La entrega que agrada a Dios
“Estando Jesús sentado delante del arca de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante. Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su sustento” Marcos 12: 41-44
El texto anterior no es una parábola. Para entrar en contexto, Jesús estaba enseñando a sus discípulos en un determinado momento durante su ministerio y unos capítulos atrás les estaba hablando y exhortando acerca de la hipocresía religiosa de los escribas y fariseos. En el versículo 38-40 de este mismo capítulo dice: “Y les decía en su doctrina: Guardaos de los escribas, que gustan de andar con largas ropas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros asientos en las cenas; que devoran las casas de las viudas, y por pretexto hacen largas oraciones. Estos recibirán mayor condenación”.
La viudez en el tiempo de Jesús era un estado de indefensa; una viuda era una mujer sola que no heredaba aún lo de su propio esposo, si ella no tenía hijos que la protegieran o que dieran la cara por ella, quedaba prácticamente desprotegida y en estado de pobreza absoluta. En los manuscritos más antiguos se dice que una mujer viuda no era solamente una persona pobre, sino alguien sumamente pobre.
Jesús llegó y se sentó en un sitio rodeado de cofres, arcas de ofrenda, las cuales tenían forma de trompeta, con una boca ancha, un cuello angosto y largo que llegaba a una caja o depósito. Tenían esta figura porque los ricos habían convertido estas arcas en un asunto casi de exhibición religiosa, donde tomaban bolsitas de monedas, las echaban y hacían un gran ruido con esa ofrenda.
Jesús estaba en el atrio donde las mujeres y los gentiles podían entrar, donde la gente pasaba y podían verse las 13 arcas, cada una con diferente destino y propósito. Unas eran para el mantenimiento de las instalaciones del templo, otras para obras de misericordia, para expiación de algún pecado, y otras para comprar leña y aceite para fuego del sacrificio continuo que se hacía en incienso.
Aunque la Biblia no dice donde depositó la viuda la ofrenda y cuál era su motivo, sí menciona que Jesús se sentó y miraba. El Señor estaba a la expectativa del cómo el pueblo depositaba el dinero en el arca, Jesús tomó Su espacio, Su tiempo, el creador de los cielos y la tierra se sentó mirando la actitud de su pueblo ofrendando y es algo que Él sigue haciendo el día de hoy. El Señor todavía mira la ofrenda (lo que esta representa) que entregamos.
Está viuda muy pobre depositó dos moneditas que formaban un cuadrante. No existe una moneda de tan bajo valor económico en nuestro sistema monetario actual que represente lo que esta mujer entregó. Una comparación para entender un poco más su valor es viendo el valor del salario de un trabajador del campo, quien ganaba un denario diariamente. De acuerdo a los historiadores un cuadrante era un como si partiéramos un denario en 65 o 64 pedazos; mientras otros dicen que en realidad era una partición de un denario en 128 partes.
Imaginémonos lo pequeño e insignificante que pudo haber sido dicha ofrenda, sin embargo; Jesús dijo a sus discípulos: “(…): De cierto os digo que esta viuda pobre echó más que todos los que han echado en el arca” Marcos 12:43-44. Nos podemos imaginar aquella cantidad de gente que venía y echaba monedas haciendo sonar cantidades de dinero, las cuales se habían vuelto una forma de orgullo, de soberbia, pero Dios, el Señor estaba atento, y miró a aquella mujer con su pobreza, necesidad y escases en el atrio. El Señor determinó que esta mujer hasta el día de hoy, más de 2000 años después, sirva de ejemplo y se predique del valor incalculable de aquella ofrenda.
Nos podemos preguntar ¿qué es lo que esta mujer depositó en esa arca que Jesús admiró?, ¿qué fue el pequeño e insignificante valor de sus monedas, que Dios habla de ella hasta el día de hoy, habla de ella en bendición y bien de la ofrenda de esa mujer? La respuesta es el corazón con el que ella entregó, se está despojando de todo lo que tenía, lo que poseía, lo que podía haber usado para su última compra de comida.
El texto no indica en que arca la mujer depositó su ofrenda, no sabemos si necesitaba dar algo por un pecado, para obras de misericordia y dárselo a los pobres. Si estuviéramos en una situación similar y viéramos a una persona en un estado tan absoluto de pobreza que viene a dar todo, hasta lo que no tiene, lo que le sirve para su sustento; quizás nosotros la detendríamos y le diríamos: “no; déjese ese dinero, úselo en su alimento”. Así actuaríamos nosotros. Pero Jesús no hizo eso, Jesús no detuvo esa obra de entrega, de sacrificio. ¿Porqué el Señor no se sintió conmovido en compasión y detuvo aquella entrega de sacrificio? Fue porque está mujer lo que estaba entregando lo hacía para la gloria de Dios y eso tiene un valor incalculable delante del Señor.
Está enseñanza no es para saber que ofrenda de dinero estamos dando a Dios, es para entender que estamos dando cuando venimos a Su presencia; el Señor nos pide que entreguemos algo que estorba, que nos impide avanzar, puede ser amargura, una herida, falta de perdón, un dolor inmenso en nuestro corazón. Hemos sido traicionados y el Señor nos dice que vayamos a una de esas arcas, a entregar lo último que nos queda, nuestro derecho a sentirnos ofendidos en medio de una ofensa, traicionados y dolidos. El Señor quiere tocar nuestros corazones para que entreguemos todo lo que tenemos con sacrificio para Su gloria.
Quizás venimos a la iglesia y aunque por fuera pareciera que estamos bien, las personas no pueden ver nuestro corazón. La Palabra dice que el Señor miraba. Dios mira la intención, mira nuestros corazones, Dios no mira lo que está delante de ojos físicos como nosotros, Dios mira lo que hay en el corazón, lo que hay en nuestros corazones, no importa si nos sacrificamos y vamos a la iglesia y nos deshacemos en la alabanza, si levantamos las manos, si tenemos un gran grupo de personas a las cuales bendecimos todas las mañanas con versículos bíblicos, todo eso no importa, Dios lo que está viendo es la intención de nuestro corazón, Dios en lo que está interesado es en saber el estado en que está nuestro corazón.
Por medio de este relato, debemos entender que el Señor no nos está pidiendo dar más allá de lo que podemos dar, ni que nos despojemos aún de nuestros alimentos, ese no es el mensaje, ni el sentido de este pasaje. Dios está pidiéndonos que demos para Su gloria, quizás hemos sido ofendidos, rechazados, realmente heridos y traicionados, que demos aún lo que nos queda, simplemente en medio del dolor de ese corazón herido.
Hay gente que nos puede decir que tenemos razón, que estamos en todo el derecho de sentirnos mal y que realmente lo que nos hicieron es imperdonable, pero Dios no piensa así y la palabra de Dios no apoya esos consejos. Lo que el Señor está apoyando y mirando, es que hacemos con ese dolor, si lo vamos a entregar para la gloria de Dios, en perdón, misericordia y bendición.
Como pueblo de Dios no hemos sido levantados para herir ni para maldecir, hemos sido levantados de parte de Dios para bendecir aún a nuestros enemigos aún a los que nos han hecho daño, a los que nos amaron y abandonaron y a los que nos han traicionado. Todos hemos sido traicionados y no solamente hemos sido heridos, sino también todos hemos herido.
Pero el Señor quiere hablar a nuestro corazón, el Señor no quiere que nuestro corazón quede igual a como está, Él quiere tocar nuestro corazón bajo el poder del Espíritu Santo y dejar que el Él comience a traer a nuestro corazón heridas que se han endurecido, callos que se te han hecho; guarda tu corazón dice la palabra porque de él maná la vida (Proverbios 4:23).
Debemos limpiar nuestro ser interior de todo odio, resentimiento, cadenas de amargura, envidia, celos y contienda, debemos dejar ir, debemos perdonar, porque si lo hacemos en nuestra naturaleza humana, ese perdón nunca va a servir, dentro de unos días, semanas o meses, ese odio va a cobrar de nuevo vida, porque lo hicimos en nuestras propias fuerzas, debemos hacerlo por convicción. Esta mujer arruinada y pobre dijo, – voy a ir a sembrar lo que tengo -, no sabemos que tenía esta mujer, pero si sabemos que ella quería glorificar a Dios en su vida y estuvo dispuesta a darlo todo por ganar la gloria de Dios.
Dios nos mira de lejos y de cerca Dios, oye nuestra conversación interna, Dios escucha nuestros pensamientos más íntimos, delante de Él todas las cosas están desnudas, Dios no necesita que nadie le diga nada acerca de ti, porque Él tiene esa información de primera mano.
En Juan capítulo 1 veremos un ejemplo de cómo Dios ve y como trata. En este pasaje el Señor estaba empezando su ministerio y quería reclutar a sus discípulos y seguidores, Él siendo un maestro, estaba armando a su equipo de trabajo y en el versículo 43-48 del capítulo 1 de Juan, dice: “El siguiente día quiso Jesús ir a Galilea, y halló a Felipe, y le dijo: Sígueme. Y Felipe era de Betsaida, la ciudad de Andrés y Pedro. Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquél de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret. Natanael le dijo: ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve. Cuando Jesús vio a Natanael que se le acercaba, dijo de él: He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño. Le dijo Natanael: ¿De dónde me conoces? Respondió Jesús y le dijo: Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi”.
Lo que hizo Jesús con Natanael, lo hace con nosotros, El Señor nos ve, porque delante de Dios nuestra ofrenda es olor fragante, es como incienso de perfume, porque lo que importa no es lo que pensemos de Dios, lo que importa es lo que Dios piensa de nosotros, de nuestra ofrenda y corazón. Lo importante es como Dios nos ve, nosotros en esta tierra nunca entenderemos totalmente el sacrificio de Cristo en la cruz pero creemos que Dios premia, Él es exaltado cuando otorgamos perdón, misericordia, el derecho de sentirnos heridos y heridas, y eso delante Dios es precioso.
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