Paracletos - La Deidad del Espíritu Santo
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Paracletos – La Deidad del Espíritu Santo

Nosotros como cristianos somos monoteístas, es decir, adoramos a un solo Dios. Sin embargo, las escrituras claramente nos muestran tres personas en la Trinidad, Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Posiblemente nos sea sencillo entender la persona del Padre y la del Hijo cuando intentamos racionalizarlos porque son relacionales para nosotros. No obstante, cuando hablamos del Espíritu Santo, algunas veces lo hemos dejado de lado y le hemos dado poca importancia. 

Se trata de la tercera persona de la Trinidad, no por ser menos importante, sino porque se reveló en tercer lugar. La primera persona en revelarse es Dios Padre en el Antiguo Testamento, la segunda es Dios Hijo (Jesucristo) en el Nuevo Testamento, y la tercera es el Espíritu Santo en Pentecostés. Todos tienen la misma importancia. Debemos tener claro como iglesia que Jesús mismo le dice a sus discípulos que al irse Él, vendría no un consuelo, sino un consolador, quien va a glorificar a Cristo y es el mismo Espíritu Santo que habita en nosotros cuando decidimos entregarle nuestra vida a Cristo.

Juan 16:7 dice:

“Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.”

Si tenemos a Jesús en nuestro corazón y lo recibimos como nuestro Señor y Salvador, quiere decir que el Espíritu Santo mora en nosotros. Hay muchas religiones y líneas de pensamiento que hablan del Espíritu Santo como una fuerza o una energía, lo cual no es correcto. Incluso en la iglesia lo relacionan con una paloma o con fuego, pero el Espíritu Santo no es eso, el Espíritu Santo es Dios. Hay personas que anhelan las manifestaciones del Espíritu Santo, pero no al Espíritu Santo en sí. Si hacemos esto seríamos como los que seguían a Jesús solo por los milagros, las señales y los prodigios. Nosotros tenemos que anhelar a la persona del Espíritu Santo porque habita en nosotros.

Existe una visión en el mundo llamada modalismo. Esta afirma que Dios no es tres personas sino que es uno solo manifestándose de tres maneras. Sugieren que Dios en el Antiguo Testamento se mostró como Padre, en el Nuevo Testamento como Hijo y después como Espíritu Santo, pero esta es una postura equivocada si la vemos a la luz de la Palabra. Cuando Jesús es bautizado, la Biblia menciona lo siguiente. 

Mateo 3:16-17 dice:

“Y Jesús, después que fue bautizado, subió luego del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios que descendía como paloma, y venía sobre él. Y hubo una voz de los cielos, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.”

Acá vemos a la Trinidad actuando en diferentes formas. Vemos a Dios Padre hablando, al Dios Hijo siendo bautizado y al Dios Espíritu Santo descendiendo para iniciar el ministerio de Cristo. Con base a esto, podemos decir que Dios se manifiesta a través de las tres personas de la Trinidad. El Espíritu Santo es una persona y cuando decimos esto no estamos hablando de alguien a quien podemos tocar porque el único de la Trinidad que se encarnó fue Jesucristo. Con esto lo que queremos decir es que al igual que una persona, el Espíritu Santo es alguien a quien también podemos contristar (entristecer) por nuestra manera de actuar y de vivir.

La Escritura identifica al Espíritu Santo como Dios. Hechos 5:1-4 dice:

“Pero cierto hombre llamado Ananías, con Safira su mujer, vendió una heredad, y sustrajo del precio, sabiéndolo también su mujer; y trayendo sólo una parte, la puso a los pies de los apóstoles. Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres, sino a Dios”.

Además, la Palabra nos dice que el Espíritu Santo:

  • Reparte los dones y hace como Él quiere. 1 Corintios 12:11 dice:

“Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.”

  • Es omnipresente. Salmos 139:7-8 dice:

“¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? Si subiere a los cielos, allí estás tú; Y si en el Seol hiciere mi estrado, he aquí, allí tú estás.” 

  • Es eterno. Hebreos 9:14 dice:

“¿Cuánto más la sangre de Cristo, el cual mediante el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin mancha a Dios, limpiará vuestras conciencias de obras muertas para que sirváis al Dios vivo?”

  • Es omnisciente. 1 Corintios 2:10-11 dice:

“Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios.”

Si en algún momento nos sentimos solos, desesperados, débiles, o sin fuerzas, hay un Consolador que Jesús y el Padre nos dejaron, el Espíritu Santo. Si necesitamos buscar una respuesta, consuelo, o guía de Dios, para eso está el Espíritu Santo. Ahora bien, la pregunta es ¿cada cuánto le estamos dando al Espíritu Santo espacio en nuestra vida?, ¿dónde buscamos respuestas?, ¿dónde buscamos consejo?, ¿dónde buscamos auxilio?, ¿en el Espíritu Santo o en nuestra sabiduría, la de nuestros amigos o la del mundo? Como iglesia a veces nos hemos olvidado de darle el espacio que el Espíritu Santo necesita.

El término Trinidad fue desarrollado por la iglesia, no está en la Biblia pero es una definición creada para resumir la doctrina de Dios como Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. Los tres son Dios, son manifestaciones de Él.

Volviendo al versículo de Mateo 3:16-17, éste nos muestra la deidad de Dios en sus distintos roles y cómo el Espíritu Santo viene sobre Jesús y después su ministerio empieza. Inician los milagros, las señales y los prodigios. Aquel mismo Espíritu Santo es el que desciende sobre los apóstoles y luego comienzan los milagros, las señales y los prodigios. 

Hechos 2:1-4 dice:

“Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.”

En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo visitaba a algunas personas, especialmente profetas, jueces y reyes. Entre otros podemos mencionar a Sansón, un hombre fuerte que destruía todo, pero el Espíritu Santo no moraba en él sino que estaba con él; en el caso de Saúl, el Espíritu de Dios vino sobre él y él comenzó a profetizar. En la iglesia solemos decir: “¡Espíritu Santo ven a este lugar!”, lo cual está equivocado porque el Espíritu Santo ya vino y habita en nosotros. Hay que romper ciertos paradigmas que hemos tenido. 

El Espíritu Santo es un cumplimiento de la promesa de Dios para nosotros. Es importante aclarar lo siguiente, una cosa es el derramamiento del Espíritu Santo (Hechos 2), lo cual ya pasó, y otra cosa es la llenura del Espíritu Santo que es cuando decidimos darle a Él todo lo que nos pertenece, todo lo que le incomoda a Él. Si le damos espacio, significa que rendimos nuestra voluntad a Él. 

Hoy tenemos que buscar que el Espíritu Santo nos llene más de Él pero para que algo esté lleno tiene que vaciarse primero. Si fuéramos un recipiente o un odre en el que se llenaba el vino, ¿de qué estaríamos llenos hoy?, ¿del Espíritu o de otra cosa?, ¿estamos llenos de lo que Dios nos mandó a llenarnos o de lo que no nos mandó a llenarnos?, ¿estamos llenos de lo que Dios quiere para nuestras vidas o nos estamos llenando de otra cosa?, ¿de qué estamos llenando nuestro odre? Nos llenamos de lo que leemos, hablamos, vemos, consumimos (redes sociales, televisión). No se trata sobre convertirnos en raros y aislarnos, sino que tenemos que evaluar con qué estamos llenando nuestra vida. 

¿Cuántos quisiéramos ser usados por el Señor como fue usado el apóstol Pablo? Todos quisiéramos ser usados como él o como Pedro, que con nuestra sombra los enfermos se sanen, pero ¿estamos dispuestos a pagar el precio que esos hombres pagaron?, ¿vivimos como ellos lo hicieron?, ¿entregamos lo que queremos como ellos?

Pablo dice que si él tiene que dejar de comer carne para no hacer caer a alguien lo va a hacer. Romanos 14:21 dice:

“Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite.”

Pero cuando a nosotros se nos dice que dejemos de hacer algo, solemos cuestionar, buscamos razones o excusas. Si vamos a tener esa actitud y no estamos dispuestos a pagar el precio, no podemos esperar que el Señor nos use. Hay cosas que por causa de Él y de aquellos que necesitan conocer a Cristo debemos estar dispuestos a sacrificar. Si pensamos que todo el mundo ve cierto tipo de películas o está hablando de algún tema y que eso no tiene nada de malo, debemos cuestionarnos de qué nos estamos llenando y qué estamos consumiendo. ¿Queremos que Dios nos use como a esos hombres? Paguemos el precio que ellos pagaban.

Hay gente que no se acerca a una iglesia porque nosotros muchas veces no somos testimonio para ellos. Cuando decidimos rendirnos al Espíritu Santo estamos sacrificando la carne para que Él nos llene a nosotros.

Lucas 6:45 dice:

“El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.”

Una versión actual de este versículo podría decir: “de la abundancia del corazón hablan nuestras redes sociales.” ¿De qué hablan tus redes sociales?, ¿del Espíritu y de lo bueno que es Dios? Probablemente no. Hablan de qué nos compramos, los lugares que visitamos, lo que comimos, los cuales son ejemplos que pueden no ser pecado pero ayudan a reflexionar sobre cuánto hablan nuestras redes de Cristo a otros. ¿Cuántos hablamos de un Dios verdadero y que hay esperanza en Jesús? El sólo hecho de compartir una transmisión de la iglesia puede ocasionar un valioso impacto en alguien. Hay gente que anda buscando una respuesta y se la podemos dar a través de nuestras redes sociales, pero debemos preguntarnos qué estamos transmitiendo en ellas y si estamos llenándonos del Espíritu o de otras cosas. 

Entre los grandes avivamientos a través de la historia, se narran ocasiones en donde el Espíritu Santo tomaba un lugar, un país y se cerraban bares, estadios, cárceles, etc., porque la gente corría a buscar de Dios. Eran lugares donde pasaban milagros, señales y prodigios. Los enfermos de los hospitales eran llevados a iglesias y eran sanados. Tenemos que anhelar ver gente corriendo a los pies de Cristo, siendo sanada por el poder de Dios, buscando la santidad de Dios.

Hombres y mujeres de Dios solían buscar la santidad de Dios a toda costa, su presencia en todo momento, largos tiempos de oración y adoración al Señor, buscándolo de día y de noche, no buscando lo del mundo. Esto fue lo que impactó a esa generación. Lo lamentable fue que el resto de la iglesia se volvió fanática de la manifestación y no del Dios de la manifestación, del milagro y no del Dios del milagro, y la iglesia dejó de correr en busca de la santidad. Si hay algo que Dios nos está llamando a nosotros es a buscar santidad, a ser llenos de Él. Lo que Dios nos pide es que nos vaciemos de todo aquello que le estorba a su Espíritu Santo, lo que lo contrista. Dios quiere hacer algo con su iglesia y con nosotros. Ese mismo Espíritu que levantó a Jesús de entre los muertos es el que mora en nosotros, el mismo que hacía que los apóstoles con su sombra sanaran a las personas. 

Hechos 3:6-8 dice:

“Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda. Y tomándole por la mano derecha le levantó; y al momento se le afirmaron los pies y tobillos; y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios.”

Ellos sabían de qué estaban llenos, no les daba miedo orar por alguien pues sabían que Dios los iba a sanar ya que estaban llenos de Dios, de su Espíritu. Hoy nosotros no nos atrevemos a hacer muchas cosas en Dios porque no sabemos de qué estamos llenos o porque hemos contristado al Espíritu Santo. Él no es un invitado en nuestra vida, es el dueño de ella. Somos templo del Espíritu Santo y como dueño, Él tiene las llaves para entrar donde quiera, hacer lo que quiera, a la hora que quiera y como quiera hacerlo. Lamentablemente muchas veces dejamos la puerta abierta y permitimos que entre lo que sea y tenemos al Espíritu Santo en un rincón diciéndole, “en eso no se meta”, “de eso no me diga qué hacer”, “esto yo lo decido”, etc. 

Juan 14:17 dice:

“El Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.”

En el Antiguo Testamento el Espíritu Santo solo estaba con ellos. Hoy el Espíritu Santo no solo está con nosotros sino en nosotros. Él está con y en nosotros para que seamos testigos de lo que puede hacer en nuestra vida y en otros, lo que le estorba es nuestro pecado, orgullo y todo aquello que hace que no le permitamos que tome el lugar. Debemos dejar todo lo que es impuro para que el que es tres veces Santo pueda llenarnos.

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