Mi descanso está en ti - Debemos ir a Él
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Mi descanso está en ti – Debemos ir a Él

Toda religión y todo credo en la faz de la tierra – con excepción de cristianismo real – está cimentado en obras humanas, porque en esencia, para todos estos credos la salvación se basa en qué tan buenos somos, es decir, cuántas obras hicimos para ver si Dios, o “los dioses”, o “el universo”, tiene piedad de nosotros y no vamos a un castigo eterno.

Así podemos encontrar a los monjes budistas encerrados en el monasterio tibetano, esperando que sus ojos no vean placeres y obtener ser algo mejor en su próxima vida. A los musulmanes extremistas con su guerra santa, convencidos que sus sacrificios los van a liberar del castigo eterno. A Darwin, arrepintiéndose en su lecho de muerte como cualquier evolucionista. 

También tenemos a los católicos romanos acumulando méritos por medio de los sacramentos, penitencias o buenas obras, creyendo que solo a través de la confesión sacerdotal pueden obtener perdón y que deberán sufrir un castigo en el purgatorio para compensar sus pagos.

Esto mismo ocurrió en todas las civilizaciones antiguas: en el antiguo Egipto los muertos fueron enterrados con objetos, comidas y esclavos para que al momento de pasar al más allá se pesara lo que habían hecho, su corazón contra una pluma, y así definir si eran dignos de pasar a la siguiente vida. Los aztecas realizaron miles de sacrificios humanos para apaciguar a sus dioses y obtener favor de ellos, asegurándoles las cosechas y las victorias. 

En la antigua Grecia, los ciudadanos ofrecieron animales, vino, aceite y altares a los dioses con el fin de buscar bendición. En la Roma antigua, los emperadores ordenaron ofrendas y festivales a los dioses e intentaron obtener méritos mayores construyendo templos y entregando su dinero para hacer obras.

Ante lo mencionado, la gran pregunta es: ¿Cómo todas estas culturas que no se conocían, en tantos lugares diferentes, tenían el mismo pensamiento y estructura religiosa basados en que su sacrificio, sus obras, era lo que los iba a salvar? 

La Biblia nos habló muy claro al respecto en Romanos 2:15 “mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos,.” Reina-Valera 1960 (RVR1960) diciéndonos que Dios puso su ley en el corazón de cada uno de nosotros y por eso tenemos conciencia cuando hacemos algo malo. Sin embargo, no necesariamente seremos salvos por esa ley.

La misma estructura religiosa, mencionada en párrafos anteriores, se vio reflejada en el pueblo de Israel durante el tiempo del ministerio de Jesús en la tierra. Los fariseos y líderes religiosos, como estudiosos de la ley de Moisés (conocida como La Torá o Pentateuco) y sus tres divisiones: las tablas de los mandamientos que Dios dio a Moisés, las leyes morales y las leyes sacrificiales, cada día impusieron más extremas y estrictas normas que se convirtieron en pesadas cargas espirituales sobre los hombros del pueblo. 

Ellos, nunca entendieron que la ley no era más que un espejo moral que Dios había puesto para que comprendiéramos que ninguno de nosotros somos dignos de la salvación. La ley nos expuso la incapacidad que tenemos todo ser humano del estándar divino e hizo evidente nuestra necesidad de un salvador que viniera de afuera para rescatarnos. Porque por más bien que digamos que hemos hecho las cosas, en realidad, en el fondo solamente nosotros conocemos la auténtica condición reprobable de nuestro corazón.

A través de Mateo 23:23 que nos dice lo siguiente: “!Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.” Reina-Valera 1960 (RVR1960), podemos entender el nivel de carga al que el pueblo era sometido, hasta con el diezmo. 

Establecieron reglas detalladas sobre cómo se debía comer, como lavarse las manos y hasta convirtieron el templo del Señor en un mercado de productos para obtener ganancias económicas durante los tiempos de sacrifico, provocando con esto el enojo de Jesús.

Simultáneamente, el pueblo de Israel sufrió la constante opresión y humillación ejercida por los invasores romanos. Viviendo en pobreza y desesperanza, no les alcanzaba el dinero ni para pagar los impuestos. Los nuevos caminos, eran instrumentos propicios para la transmisión de plagas y enfermedades que los dejaban propensos a morirse en cualquier momento.  

Inclusive, los fariseos y los escribas usaban frases populares como “venid a la ley” o “tomad el yugo de la Torá” que significaba de manera impositiva y juiciosa que el pueblo tenía que someterse al estudio y cumplimiento de la ley. Esto provocaba que la gente se sintiera más cargada y así les costara sentirse que habían sido perdonados y más bien, pensaran que estaban condenados al castigo eterno porque no podían cumplir la ley.

Así, bajo este contexto de pueblo oprimido y humillado, trabajando sin cesar y sin esperanza, sin saber si mañana iba a morir por una enfermedad y sintiéndose condenado espiritualmente, es en ese escenario cuando aparece nuestro Señor Jesús. 

La Biblia, nos resume ese escenario que vivió nuestro Señor a través de Mateo 9:36“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” Reina-Valera 1960 (RVR1960) en donde, sintiendo compasión por ellos comenzó a sanar y predicar, porque la gente necesita escucharlo.

Bajo ese entorno, en el que se encontraba el pueblo de Israel viene Mateo 11:28-30 diciéndonos Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil; y ligera mi carga” Reina-Valera 1960 (RVR1960) y haciéndonos ver a un Jesús que sustituye la antigua frase de los fariseos “vengan a la Torá” por “vengan a mi” y también la otra “tomad el yugo de la Torá” y la cambia por “llevad mi yugo”.

Es Cristo, el antitipo redentor en el que todas las promesas de la Biblia se cumplieron, es decir, cumpliendo perfectamente la ley y cambiándola por Él. Ahora somos salvos por gracia y no por obras ni por ley, así que nos dijo: “ya no necesitan la Torá”, más bien: “venid a mí y tomad mi yugo”.

Esa pequeñita frase “venid a mí” es muy poderosa, porque a través de ella el Señor nos dejó bien claro que Él es “Dios hecho hombre” ya que solo el Padre en el Antiguo Testamento usaba esa frase. Esto, lo verificamos en algunos versículos, como el de Isaías 1:18, donde nos dijo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (RVR1960)

Y también, nuevamente viene Isaías 55:1-3 diciéndonos: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche. ¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David.” Reina-Valera 1960 (RVR1960).

Jesús nos hizo un llamado para decirnos que es Dios, pero también para invitarnos de manera personal a “ir a Él”, mostrándose así tanto cercano (junto a uno), como personal e infinito (eterno), características que no se encuentran en ningún tipo de credo o deidad de este mundo. Y bajo esas condiciones caminó y convivió con nosotros y nos conoció hasta lo más profundo, inclusive nuestros pecados. Pero aun sabiendo todo lo pecadores que somos, tuvo compasión con nosotros y nos invitó a “ir a Él”.

Esta invitación la hizo para todos los cargados, los agobiados por el legalismo fariseo del tiempo, los muy saturados por lo que estábamos viviendo, los que nos sentíamos muy culpables por no poder agradar a Dios de ninguna manera porque nuestros medios humanos no nos lo permitían, es decir, con todos aquellos con los que nos identificamos cada uno de nosotros.  Quienes hemos conocido a Cristo y la ley del Señor sabemos que no somos dignos de nada, y que estamos aquí solo por gracia, porque Él nos lo ha dado todo.

El propósito del llamado de “Ir a Él” es para que recibamos un descanso profundo y espiritual, comprendiendo que podemos salir adelante de cualquier problema de este mundo porque la salvación eterna estaba ahí. Para que pudiéramos entender que aquí hoy podemos morir, pero esta misma noche estar allá cenando con el Señor.  

Como cristianos, debemos entender y celebrar en todo momento que nuestra vida es una realidad y gozarnos en eso porque es lo más poderoso. Ese es el mensaje más importante de toda la historia: Dios tuvo piedad por nosotros y se hizo hombre para que tuviéramos vida eterna. 

A través de los versículos de Isaías que vimos antes, nos damos cuenta de que el Dios perdonador que dijo “ven, comed y tomad sin pagar nada”, es el mismo que 700 años después nos dijo “venid a mí y yo te haré descansar”, o sea, Dios es el mismo siempre, no cambia y por lo tanto podemos descansar en su gracia.

Jesús vino a transformar todo porque fue el cumplimiento de todo y con la expresión: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”, nos invitó a dejar el yugo de carga y opresión de los fariseos, que nos unía con una ley imposible de llevar su ritmo, para cambiarlo por un yugo ligero que siempre lo llevamos con Él.  

Así, con su yugo de amor y compasión, aprendimos a ser mansos, que significa ser pacientes, controlados y no violentos. A ser humildes, o sea, sin arrogancia ni altives. De corazón, porque de lo más interno sale para fuera. Por eso seguimos al Señor, porque al contrario de los fariseos nos amó desde que vino, nos dio todo lo que necesitamos y aunque siendo Dios, nos invitó a que llevemos el yugo con Él. 

Es a través de Jesús que hallamos descanso para nuestras almas, o sea ese alivio interno de saber que estamos bien con Dios, no por nuestras obras, sino porque el Padre así lo quiso a través de Jesucristo.

Con la venida de Jesús se cumplió lo dado en Jeremías 6:16 que dice: “Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.” Reina-Valera 1960 (RVR1960) porque el Señor es el buen camino a través del cual hallamos descanso para nuestras almas y en Él se cumplió toda profecía. 

El yugo del Señor es fácil, útil, amable, benevolente, de buen tacto y por lo tanto no nos hiere ni nos castiga, sino más bien nos libera de la esclavitud, porque lo llevamos con Él. ¡Regocijémonos!, la carga de este yugo es liviana porque el Dios todopoderoso se hizo hombre en Jesús para caminar con nosotros y así cargó con todo el peso de nuestras culpas, pecados y todo, antes y después de conocerlo.

Su yugo transformó nuestras vidas, pasaron a tener propósitos y emociones, porque cada día estuvimos y anduvimos con Él y no nos ha dejado. Entendimos que el Señor no es hombre para dejarnos y mentirnos, más bien nos prometió que estaría con nosotros hasta el fin del mundo.

¿Quién ha conocido el corazón de Dios? La palabra del Señor nos lo mostró, así como su justicia y es tan diferente al de nosotros. Siempre pensamos que algo debimos haber hecho para merecerlo, pero Dios nos dijo que solo por su gracia y porque somos sus hijos fuimos perdonados, amados y tendremos vida eterna.

 Con todo lo interpretado hasta ahora, concluimos en dos aplicaciones teológicas para nuestras vidas:

Primero. Ante una posición de autoridad en nuestras vidas, no seamos como los fariseos y no pongamos cargas pesadas sobre aquellos que amamos, pero que hacen las cosas de manera diferente a nosotros, ni contra aquellos que tal vez no han tenido un encuentro con el Señor. 

Más bien seamos como Jesús y aprendamos a llevar su yugo con nosotros y con aquellos a nuestro alrededor. Si tu esposa, esposo o hijos no conocen al Señor, entonces caminemos con ellos y compartamos su yugo con ellos para que se sientan acompañados y puede que algún día lo lleguen a conocer.

A veces los cristianos nos comportamos peor que los fariseos, porque conociendo toda la verdad en Cristo, aun así, ponemos cargas pesadas sobre los que amamos y están a nuestro lado. Crecimos mucho en conocimiento antes que en madurez y por eso humillamos. Creyéndonos más sabios de lo que somos, dejamos de ser pacientes y amorosos y por el contrario nos volvemos duros y poco ‘personales con los que amamos.

Si somos así, aprendamos a ser como Cristo y compartamos el yugo con los que están a nuestro alrededor, pero llevemos la carga más pesada, porque así lo hizo el Señor con nosotros. Si queremos demostrar que amamos a Cristo, entonces debemos amar y preocuparnos por el bienestar de nuestros hermanos.

Segundo. Si aun sintiéndonos culpables y sin merecer nada en esta vida procuramos cuidar nuestro descanso físico, con mucha más razón debemos comprender que Jesús vino a darnos el verdadero y eterno descanso, el cual solo podemos alcanzar a través de Él. Si conocimos y sabemos quién y cómo es el Señor y respondimos a su llamado, podemos disfrutar del inmenso descanso que no termina, porque sus misericordias son nuevas todos los días. Cada día que nos levantamos tenemos perdón de Dios y Él carga de eso. 

Cada día que despertamos sabemos que el Señor está con nosotros y el descanso que trajo a nuestras vidas es la certeza de que fuimos perdonados por su sangre y que Él cargo con nuestro yugo dejándonos sin condenación en nuestras vidas. Ya no corremos en ganar el favor de Dios, ni vivimos esclavos de nuestras propias obras, pues en Cristo encontramos el verdadero reposo y en quien descansar.  

Un reposo espiritual que transforma totalmente nuestra manera de vivir, porque confiamos y caminamos cada día con Él tal y como Hebreos 4:9 y 10 nos dice: “Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios. Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas.” Reina-Valera 1960 (RVR1960) vemos que Cristo es el reposo y es todos días, porque los que acudimos a Él y escuchamos “venid a mi” y fuimos respondiendo a su llamado, descansamos en las obras de nuestro redentor y no en las nuestras. 

Quienes conocemos a Cristo vivimos agradecidos cada día y evitamos pecar para agradarlo, porque hemos entendido su sacrificio y lo bueno, glorioso, grande, amoroso y misericordioso que es el Señor, quien carga nuestro yugo y volverá por nosotros. Así como Dios descansó de sus obras en el último día, nosotros también podemos descansar en Cristo, mirando atrás y confiando en todo lo bueno y perfecto que Él hizo por nosotros, no en nuestras propias obras.

ORACIÓN: 

Por aquellos que estamos cansados, tristes, en depresión y con ira, con corazón duro, que nos sentimos hipócritas y no merecemos perdón de Dios, que no merecemos estar vivos por todo lo que hemos hecho, que hemos puesto cargas pesadas sobre los que amamos y que, aunque hayamos recibido a Jesús consideremos que no somos merecedores de nada: recordemos que el Señor nos llamó y nos dijo “venid y descansad en mí, yo llevaré esas cargas contigo, no te dejaré solo”. Entonces, levantemos nuestras manos y vayamos al Señor, porque solo en Cristo encontramos compañía en nuestro diario caminar, perdón, salvación, libertad y descanso eterno, para así llegar a ser un reflejo de lo que Él es. 

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