Detalles de un carácter que maravilla a Dios
Los detalles importan para el Señor. Romanos 1:20 dice: “Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa.” La Biblia afirma que el Dios Todopoderoso creó todas las cosas para manifestarse a nosotros. Nosotros no podemos ver a Dios y nadie podrá hacerlo, pero Él creó todas las cosas en base a quién Él es para que viéramos Su Poder y Deidad.
No podemos creer que la creación fue hecha por casualidad o por una explosión que creó toda la existencia. El hecho de ser creacionista y creer que Dios hizo todo lo que vemos, es más aceptado actualmente que la misma teoría del Big Bang. Sin embargo, ser creacionista no nos hace ser salvos, sólo podemos serlo cuando entregamos nuestra vida a Jesucristo y Él perdona nuestros pecados.
Tenemos un Dios creativo de detalles increíbles, desde los atardeceres, las montañas, las estrellas y el universo, hasta cada detalle en nosotros. Incluso en lo más diminuto el Señor es impresionante. En el año 2003, el científico cristiano Francis Collins descifró los genes de los seres humanos en su proyecto de genoma humano, donde la cadena de ADN que tenemos es tan larga que le daría 100 000 veces vuelta a la Tierra. Es con este nivel de detalle que el Señor nos creó. Además, nos amó de la forma más impresionante, entregando a su único hijo por nosotros.
En esta enseñanza, hablaremos de ¿Cuáles detalles podemos hacer nosotros para que Jesús se maraville? No podemos darle nada a Dios a cambio de la gracia, ya que Él nos la dio como un regalo inmerecido, pero sí podemos hacer pequeñas cosas para maravillar a nuestro Señor. En la Biblia podemos ver ejemplos de esto.
El primero de ellos es Juan el Bautista. Un hombre que Jesús amaba y le llamó el mejor hombre que había vivido en la tierra. El Señor le da reverencia, el detalle más grande que le pueden dar a un hombre, además del privilegio de bautizar a Jesús el hijo de Dios: “Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Pero Jesús le respondió: Deja ahora, porque así conviene que cumplamos toda justicia. Entonces le dejó.” Mateo 3: 14-15
Juan se guardaba en el desierto porque no quería tener nada que ver con el mundo corrupto que estaba ahí, pero salía a predicar. Esto es a lo que cada uno de nosotros está llamado a hacer. Muchas personas dicen que predicamos con el ejemplo, y sí hay que tener buen testimonio, pero también debemos salir y predicar conforme la Palabra del Señor a todos. Aunque sea difícil, haya burlas, o no nos reciban, estamos llamados a hacerlo.
También, bajaba al Jordán y predicaba el mensaje de “metanoia” que significa cambio de mentalidad, el arrepentirse de los pecados y ser bautizados, porque el reino de los cielos estaba cerca. Él predicaba a todos, fuesen ricos o pobres, fariseos o rebeldes, porque el reino de los cielos está abierto a cualquiera que quiera entregar su vida a Jesucristo y arrepentirse de sus pecados.
Se convirtió en un líder entre la gente, al punto de que Herodes —el Rey— le tenía miedo y lo quería matar, pero no lo hacía porque le daba temor lo que la gente podía hacer si lo mataba. Juan pudo haber ido con Herodes y hacer un trato con él como lo hacían los fariseos con los romanos, pero él nunca lo hizo, se mantuvo íntegro. Esta es una lección para nosotros. El carácter que impresiona a Dios es un carácter íntegro como el de Juan que fue un hombre así hasta el último de sus días, bautizó a nuestro Señor y después de eso fue arrestado y decapitado.
Mateo 14:13-14 dice: “Cuando Jesús recibió la noticia, se fue de allí él solo, en una barca, a un lugar apartado(…)” Aquí podemos ver la humanidad de Jesús. Él estaba dolido porque su amigo había sido asesinado así que se apartó, “(…) Pero la gente lo supo y salió de los pueblos para seguirlo por tierra. Al bajar Jesús de la barca, vio la multitud; sintió compasión de ellos y sanó a los enfermos que llevaban.” Por lo que podemos ver que Jesús ocupaba un momento solo, pero entendía que tenía que continuar con su ministerio, con lo que Él había sido llamado a hacer: llevar las buenas nuevas.
El segundo ejemplo es el Centurión. Este se encuentra en Mateo y en Lucas. El primer libro se centra en la interacción con este hombre, y el segundo amplía detalles de lo que pasa durante esa interacción y la forma en que se da.
Dice la Palabra: “Entrando Jesús en Capernaum, vino a él un centurión, rogándole, y diciendo: Señor, mi criado está postrado en casa, paralítico, gravemente atormentado.” Mateo 8: 5-6. Un centurión era de los hombres más odiados en Israel. Este hombre muy probablemente era Samaritano. Cuando los imperios llegaban y conquistaban un lugar hacían tratos con los líderes y con reyes, tomaban gente del pueblo y los ponían a servir a Roma. Este hombre era odiado por el pueblo, no sólo porque era un centurión, servidor de Roma y traidor para los judíos, sino que era Samaritano —mitad judío y mitad gentil— que para los judíos también significaba lo peor.
Por su parte, Lucas cuenta que el centurión no fue directamente, sino que envió a unos ancianos judíos. En ese tiempo, un romano tenía la potestad de pedir a los judíos hacer algo y ellos no tenían otra opción que obedecerlo, sin importar si iban para el trabajo o algún otro lugar. Así que el centurión envió a sus hombres y ellos fueron los que interactuaron con Jesús y le dijeron rogando que sanara a su siervo —ya que en ese contexto los esclavos eran servidores y se volvían parte de la familia—.
En Mateo 8:6 vemos la manera en que se acerca el centurión a Jesús, él le dice “Señor” refiriéndose a su deidad, mientras que los fariseos sin respeto por el Señor, se burlaban de Él y le decían: ¿Tú quién eres? ¿No eres tú el hijo del carpintero? Pero este hombre le menciona: “Porque también yo soy hombre bajo autoridad, y tengo bajo mis órdenes soldados; y digo a éste: Ve, y va; y al otro: Ven, y viene; y a mi siervo: Haz esto, y lo hace.” Mateo 8:9 Esto le fue únicamente revelado por Dios porque inclusive ni los mismos discípulos entendían todavía quién era Jesús hasta ese momento.
El centurión pide por el niño y no por él, a pesar de que para los griegos y romanos no podía haber amistad con cosas inanimadas como los caballos o bueyes, y esto incluía a los esclavos, que en el contexto se refiere a los servidores. En Lucas 7: 4-5 dice “Y ellos [los ancianos] vinieron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: Es digno de que le concedas esto; porque ama a nuestra nación, y nos edificó una sinagoga.” Este servidor de Roma era un hombre que amaba a Dios como Cornelio, al punto que le construyó una sinagoga al pueblo.
Él tenía un corazón distinto. En la petición de él no hay ruego, dice que su criado está postrado en casa paralítico y gravemente atormentado. Su oración es informativa y acepta la soberanía y voluntad del Señor. Esto es una lección grande para nosotros porque venimos a Dios y le pedimos, pero la Biblia dice que Él conoce nuestras necesidades. Dios sabe lo que ocupamos y Él no nos desampara ni miente, no es hijo de hombre para mentir, ni engañar como nosotros. Ese es nuestro Dios, que viene por nosotros de la misma manera que Jesús fue a buscar a este niño, el Señor viene a sanarnos, limpiarnos y salvarnos.
Un ejemplo similar al anterior es el leproso, quien se arriesgó a ser asesinado a pedradas por postrarse ante Jesús y decirle “(…)Señor, si quieres, puedes limpiarme.” Mateo 8:2. Este hombre también comprendía su posición ante el Señor. Nosotros debemos entender que Dios ya entregó todo por nosotros, que nosotros somos servidores de Él y no Él de nosotros. ¿Quiénes somos para decirle a Dios qué hacer o cómo hacer las cosas? Él es Soberano. La respuesta de Jesús hacia ese hombre fue: “Quiero; sé limpio. Y al instante su lepra desapareció.” Mateo 8:3 La naturaleza de nuestro Dios es esa, no estamos aquí por casualidad, sino porque Dios quiso que fuera así, porque tocó nuestro corazón y nos atrajo con cuerdas de amor.
Prosiguiendo con el ejemplo del Centurión, dice Lucas 7: 6-7: “Y Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo; por lo que ni aun me tuve por digno de venir a ti; pero dí la palabra, y mi siervo será sano.”
Notamos la reverencia de este hombre y su humildad. Él era un hombre orientado al combate y había ganado su posición peleando en batallas, pero también sabía reconocer que había una autoridad ahí: el Rey de reyes y Señor de señores, por el cual fueron creadas todas las cosas. Él sabía que si Jesús decía una palabra ya no necesitaba nada más.
Finalmente, Mateo 8:10-11 dice que “Al oírlo Jesús, se maravilló, y dijo a los que le seguían: De cierto os digo, que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y os digo que vendrán muchos del oriente y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos; Entonces Jesús dijo al centurión: Ve, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora”
Jesús vio la humildad del centurión, su carácter, su amor genuino por el otro, el respeto a la presencia de Dios y sobre todo su gran fe en Él. Quienes vendrán del oriente y del occidente somos nosotros; y eso es cierto hasta el día de hoy.
Ahora; ¿Cuál es tu carácter para con Dios y los demás? ¿Venís en actitud de orgullo o en humildad ante Su presencia? El Señor se opone a los orgullosos, pero da gracia al que llega con una actitud humilde y con un corazón contrito delante de Él.
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