador será ejecutado, ya sea que encuentren a la víctima en su poder o que la haya vendido como esclava.

En el Nuevo Testamento varios pasajes, por medio de parábolas nos hacen reflexionar acerca de las nociones de razón y proporción en las exigencias por parte de Dios:

Lucas 12: 47-48: “Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quién se haya dado mucho, mucho se le demandará; al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá.”

Mateo 23: 23-24: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello. ¡Guías de ciegos, que coláis el mosquito y tragáis el camello!”

Tanto en el antiguo como en el nuevo testamento Dios establece una escala de gravedad en las transgresiones, así como orden de prioridades en las acciones.

Vale decir también, que hay cinco categorías de pecado:

  1. Fallar en el propósito, o fallar en el blanco. Romanos 3:23 dice que “por cuanto todos pecamos hemos sido destituidos de la gloria de Dios, y la gloria de Dios es la perfección, y aunque todos queremos alcanzar esa perfección, sólo hay una vía y es a través del Hijo, quien nos redime y justifica gratuitamente por su gracia.
  2. Cometer injusticia. Mateo 20: 12-13, en una parábola en la que el dueño de una viña, estando necesitado de trabajadores procede a contratarlos en diferentes horas, conforme estos fueron apareciendo, pero al final a todos les paga lo mismo (pese a los alegatos de presunta injusticia por parte de quienes llegaron primero). El mundo, vale decir, y esto es grave: cuestionará la justicia de Dios y reelaborará discursivamente su versión de lo justo.
  3. Dejarse caer al lado. Mateo 6:14: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial”.
  4. Transgresiones. Romanos 4:15: “Pues la ley produce ira; pero donde no hay ley, tampoco hay transgresión”.
  5. Iniquidades. Mateo 24:12: “y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará”. Esta última hace referencia a aquella persona abiertamente rebelde ante Dios.

Gálatas 6:7, nos exhorta hacia una profunda toma de conciencia: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de su carne cosechará corrupción; más el que siembra para el espíritu, del espíritu segará vida eterna”. Dependiendo de aquello en lo que invirtamos, así serán las consecuencias y los frutos; quizás no en el momento, pero tarde o temprano se paga.

Y para cerrar esta cita de 1 Juan 2:15-17, es elocuente:

“No amen el mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no provienen del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre”.

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