Perseverando en la Fe – Santidad
Había un hombre que predicaba el evangelio en una comunidad en la que creían en ídolos, honraban dioses, sabían dónde vivían y cuál era su dirección. Cuando el varón les presentó las buenas nuevas, las personas le preguntaron “¿dónde vive tu Dios?” Ante esta pregunta él no supo cómo contestar entonces se fue, oró, reflexionó y Dios lo llevó a este versículo:
Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15
Nuestro Dios habita en la santidad porque Él es santo. Cuando Isaías vio la gloria de Dios, oyó que los seres vivientes lo llamaban así repetidas veces como una forma de invocar a un Dios puro y limpio.
Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo es Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Isaías 6:3
Solo los que hemos sido declarados justos por los méritos de Cristo, somos santos (apartados para Dios). Nosotros somos pecadores injustos declarados justos a los ojos de un Dios santo por el sacrificio de Jesús en la cruz.
No solo se trata de aceptar a Cristo en nuestra vida por medio de una oración. En el momento en que ponemos toda nuestra fe y confianza en el sacrificio hecho por Jesús en la cruz es cuando verdaderamente entendemos la obra del calvario en la que el Hijo de Dios padeció por nuestros pecados. Nosotros lo aceptamos junto con el perdón que Dios nos ofrece, y el Padre nos da la oportunidad de recibir santidad, la cual Él compró para nosotros. En esa cruz y a través de su muerte nos declaró justos, es decir, sin pecado, lavados, regenerados y hechos nuevas criaturas al recibir la naturaleza divina.
Justificados pues por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo. Romanos 5:1
¿Cómo es que un Dios santo, puro, perfecto, grande, sublime, alto puede vivir en el corazón de pecadores como nosotros? Nosotros seguimos pecando, aunque hayamos recibido a Cristo, estemos llenos del Espíritu Santo, y ya no le pertenezcamos al mundo ni a satanás. ¿Cómo el Señor siendo santo puede convivir con nosotros? Cuando el Padre supo del primer pecado del hombre, sacó a Adán y a Eva del paraíso, lo cual deja ver que Él no tolera el pecado. Cuando Él vio a su Hijo cargando en su espalda el pecado de todos nosotros, se apartó de Jesús. Hubo sombras y oscuridad en ese momento porque Dios se separó de Cristo por causa del pecado. ¿Por qué no pasa eso con nosotros?
Es importante entender que cuando recibimos a Jesús somos declarados justos porque el Padre nos extendió su justicia, su santidad, y ahora somos seres puros a los ojos de Dios. Si pecamos, nuestro abogado es Jesucristo. Podemos ir al Padre, confesar nuestros pecados y Él nos limpiará de toda maldad. Su Espíritu y su paternidad no nos abandonan.
Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 1 Juan 2:1
En la antigüedad, los profetas vieron lo que estaba destinado para nosotros y desearon ver lo que vemos: la gracia redentora, perdonadora y justificadora del Señor en personas que todavía pecamos. Esto merece que nosotros estemos conscientes de la salvación tan grande que el Padre nos ha otorgado por amor a su Hijo. En la cruz se rompió el poder, el dominio y la autoridad del pecado sobre nosotros. Nuestra carne demanda satisfacción y quiere estar por encima de Dios y su gobierno. El Señor solo salva a personas que entienden que son pecadoras, cuya naturaleza las inclina hacia el mal. Dios no salva a religiosos, a los que creen que no fallan. Si decimos que no tenemos pecado lo hacemos a Él mentiroso.
Uno de los peores pecados de la iglesia es la falta de santidad en todas las áreas. Como pueblo de Dios nos hemos contaminado con el mundo, la carne y el pecado. Tenemos que buscar de nuevo la santidad porque nosotros le pertenecemos al Señor, fuimos comprados a precio de sangre por un Padre Santo que demanda lo mismo de nosotros.
Como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación. 1 Pedro 1:14-17
La santidad no son actividades religiosas que se practican de forma rutinaria como venir a la iglesia, leer la Biblia, orar… A veces no discernimos que esto se trata de Dios y que Él pide que vivamos para su gloria. ¿Por qué el Señor demanda santidad? Porque todo lo que Él espera que su pueblo haga es para su gloria. Él ve las intenciones del corazón. Hay personas que hacen actos buenos en apariencia, pero Dios pesa los corazones. Podríamos estar haciendo algo que no sea malo en sí mismo, pero el Padre no está recibiendo gloria de eso. Nuestras intenciones son torcidas.
Cuando hemos recibido a Cristo, tenemos una naturaleza nueva habitando en nosotros. Ya no vivimos para nosotros mismos, vivimos para Jesús. Lo que ahora vivimos en la carne lo debemos vivir a través de la fe en el Hijo de Dios.
La santidad no es un tema que nos gusta que nos prediquen. Es necesario que Dios abra nuestro entendimiento, toque nuestros corazones y que podamos descubrir que necesitamos santidad porque es una demanda del Padre. Sed santos porque yo soy santo dice la Palabra en 1 Pedro 1:16. El Señor no nos manda a imitar a nuestros pastores, hermanos o ancianos de la iglesia, Él nos manda a imitar a Cristo porque Él es el único santo.
No debemos poner la mirada en las personas, sino en Jesús quien es el realmente santo. El Señor dice que lo que Él es entonces nosotros también debemos serlo; así que si decimos que somos su pueblo debemos andar como Él anduvo.
La palabra santidad proviene del griego y traducida significa apartados y separados para Dios. No es una lista de requisitos que tenemos que cumplir. Somos llamados a salir del mundo con el fin de servir al Señor, no para la contaminación y el pecado. El Espíritu Santo nos moldea para parecernos cada vez más a Jesús. El Padre quiere formarnos a la imagen y carácter de su Hijo amado, es su finalidad para nosotros acá en la Tierra. Él quiere que vivamos y cumplamos su propósito, que hagamos crecer el reino con el poder de su Espíritu.
En las iglesias se ven problemas entre hermanos, líderes y pastores. Se critican entre sí en redes sociales y aunque hay que denunciar lo que está mal, nosotros estamos llamados a la unidad. Necesitamos tanta santidad en nuestras casas, vidas, ministerios, y servicios. Es una demanda de Dios hacia nosotros porque sin ello nadie verá al Señor. El deseo y propósito de Dios es nuestra santificación a pesar de vivir en un mundo caído, lleno de pecado y luchas.
Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Hebreos 12:14
Hay una santidad posicional, la que Cristo compró en la cruz del calvario, dándonos justicia, su perfección y poniendo sobre su espalda nuestro pecado. Ahí mismo fuimos sacados fuera del mundo y de su contaminación. Después está la santidad progresiva, el vivir a diario ante ataques de nuestra carne, deseos y crisis. Es la que experimentamos en nuestras vidas hasta el último minuto de nuestra existencia.
Jonathan Edwards, un puritano que existió en 1700, fue considerado el más grande teólogo de Estados Unidos, calificado como uno de los hombres más santos de ese país, con una gran claridad y profundidad en las escrituras. Estudiaba y oraba de 12 a 13 horas diarias y aun así la esposa decía que era difícil vivir con él. ¿Qué dirán de nosotros que no oramos 13 horas seguidas? La santidad es un progreso continuo, un escalar a esa virtud a la que Dios apunta en nuestros corazones. La Biblia dice:
Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Filipenses 2:13
Tres enemigos de la santidad
Hay personas que se oponen a nuestra santidad, quienes luchan para sacarnos del propósito del Señor para nuestras vidas. No hay nada más triste que ver una persona que habiendo sido salva, no cumplió con su finalidad. Es una vida desperdiciada, improductiva que no supo alinearse a la voluntad de Dios, obedecer, ni humillarse, son personas abiertamente rebeldes a Dios – quien pone el querer y el hacer – pero hay tres oposiciones:
1. Nuestro peor enemigo somos nosotros mismos, nuestra carne. Es como si hubiera una viga marcada por el Señor sobre la que tenemos que caminar. Quien mora en nosotros es el Espíritu Santo que es Dios, nosotros somos su templo. Andemos en el Espíritu y no cumpliremos los deseos de la carne. ¿Queremos triunfar sobre todo lo que se opone a nuestra santidad, lo que viene de nosotros, de nuestras obras? Andemos en el Espíritu Santo, quien nos va a guiar.
Digo, pues: anden por el Espíritu, y no cumplirán el deseo de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne, pues estos se oponen el uno al otro, de manera que ustedes no pueden hacer lo que deseen. Gálatas 5:16-17
El deseo de la carne es contra el Espíritu. Es decir, nosotros mismos. Es una lucha, estamos en guerra todos los días a cada momento. Es una batalla. ¿Obedecemos a la carne o al Espíritu?, ¿le damos lugar al Espíritu o al pecado? Nuestra carne nos aparta del Señor, desea irse por su rebeldía en contra de la Palabra, quiere ser complacida y demanda que se le dé lugar por encima de Dios. El Espíritu Santo es quien nos dice que no demos lugar a esos pensamientos, el que combate en nuestro interior.
Es una guerra entre el Espíritu y nuestra carne, la cual no se educa, entrena, santifica, ni se le predica, se tiene que crucificar. La carne y el Espíritu se oponen entre sí, dos están peleando en nosotros, pero el Espíritu Santo nos empodera y da autoridad para vencer el pecado y la tentación de la carne.
Cuando no teníamos a Cristo no le podíamos decir que no a nuestros deseos. Hoy tenemos a Jesús y al Espíritu Santo en nosotros, quien está trabajando, nos avisa, ministra, da palabra, e invita a leer la Palabra, esta se abre y Él nos la ilumina.
Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino. Salmos 119:105
Mediante la Palabra de Dios podemos vencer la tentación. Pecamos, pero no practicamos el pecado. Si lo practicamos nos estamos engañando a nosotros mismos y aún vivimos en tinieblas. Resulta preocupante una iglesia que no se santifica, no confiesa su pecado, tiene pecados ocultos, vive una vida de religiosidad dentro de la iglesia y con sus hermanos, pero no vive eso en su casa, familia y trabajo.
Hace décadas hubo una noticia que sacudió a los cristianos al ver a un famoso televangelista ser descubierto con mujeres, drogas, en adulterio, fornicación, pornografía… Él confesó sus pecados. Después de restaurarse durante años nunca volvió a ser el mismo, pero Dios le permitió recuperarse y confesar delante de todos que él nunca había pedido ayuda. Él sabía lo que estaba operando en su carne, las pasiones bajas, los deseos de los ojos, la vanagloria de la vida, pero nunca pidió apoyo, lo mantuvo oculto.
Cuando necesitamos ser limpiados y confesar nuestras faltas, hay que pedir asistencia con mucho cuidado y prudencia para que oren por nosotros, nos sostengan, no nos juzguen, condenen, señalen, ni hablen mal de nosotros. Necesitamos a alguien a quien darle cuentas. Es preocupante ver un pueblo que no confiesa sus pecados porque están lidiando con miedo, depresión, ansiedad y cuando se analiza la situación más a profundidad nos damos cuenta de que lo que hay detrás es pecado, pero no buscamos ayuda a tiempo, no confesamos, lo cual nos debilita y endurece el corazón.
Nuestra carne la heredamos de Adán y Eva, es la que nos hace ser rebeldes contra el Señor. Nuestra inclinación natural es pecar. A veces no nos damos cuenta de que estamos pecando hasta 4-5 días después cuando el Espíritu Santo nos lo recuerda y hace ver que no nos hemos arrepentido. Algo en nosotros comienza a sentir incomodidad y que algo no está bien. Nos metemos en la presencia de Dios y Él nos convence, nos pregunta ¿esa amistad, conversaciones, estilo de vida, falta de perdón en nuestro corazón? Eso no me agrada ni es para mí gloria y alabanza.
Vivamos con puertas abiertas, sin ocultar nada. Debemos tenerle miedo a caer en el poder de los pecados ocultos cuando hacen que los callemos, guardemos y camuflemos por el ¿qué van a pensar de nosotros?, ¿cómo nos van a juzgar? Necesitamos la ayuda divina en nuestras luchas. El Espíritu Santo hace morada en nuestro corazón, nos empodera contra el pecado, da valor, llena de energía, sabiduría, y arrepentimiento para confesar nuestras faltas y librarnos de eso.
Siempre vamos a batallar con algo, siempre va a haber lujuria, lascivia, gusto por el alcohol, pecado e inmundicias sexuales, enojo, celos, entre otras obras de la carne. Estamos en una guerra y lucha permanente, los deseos de la carne van en contra de los deseos de Dios.
2. El mundo. Esto es vanidad. Un lugar que está cargado de pecado nos atrapa y engaña. Los reflectores, las luces, el dinero, el poder, el prestigio… No se trata sobre no sobresalir o no trabajar con excelencia, sino sobre no dejarnos cautivar por lo temporal. Ahora todos andan pendientes de lo que hacen los artistas, los deportistas… Hay miles de seguidores de vidas vacías, sin Cristo, que no traen gloria a Dios ni le temen. Enseñan que el pecado es hermoso y tiene clase social.
No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. 1 Juan 2:15 (RV60)
Jesús oró en el Getsemaní y dijo: “No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal”
Juan 17:15
No podemos consumir todo lo que el mundo nos da: el alcohol, las drogas, las películas, los horóscopos y la inmundicia que hay en todo eso.
“Los que están casados deben vivir como si no lo estuvieran; los que están tristes, como si estuvieran alegres; los que están alegres, como si estuvieran tristes; los que compran, como si no tuvieran nada; los que están sacándole provecho a este mundo, como si no se lo sacaran. Porque este mundo que conocemos pronto dejará de existir” 1 Corintios 7:25 (TLA)
No echemos raíces en este mundo, esta no es nuestra patria, vamos camino al cielo, somos peregrinos y extranjeros. No vivamos como si esto fuera lo último, lo máximo, como si aquí estuviéramos gozando todo lo que vamos a gozar. No seamos como los moradores de la Tierra de los cuales habla Apocalipsis que solo piensan en las cosas de aquí y ahora, en enriquecerse, ser lujosos, ser hermosos, prestigiosos, ser millonarios.
“Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” 1 Juan 2:17
3. Satanás. Si la carne y el mundo son enemigos de nuestra santidad progresiva, Satanás, que significa adversario, también es nuestro enemigo.
Este va a luchar, anda como león rugiente viendo a quien se devorar (1 Pedro 5:8), a quien destruye, afecta y rompe. No anda viendo cómo atacar al mundo puesto que ese le pertenece, él no está en guerra con él, ese es su reino. Él está en guerra contra nosotros y Cristo.
Satanás odia a Jesús, es su rival y por lo tanto nosotros también. Él es muy real en la vida actual. Se ve en la televisión con brujería, hechicería, conjuros. En las fábulas se ven cosas oscuras. Él ha ido tomando la moda, el fútbol… ahora las personas resuelven los problemas matándose, hiriéndose, destruyéndose.
Detrás de este mundo caído está nuestro adversario. En la Biblia se le conoce como príncipe de las tinieblas, padre de mentiras, el acusador. Él está interesado en pelear nuestra mente y el Espíritu busca que se la entreguemos. Es una lucha escarnecida y fuerte. Satanás busca que le prestemos y le cedamos nuestros pensamientos, que guardemos enojo, dolor, ira, celos, contienda, lujuria, avaricia y codicia en nuestra mente, la cual es el campo de batalla. Él está viendo cómo nos convence de que lo que dice es lo correcto.
Hoy en día tenemos una iglesia en crisis con gente a favor de políticas que son absolutamente antibíblicas y que van en contra de los valores cristianos y aun así se llaman a sí mismos cristianos. Personas que se exhiben como obras de la carne, terminan un programa y bendicen, pero antes se expusieron públicamente. Está tan manoseada la palabra cristiano ahora. Todo el mundo lo es, está de moda. Lo que no están diciendo es que a Dios no se le puede engañar, Él está anhelando un pueblo que se levante a buscarlo. La dirección de Dios es la santidad. Él habita en el humilde que confiesa su necesidad.
Pensemos cómo está nuestra vida de oración, ¿qué estamos permitiendo?, ¿cómo estamos hablando?, ¿están siendo nuestro hogar, dinero y forma de vestir para la gloria Dios?, ¿vemos la televisión para su honor? A santidad nos está llamando Dios, a lavar nuestras vestiduras. No podemos albergar en nuestro corazón avaricia, codicia, mezquindad… No nos hagamos hipócritas, no hagamos de esto una rutina.
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