Día de la Reforma, ¿Qué fue lo que ocurrió y qué podemos aprender de ello?
Martín Lutero fue un monje alemán muy devoto, sin embargo, su disconformidad con algunas prácticas de la iglesia de Roma en su tiempo y su preocupación por su propia salvación, lo llevaron, después de una cuidadosa lectura y meditación de la Palabra de Dios, a redactar 95 tesis en contra de esa serie de prácticas religiosas, que culminó siendo un movimiento transformador de la Iglesia y de toda la sociedad.
El verdadero personaje en el día de la Reforma no es Lutero, es la Palabra de Dios. Esta Palabra transformó a Lutero y causó la Reforma. Stephen Nichols.
Lutero clavó sus 95 tesis en la puerta de la catedral de Wittenberg el 31 de Octubre de 1517. La queja principal de estas tesis era la venta de indulgencias, con las cuales se pagó una buena parte de la construcción de la Basílica de San Pedro. Sin embargo, esto inició todo un movimiento que culminó revisando no solo la venta de las indulgencias, sino también toda la teología que la iglesia de Roma practicaba y enseñaba.
Las indulgencias fueron un certificado que otorgaba la iglesia a cambio de dinero, este certificado aseguraba un lugar en el cielo y la salvación de almas junto con pasar por alto los pecados.
Los vendedores pretendían que la indulgencia que vendían dejaba al pecador “más limpio que al salir del bautismo”, o “más limpio que Adán antes de caer”, que “la cruz del vendedor de indulgencias tiene tanto poder como la cruz de Cristo”, y que, en el caso de quien compra una indulgencia para un pariente difunto, “tan pronto como la moneda suena en el cofre, el alma sale del purgatorio”.
Lutero había conocido en la Palabra de Dios que el hombre es justificado únicamente por medio de la fe. Romanos 1:17, “el justo por la fe vivirá”, lo transformó. Él había vivido abrumado por la imposibilidad de satisfacer la justicia de un Dios santo, pero el evangelio le dio la paz que no se consigue en ninguna otra parte.
Este hombre amaba la verdad y cuando vio que incluso personas cercanas a él estaban comprando indulgencias, supo que debía exponer lo que él vio en la Biblia y llamar a debatir a otros teólogos sobre el tema.
La Reforma representa un movimiento de colocar a Dios, tal como Él se revela en Cristo, en el centro de la vida y pensamiento de la Iglesia.
Las 5 solas de la reforma:
SOLA SCRIPTURA: La Palabra de Dios es la máxima autoridad en materia de fe y práctica. Por tanto, nada que contradiga la revelación de Dios puede regular la vida del creyente (Gálatas 1:6-10; 2 Timoteo 3:16; 2 Pedro 1:3).
SOLUS CHRISTUS: La salvación se encuentra solo en Cristo, excluyendo así todo otro camino para llegar a Dios (Hechos 4:12).
SOLA GRATIA: La salvación es un don de Dios. Por tanto, es algo que el pecador recibe de forma inmerecida basada en los méritos de Cristo alcanzados durante su vida, muerte y resurrección (Efesios 2:8).
SOLA FIDE: La salvación solo puede ser recibida cuando ponemos nuestra fe en Aquel que murió por nosotros, excluyendo la posibilidad de que nuestras obras puedan contribuir (Efesios 2:8-9, Romanos 3:28).
SOLI DEO GLORIA: El propósito de la salvación que recibimos es glorificar a Dios; poner de manifiesto las excelencias o virtudes de su carácter (Efesios 1:4-6; 1 Pedro 2:9).
Ciertamente, la iglesia primitiva no usó esta terminología para hablar de sus creencias; pero cada una de estas frases está arraigada en la revelación del Nuevo Testamento.
Martín Lutero, su búsqueda de la salvación y lo que podemos aprender de su experiencia
Su fe era profunda, y nada le importaba tanto como ella. Cuando se convencía de que Dios quería que tomara cierto camino, lo seguía hasta sus consecuencias últimas, y no como quien, puesta la mano sobre el arado, mira atrás.
Repetidamente un terror aplastante de la justicia de Dios hizo presa de él, pues no estaba seguro de que todo lo que estaba haciendo en pro de su propia salvación fuese suficiente. Dios le parecía ser un juez severo, como antes lo habían sido sus padres y sus maestros, que en el juicio le pediría cuenta de todas sus acciones, y lo hallaría falto.
Se suponía que las buenas obras y la confesión fueran la respuesta a la necesidad que el joven monje tenía de justificarse ante Dios. Pero ni lo uno ni lo otro bastaba. Lutero tenía un sentimiento muy hondo de su propia pecaminosidad, y mientras más trataba de sobreponerse a ella, más se percataba de que el pecado era mucho más poderoso que él.
Esto no quiere decir que no fuese buen monje, o que llevara una vida licenciosa o inmoral. Al contrario, Lutero se esforzó en ser un monje recto.
Repetidamente castigaba su cuerpo, según lo enseñaban los grandes maestros del monaquismo. Y acudía al confesionario con tanta frecuencia como le era posible. Pero todo esto no bastaba. Si para que los pecados fueran perdonados era necesario confesarlos, el gran temor de Lutero era olvidar algunos de sus pecados. Por tanto, una y otra vez repasaba cada una de sus acciones y pensamientos, y mientras más los repasaba más pecado encontraba en ellos. La situación era entonces desesperante. El pecado era algo mucho más profundo que las meras acciones o pensamientos conscientes. Era todo un estado de vida, y Lutero no encontraba modo alguno de confesarlo y de ser perdonado mediante el sacramento de la penitencia.
Su desesperada búsqueda por la salvacion lo llevo a fijarse en el misticismo, los místicos decían que bastaba con amar a Dios para ser salvo. Esto le pareció a Lutero una palabra de liberación, pues no era entonces necesario llevar la cuenta de todos sus pecados, como hasta entonces había tratado de hacer. Sin embargo no tardó en percatarse de que amar a Dios no era tan fácil. Si Dios era como sus padres y sus maestros, que lo habían golpeado hasta sacarle la sangre, ¿cómo podía él amarle? A la postre, Lutero llegó a confesar que no amaba a Dios, sino que lo odiaba.
No había salida posible. Para ser salvo era necesario confesar los pecados, y Lutero había descubierto que, por mucho que se esforzara, su pecado iba mucho más allá que su confesión. Si, como decían los místicos, bastaba con amar a Dios, esto no era de gran ayuda, pues Lutero tenía que reconocer que le era imposible amar al Dios justiciero que le pedía cuentas de todas sus acciones.
Debido a los años que había pasado recitando el Salterio, siempre dentro del contexto del año litúrgico, que se centra en los principales acontecimientos de la vida de Cristo, Lutero interpretaba los Salmos cristológicamente. En ellos es Cristo quien habla. Y allí vio a Cristo pasando por angustias semejantes a las que él pasaba. Esto fue el principio de su gran descubrimiento.
El gran descubrimiento vino probablemente en 1515, cuando Lutero empezó a dar conferencias sobre la Epístola a los Romanos, pues él mismo dijo después que fue en el primer capítulo de esa epístola donde encontró la respuesta a sus dificultades. Dia y noche estuvo meditando acerca de la justicia de Dios que se menciona en Romanos 1:17, pues le aterraba la idea de que debido a esa justicia, le fuera imposible salvarse.
La respuesta despues de tanta meditacion fue sorprendente. La “justicia de Dios” no se refiere aquí, como piensa la teología tradicional, al hecho de que Dios castigue a los pecadores. Se refiere más bien a que la “justicia” del justo no es obra suya, sino que es don de Dios. La “justicia de Dios” es la que tiene quien vive por la fe, no porque sea en sí mismo justo, o porque cumpla las exigencias de la justicia divina, sino porque Dios le da este don. La “justificación por la fe” no quiere decir que la fe sea una obra más sutil que las obras buenas, y que Dios nos pague esa obra. Quiere decir más bien que tanto la fe como la justificación del pecador son obra de Dios, don gratuito.
En consecuencia, continúa comentando Lutero acerca de su descubrimiento:
Sentí que había nacido de nuevo y que las puertas del paraíso me habían sido franqueadas. Las Escrituras todas cobraron un nuevo sentido. Y a partir de entonces la frase ‘la justicia de Dios ‘no me llenó más de odio, sino que se me tornó indeciblemente dulce en virtud de un gran amor.
Lutero dio a conocer sus tesis el 31 de octubre de 1517, y su impacto fue tal que frecuentemente se señala esa fecha, como el comienzo de la Reforma protestante.
Uno de sus detractores confrontándolo le preguntó: “¿Te retractas, o no?” Y a ello respondió Lutero: “No puedo ni quiero retractarme de cosa alguna, pues ir contra la conciencia no es justo ni seguro. Dios me ayude. Amén”.
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