Devocional: El Poder del Perdón – Día 4
Librándonos de la culpa a través del perdón
¡Oh, qué alegría para aquellos a quienes se les perdona la desobediencia, a quienes se les cubre su pecado! Sí, ¡qué alegría para aquellos a quienes el SEÑOR les borró la culpa de su cuenta, los que llevan una vida de total transparencia!
Salmos 32: 1-2
Atesoro el primer campamento al que asistí en el Olivo. Fue la primera vez que experimenté el amor de Dios por mí. Salí tan emocionado que ese mismo día empecé a deshacerme de cosas que me tenían atado por años. Sabía que no iba a volver a ser el mismo.
Sin embargo, mis raíces en Cristo eran aún muy débiles. La emoción nunca va a ser suficiente para mantenernos unidos a Él. Así que mi corazón se fue apartando del Señor y comencé a volver a los afanes de este mundo. Caí en pecados aún más dolorosos que antes de conocerle. La culpa de saber que le había fallado, que había cambiado su amor de nuevo por el mundo y de que había sido un malagradecido me retuvieron por más de un año de volver a su presencia.
Sin embargo, el Señor en su eterno amor y misericordia, acercó de nuevo mi corazón hacia Él. Cansado de no encontrar una llenura y plenitud como las había encontrado antes en Su presencia, volví a asistir a un campamento. Tenía miedo, sabía que Dios estaría allí. En un tiempo de ministración, me encontraba totalmente doblegado, doliéndome por mi pecado, por lo infiel que le había sido a Aquél que dio su vida por mí.
Le dije al Señor: “no soy digno, eché todo a perder…” y en ese momento levanté mi cara del suelo y al ver el charco que mis lágrimas habían formado, en el espíritu pude percibir como Dios me decía “tus pecados quedan aquí, yo ya los cargué en la cruz. No volveré acordarme de ellos”. ¡Y que se gozaba de recibirme de vuelta!
Incontables veces el enemigo utilizará la culpa y la vergüenza para mantenernos lejos del Señor, sin embargo, hoy te invito a recordar que su perdón es mayor a cualquier pecado y que sus brazos están abiertos para todo aquel que venga con corazón humilde.
Oremos:
Padre, gracias por tu infinito amor, que aún nos cuesta entender cuan grande, eterno y perfecto es. Gracias por ser fiel aún cuando yo no lo soy y por darnos el regalo del arrepentimiento y de tu perdón para poder volver a tu presencia. Líbranos de toda culpa, de todo obstáculo para volver a tus brazos de amor y allí déjanos habitar todos los días de nuestra vida. Amén
David Picado
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