Poder de Resurrección y Vida: Las buenas nuevas
Según la Biblia, las buenas nuevas se traducen como el evangelio de la salvación.
1 Corintios 15:3-4 dice:
“3 Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4 y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;”
Pablo escribe esto a la iglesia de corintos ya que tenían muchas dificultades, discusiones y pecado. En el versículo anterior él hace referencia al antiguo testamento y al cumplimiento de las profecías acerca del mesías.
Las buenas nuevas del Evangelio comienzan con una mala noticia y es que el hombre pecó contra Dios. Adán y Eva le dieron la espalda al Señor y levantaron una descendencia llena de pecado, la maldad está ligada a nuestro ser. Podemos hacer buenas obras y tener moral, sin embargo, esos esfuerzos humanos no tienen valor ante el Señor ya que todos somos pecadores por cuanto estamos destituidos de la gloria de Dios. Dice Efesios que éramos hijos de la ira, enemigos de Dios.
El Evangelio no habla solamente de que Cristo murió, que fue sepultado y resucitó, sino que nos habla sobre el plan de salvación que Dios preparó donde le dio muerte a nuestros pecados. Merecíamos ser borrados de la faz de la tierra pero lejos de eso más bien preparó un plan de rescate. Así que envió a su hijo para cargar con nuestros pecados y que de esta manera pudiéramos recibir perdón mediante su crucifixión y el derramamiento de toda Su sangre. Jesús soportó la ira de Dios para que fuéramos salvos.
El versículo 4 nos dice que Jesús resucitó y ascendió al cielo, esto lo hizo para derrotar al último de nuestros enemigos; a la muerte. Cristo resucitó para darnos vida. Nada ni nadie podía satisfacer la justicia de Dios, solo una sangre pura como la de nuestro Señor Jesucristo. Fuimos reconciliados con Dios en la cruz del calvario.
Pasamos abrazados por los brazos de amor de Dios porque Él, mediante este sacrificio se hizo cercano a nosotros, porque nos ama y nos sostiene con su divino poder, nos ha rociado con la sangre maravillosa de su hijo, solo debemos creer en ese sacrificio ya que la deuda que teníamos con Él está saldada, solo debemos acercarnos con fe y arrepentimiento. Ya Satanás no tiene soberanía sobre nosotros. Dimensionar la profundidad de la deuda que teníamos con Dios no es algo fácil de entender. Era impagable, pero Él nos la perdonó.
Dios no terminó de trabajar en nosotros cuando nos hizo salvos, Él espera que vivamos conforme a lo que estableció en Su palabra. Una vez que entendemos que nuestra deuda era imposible de pagar entonces mostremos misericordia con aquellos que nos han herido, traicionado, robado, abusado, entre otras muchas cosas desagradables, ya que nada de esto se compara con la deuda que teníamos con el Señor.
Por supuesto que hay circunstancias difíciles de perdonar y en ocasiones el perdón se convierte en un proceso en nuestra vida pero esto es lo que Dios nos manda a hacer en Su Palabra. Él pone aflicción en aquellas personas que aun siendo creyentes no logran perdonar con el propósito de ablandar sus corazones. Solo Él conoce cuantas de nuestras luchas son por causa de nuestro pecado. La ira de Dios también es amor y es que el padre que no disciplina es un padre que no ama, por eso Él es un Padre que nos enseña y nos confronta.
La Palabra dice que debemos pedirle al Señor que nos perdone así como nosotros también perdonamos a quienes nos ofenden. Por eso necesitamos confrontarnos con nuestro pecado y con la trascendencia de este.
Cuando se adquiere una piedra preciosa el joyero la saca y la monta sobre un lienzo oscuro para contrastar lo oscuro de este lienzo con el brillo de la piedra; Cristo es la piedra preciosa y nosotros somos ese lienzo que Él tuvo que venir a buscar.
Ni en toda la eternidad entenderemos lo que Dios tuvo que limpiar para que recibiéramos el perdón, pero sabemos que por la sangre del cordero Él nos ve justos. Debemos estar dispuestos a morir a nuestro pecado y no significa que no pecaremos más, sino que nuestro corazón tiene que estar preparado para el arrepentimiento y para perdonar.
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