En Cristo Soy: Bendecido, y por esto soy de bendición
Quienes estamos en Cristo sabemos que existen las bendiciones terrenales y las espirituales. Estas últimas son para siempre, a diferencia de las bendiciones terrenales que el mundo nos vende, las cuales son temporales y se acaban.
Efesios 1:3-6 dice:
“3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, 4 según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, 5 en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, 6 para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado”
Pablo escribió esta carta para los gentiles griegos en Éfeso. Ellos no tenían contexto de quien era el Señor ya que no contaban con el antiguo testamento ni la Torá, no entendían qué estaba pasando en el mundo con Él, solo confiaban en sus dioses. Pese a esto, sintieron en el fondo de su corazón que algo se comenzaba a mover y esto provocó que se apartaran del paganismo y de sus malas obras, no sabían que era el Espíritu Santo quien se estaba moviendo.
Pablo les presentó el evangelio haciendo un llamado a adorar a Dios, tenía muchas ganas de comenzar a darles el poderoso mensaje de salvación y pese a que lo hizo muchas veces en otros lugares, su emoción seguía siendo la misma cada vez que lo hacía.
En los versículos anteriores, la palabra de Dios nos habla de dos bendiciones:
1. Dios nos escogió
Esta es la primera y más importante bendición. Dios les da las mejores bendiciones a quienes caminan con Él, a aquellos que fueron elegidos. Nuestra salvación comienza con la doctrina de la predestinación. Antes de que Dios creara todo ya nos había escogido, pensó en cada uno de nosotros e hizo que llegáramos a Él en determinado momento, no importa la edad en que lo hicimos, llegamos a Él en el tiempo perfecto.
Esa es la gracia, el regalo inmerecido que nadie podría alcanzar y el Señor nos lo dio por que Él es así de increíble. Nuestro Padre deja las noventa y nueve ovejas y se va por la única que se perdió; pues Él es el buen pastor, por eso envió a su Hijo a buscarnos.
Los griegos creían en dioses inalcanzables, así que cuando Pablo les comenzó a predicar de que Dios todo Poderoso nos ama tanto que envió a su hijo a morir por nosotros se sorprendieron y su mente se transformó. Esto sigue sucediendo en la actualidad con otras creencias. No es lógico que el Señor venga a salvarnos, pero es que su soberanía tampoco lo es. Es la forma más perfecta de amor. El Señor sabía que íbamos a pecar, que nos íbamos a equivocar, pero aun así nos escogió, nos perdonó y nos adoptó para santificarnos por su inmensa gracia.
En la Biblia, Nicodemo le preguntó a Jesús que cómo hacía un hombre para nacer de nuevo, y este le dice que no podía hacer nada ya que solo por la obra del Espíritu de Dios era posible. De la misma manera, nosotros no contribuimos en nuestro nacimiento físico ni tampoco en el espiritual.
La doctrina de la predestinación es difícil de entender para quien no la ha estudiado a fondo, pero aquel que la entiende sabe que el Señor nos escogió para su gloria. Fuimos llamados para ser santificados por Él, para poder ser libres de cualquier pecado, libres de la muerte y mientras estemos en el mundo pelearemos toda nuestra vida contra nuestra naturaleza pecaminosa, pero Él ya nos dio la victoria y quien le ama busca ser santificado para agradarle a Él.
2. Fuimos adoptados
Éramos esclavos pero Dios nos adoptó en su casa, esto rompe cualquier molde de religión y cualquier tipo de pensamiento humano. Es hermoso entender que Dios quiso hacernos parte de su casa. La ley sirio-romana decía que ser adoptado por una familia era un tema muy serio, no había vuelta atrás, el romano que hubiese tenido hijos biológicos podía desheredar a su hijo y sacarlo de su familia sin tener ningún tipo de consecuencia, pero el adoptado nunca perdería sus derechos.
Eran adoptados para continuar el legado de su amo, quien ahora era su padre. Les ponían un anillo, un manto, calzado y se convertían en otras personas, se le perdonaban todas sus deudas y finalmente se hacía una presentación pública para que todos lo supieran, así de hermosa es la adopción del Señor.
Cuando nacemos de nuevo por la gracia de Dios, Él se convierte en nuestro Padre, nos saca de cualquier esclavitud, del pecado de la muerte, nos hace parte de su familia, de su promesa y nuestras transgresiones son perdonadas por el sacrificio de Cristo.
Debemos entender que no hicimos nada para poder ser salvos, es mediante su obra maravillosa y su gracia. Para el Padre no hay vuelta atrás, nunca nos va a desheredar, siempre podremos volver a la casa del Padre quien nos recibirá con amor.
Si estamos tristes pensemos en que Jesús nos dio todas las más grandes bendiciones y nadie nos las va a quitar porque somos sus hijos, finalmente seremos presentados en público y nuestro testigo principal será el Espíritu Santo de Dios, por eso hacemos los bautizos, para que le digamos al mundo que nuestro Señor es Jesucristo.
El que es hijo clama al Padre porque sabe que su Padre es bueno, no se trata de lo que aparentemos, sino de la manifestación de una vida que delata que somos hijos del Señor.
Si realmente amamos a Dios debemos gozarnos siempre, aun en medio de la prueba. No podemos sentir envidia, celos o hablar mal de los demás, más bien debemos preocuparnos por nuestros hermanos. Es tiempo de ser ese pueblo de bendición para los demás, de predicarle a otras personas de todo lo que Él ha hecho en nosotros, pese a todos los problemas lo tenemos a Él que no nos desamparará nunca.
Seamos generosos, oremos por nuestros hermanos cuando estén en tiempos de crisis. El Señor nos dio muchos hermanos en Cristo, prediquemos que en Él somos una nueva criatura, es tiempo de ser bendición para otros.
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