El Ciclo del Perdón - Perdonar
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El Ciclo del Perdón – Perdonar

El afinado equilibrio entre la justicia y el perdón de Dios enseña a los creyentes sobre confesar, arrepentirse, perdonar y restaurar. Este proceso debe ser parte de la vida de cada creyente, pues somos llamados a perdonar como Dios nos perdonó en Cristo.

Hay perdón para aquellos que han confesado sus pecados y se han arrepentido. Hay perdón divino, el que te da vida eterna.

¿Hemos recibido el perdón de Dios? El Señor murió en una cruz desnudo por nosotros y no le importó, para que tuvieramos salvación.

¿Qué es el perdón? Dice un autor anónimo que: “El perdón es una promesa de nunca vengarse”. ¿Sabemos qué es eso? Es no aferrarse al enojo, no aferrarse a la amargura que está en el corazón, no aferrarse al odio. 

Ahora meditemos de esta manera: El Dios Todopoderoso y creador de todas las cosas, el que trajo luz y vida a los hombres, el que ha estado siempre y siempre será, nos hizo una promesa y es que nunca se vengararía, porque Dios no se aferró a su ira santa y, al contrario, nos cubrió con un manto de amor incondicional. Dice la Palabra que tomó nuestro pecado y lo arrojó al fondo del mar y nunca más se acordará de él. ¿Nos damos cuenta de lo glorioso que es eso? Dios decidió nunca vengarse de nosotros.

Nuestra fe en Cristo es lógica, la Biblia no es un libro cualquiera, sino la Palabra del mismo Dios, los relatos bíblicos son comprobados, siendo los relatos históricamente más probados de toda la historia.

Lo que no podemos explicar es por qué Dios nos ama tanto. ¿Por qué nos perdonó?. ¿Cómo Dios puede tener tanto amor, conociendo lo más profundo de nuestras mentes y nuestros corazones, sabiendo lo malos que somos?

Dios ha sido perdonador, siempre a través de toda la historia. Porque Dios es un Dios inmutable. Él no cambia, Su naturaleza no cambia.

Vamos al Antiguo Testamento, Éxodo 34:6-7, y dice: “Y pasando Jehová por delante de él (está hablando de Moisés), proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! Fuerte, misericordioso y piadoso, tardo para la ira y grande en misericordia y verdad, que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado”.

Ese es el corazón del Señor. Así es. Él aguanta, espera su ira. Deja que su ira sea santa por amor a nosotros.

Vamos al Salmo 85:2-3, aquí se revela el corazón del Señor, de Dios. Como es un corazón perdonador, dice: “Perdonaste la iniquidad de tu pueblo. Todos los pecados de ellos cubriste, reprimiste todo tu enojo y te apartaste del ardor de tu ira”. Dios prefirió ser misericordioso y amoroso que accionar su ira contra nosotros.

Isaías 43:25 dice: “Yo soy el que borra tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados”. Y así ustedes van a encontrar un montón de versículos en el Antiguo Testamento que hablan de cómo Dios siempre fue un Dios perdonador, siempre lo ha sido.

Ahora bien, cuando llegamos al Nuevo Testamento, encontramos que esa virtud de Dios perdonador, esa característica del Dios que perdona cualquier cosa, se hace visible en un hombre, en Jesucristo. Vemos cómo el Señor, cómo Jesús, es el reflejo de ese Dios que perdona y caminó con nosotros.

Jesús es el agente de perdón más importante de todos los tiempos, el Dios perdonador, santo y justo. Y Él sabía que alguien tenía que pagar por el pecado del mundo. Así que mandó al que más amaba, a su Hijo, para que fuera aquél que pagara por los pecados de nosotros, para que los pecados fueran justificados.

Ocupaba a alguien que había sido justificado, y ¿quién había sido justificado? Nuestro Señor. Así que el perdón es Jesús clavado en la cruz, pagando por nuestros pecados. Así se da el perdón a los ojos de Dios.

Otras religiones o credos se tratan de lo que podemos hacer para no hacer enojar a los dioses, a lo que sea eso, porque así voy a ganar mejor karma. La Biblia nos enseña un camino muy diferente. Pablo le llama a esto “rudimentos del mundo”, y la Biblia nos enseña que Dios mismo se hizo hombre por nosotros. Eso no lo encontrarán en ninguna religión del mundo y eso diferencia al cristianismo real de cualquier tipo de credo.

¿No es hermoso el perdón del Señor? Ahora bien, el Señor exige lo mismo de nosotros. En otras palabras, si el perdón de Dios es misericordioso y tardo para la ira, el Señor nos pide que el nuestro sea exactamente igual: tardo para la ira, misericordioso y que sepa esperar.

Mateo 6:14-15 dice: “Porque si perdonan a otros sus ofensas, también los perdonará a ustedes su Padre celestial. Pero si no perdonan a otros sus ofensas, tampoco su Padre perdonará a ustedes las suyas.” Y Lucas 6:37 dice algo similar, como también Mateo 18:21 y Marcos 11:25. En el Nuevo Testamento también encontramos, por ejemplo, en Efesios 4:32: “Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos. Perdonad los unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” Colosenses 3:13 dice: “Soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros, si alguno tuviese queja contra otro, de la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.”

Aquí hay dos posiciones. Hay aquellos que dicen que el que no perdona no entrará al cielo. Si leemos estos versículos, esa es la interpretación más inmediata. Pero hay un gran “pero”: si fuera así, nuestra salvación no sería por gracia, sino que habría una obra de por medio. Entonces, hay otro grupo que dice que estos versículos se refieren a que quien no perdona perderá la paz en la tierra y se privará de todas las bendiciones que Dios tiene para ellos.

Cualquiera que sea la posición, a un cristiano real no le debe importar, porque el cristiano no perdona porque tenga miedo de irse al infierno, ni perdona solo porque quiere las bendiciones de Dios y no quiere el castigo de la reprensión. Un cristiano perdona porque quiere ser más como Cristo, porque quiere ser obediente a Dios, porque pone a Dios y Su Palabra por encima de sus propios sentimientos, rencores y amarguras del corazón. El cristiano real muere a sus deseos por agradar al Señor. Porque Dios hizo lo mismo por nosotros.

Otra diferencia con cualquier religión del mundo es que, en ningún credo, un dios murió por los hombres. Ninguno de los dioses. Pero nuestro Señor Jesucristo murió por nosotros y nos pide que hagamos lo mismo que Él hizo por nosotros.

Recordemos esto siempre: el perdón es el acto más parecido a Jesús y a Dios que podemos hacer.

Hay una carta en la Biblia, un libro pequeñito, el libro de Filemón, un libro de un solo capítulo y 25 versículos. Es una carta muy personal que Pablo escribe a este hombre, pero el mensaje implícito en la carta es sumamente poderoso.

Les voy a poner en contexto: Filemón era un hombre al cual Pablo le había predicado, le había presentado el evangelio y él conoció al Señor. Era un hombre adinerado, piadoso, un cristiano real. Pablo lo sabía, lo conoció, era su amigo. Al inicio habla de su esposa, Apia, y de su hijo. Este hombre iba a la iglesia de Colosas, la iglesia de los colosenses. De hecho, la iglesia de los colosenses se reunía en la casa de Filemón.

La iglesia de Colosas era una iglesia pequeña que se reunía en una casa, pero para Dios eso no es importante. Filemón tenía un esclavo llamado Onésimo. Algo importante de aclarar es que el concepto de esclavo en la Biblia es muy diferente del concepto más moderno de la esclavitud. El esclavo en términos bíblicos era un sirviente que, en muchos casos, llegaba a ser adoptado por el dueño de la casa. Los Césares tenían esclavos que adoptaban. Muchos hombres adoptados llegaron a ser Césares.

Es bastante revelador que Pablo mencione que Filemón le debe “su propia alma”. Esto no sólo destaca la profundidad de la relación espiritual y personal entre Pablo y Filemón, sino que también subraya el gran impacto que Pablo tuvo en la vida de Filemón al llevarlo a Cristo. Esta declaración de Pablo puede verse como un recordatorio sutil pero poderoso de la gracia y el perdón que Filemón recibió en su propia vida, y que ahora se le pide que extienda a su esclavo fugitivo, Onésimo.

La decisión de Pablo de escribir esta parte de la carta con su propia mano y ofrecerse a pagar cualquier deuda que Onésimo pudiera haber dejado atrás es también significativa. Este gesto tiene un gran peso simbólico, ya que Pablo está literalmente y figurativamente “poniendo su firma” en su fe en la redención y en la transformación de Onésimo. Al hacer esto, Pablo no sólo asume la responsabilidad financiera, sino que también se compromete personalmente con el proceso de reconciliación y restauración entre Filemón y Onésimo.

Este acto es un reflejo del evangelio de Cristo, en el que Jesús asume la “deuda” de la humanidad y ofrece la posibilidad de reconciliación con Dios. De manera similar, Pablo intercede por Onésimo y, a través de su propia acción y sacrificio, facilita un potencial perdón y restauración de relaciones, lo que es el corazón del mensaje cristiano de reconciliación y amor incondicional.

La carta a Filemón es, entonces, un microcosmos de la enseñanza cristiana más amplia sobre el perdón y la gracia. A través de este relato personal y conmovedor, se nos recuerda el poder del perdón no solo para liberar a la persona perdonada, sino también para profundizar la fe y el carácter de quien perdona, invitándolo a imitar el amor y la misericordia que Dios ha mostrado a través de Cristo.

El enfoque que Pablo da al perdón y cómo lo presenta en la carta a Filemón nos ofrece una perspectiva sumamente profunda y transformadora sobre cómo deberíamos entender y practicar el perdón en nuestras propias vidas. La naturaleza del perdón, tal como lo explica Pablo, no se trata solo de cancelar una deuda o ignorar un error, sino de un cambio fundamental en cómo vemos a los demás y a nosotros mismos en relación con ellos.

Primero, Pablo nos muestra que el perdón es un acto de intercesión. Así como Pablo intercede por Onésimo, nosotros estamos llamados a interceder por aquellos que nos han hecho daño o nos deben algo, ya sea material o espiritualmente. Esto significa tomar la iniciativa para facilitar la reconciliación y la restauración, no solo esperar pasivamente que el otro venga a nosotros.

Segundo, el perdón es un reconocimiento de nuestra propia deuda. Pablo le recuerda a Filemón que él también tiene una deuda espiritual con Pablo, quien le introdujo a Cristo. De la misma manera, todos nosotros tenemos deudas con aquellos que nos han dado algo invaluable, especialmente en el ámbito espiritual. Reconocer nuestras propias deudas nos hace más dispuestos a perdonar las deudas de los demás porque nos damos cuenta de que todos necesitamos gracia.

Tercero, el perdón es un acto de amor sacrificial. Pablo está dispuesto a asumir la deuda de Onésimo, algo que no tenía obligación de hacer. En nuestras propias vidas, el perdón verdadero a menudo requiere que asumamos un costo personal —emocional, relacional o incluso financiero— para facilitar la sanación y la reconciliación.

Cuarto, el perdón es esencial para la comunidad. La carta a Filemón no solo trata sobre la relación entre tres personas; tiene implicaciones para toda la comunidad cristiana. De la misma manera, nuestro perdón tiene un impacto más allá de nuestras relaciones personales. Afecta la salud y el testimonio de toda la comunidad a la que pertenecemos.

Finalmente, el perdón es un reflejo del carácter de Dios. Al perdonar, imitamos el amor, la misericordia y la gracia de Dios hacia nosotros. Esto es fundamental en la enseñanza cristiana y debería ser el fundamento de cómo entendemos y practicamos el perdón.

Por lo tanto, al contemplar el perdón en nuestras vidas, debemos considerar no solo la cancelación de una deuda o la resolución de un conflicto, sino cómo nuestras acciones reflejan los valores del reino de Dios y facilitan una comunidad más amorosa y unida. Esto es lo que Pablo está enseñando a Filemón, y es una lección poderosa y eterna para todos nosotros.

Este sermón realmente profundiza en la esencia del perdón cristiano, mostrando cómo se espera que el perdón que ofrecemos refleje el perdón que Dios nos ha dado. Aquí, la ilustración del perdón no es solo una doctrina a ser admirada, sino un llamado a la acción vivencial, un mandato que debe permear todas nuestras relaciones y acciones.

El perdón, según se describe aquí, es activo y generoso. No se limita a palabras vacías o a una actitud pasiva de “dejar pasar las cosas”. Es un perdón que busca activamente la restauración y la reconciliación, que no espera a que el otro dé el primer paso, sino que corre hacia el otro, como el padre en la parábola del hijo pródigo.

Además, el perdón descrito es completo y sin reservas, lo que significa no solo perdonar sino también olvidar, no recordar más el error. Esta naturaleza del perdón puede ser desafiante porque va en contra de nuestra inclinación natural a protegernos de futuros daños y a recordar las ofensas pasadas como una defensa contra el dolor.

También, se plantea que perdonar es un acto de humildad, reconociendo que no somos superiores a Dios y, por lo tanto, si Él, quien es ofendido en mayor medida, puede perdonar completamente, nosotros, que somos menos ofendidos en comparación, también deberíamos hacerlo. Este es un desafío directo al orgullo y al ego que a menudo impiden que las personas perdonen completamente.

El llamado final a actuar, a hacer lo necesario para reparar relaciones —ya sea a través de una llamada, un mensaje, o cualquier acción que muestre un genuino arrepentimiento y ofrecimiento de perdón— no solo es práctico sino profundamente espiritual. Se nos recuerda que ser cristiano no es solo acerca de lo que creemos, sino crucialmente, de cómo esas creencias se traducen en acciones concretas que reflejan el carácter de Cristo.

Así, este mensaje no solo busca instruir sino transformar, no solo a nivel individual sino comunitario, creando una cultura de perdón que se convierta en el sello distintivo de la comunidad de creyentes. Es un llamado a vivir de manera diferente, a ser conocidos no solo por nuestras canciones y sermones, sino por nuestro amor y perdón incondicionales, reflejando así la naturaleza de Dios en el mundo.

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