Perseverando en la fe – Tiempos difíciles
Como cristianos debemos comprender que estaremos luchando y atendiendo batallas espirituales en nuestra vida día a día.
Recientemente en Estados Unidos salió una noticia acerca de un hombre que mató a sus tres hijos (todos menores de nueve años), literalmente los puso como en el paredón de fusilamiento y le disparó a cada uno de ellos en la cabeza. No hay nada que pueda justificar una acción así, nada. Pero esto nos enseña mucho de cómo es el mundo en el que vivimos. Es un mundo que bíblicamente va de mal en peor. Si tomamos la Biblia y la leemos con el corazón y el entendimiento correcto, nos daremos cuenta de que este mundo va hacia el despeñadero. Orar por la paz mundial no nos va a llevar a nada porque es orar en contra de la perfecta voluntad de Dios y la Biblia nos enseña que el mundo va a empeorar progresivamente.
2 Timoteo 3:1-5 dice:
“También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a estos evita.”
Pablo escribió esta carta desde la cárcel capacitando a su hijo espiritual; Timoteo, director de una iglesia siendo muy joven. Esta palabra es un llamado escatológico, es decir, se refiere a los acontecimientos que van a suceder. No es una palabra literal, aunque algunos autores pensaban que estas palabras de referían a las condiciones en que Timoteo estaba viviendo en ese tiempo. Sin embargo, esta es una carta para los postreros días, un tiempo donde la sociedad en la que vivimos se va a convertir en lo que indicó el apóstol Pablo.
Si tenemos un poco de discernimiento espiritual, vamos a entender que estamos más cerca que lejos de estas cosas. Cuando la Biblia enseña que aquel será un tiempo peligroso, la palabra original habla de estrés o dificultad, va a ser un tiempo donde los creyentes, los que verdaderamente creemos en el poder del Evangelio y predicamos lo que decimos que somos, solamente por la condición de ser creyentes vamos a vivir tiempos difíciles y de persecución.
No se van a cumplir todos los sueños ni los anhelos. Cada vez va a ser más difícil ser cristiano. Si hoy día a algunas personas les cuesta levantar manos o decir un “amén” y adorar en un lugar seguro, ¿cuánto más difícil les será mostrarse cristianos en esos días? Allá afuera las cosas van a ser mucho más difíciles. Andar una camisa con una cruz será síntoma de que nos van a desechar y dar la espalda incluso nuestros amigos y familia. Nosotros no somos de esta tierra, pero somos seres de carne y hueso que somos parte de una sociedad donde estamos llamados a ser luz en medio de las tinieblas y por ende la sociedad va a tratar de destruirnos a nosotros y a la iglesia.
Habrá personas que tendrán apariencia de piedad, que tienen un título de cristianos, parecen serlo, van a la iglesia como cristianos, pero no lo son. Toda esta podredumbre social se ha metido a la iglesia y para nadie es nuevo que estamos en un tiempo de errores. Estamos viviendo el tiempo de los horrores hermenéuticos, de los horrores interpretativos.
Tenemos que estar atentos porque es muy fácil hacer que la Biblia diga lo que no dice, y hacer que diga lo que queremos que diga. Solo se necesita saber un poquito de griego o un poquito de hebreo empezar a usarlo como nos venga en gana y transformar un mensaje para que diga lo que nos sirve que diga. Por eso hay tanto creyente hoy engañado, por eso hoy existe la doctrina de la prosperidad.
Si leemos con atención el texto, hay una característica que es base y da lugar al resto, la primera: “amadores de sí mismos”. Este mundo está lleno de personas así, que lo que buscan es su propio placer y por eso nacen doctrinas o teologías como la doctrina de la prosperidad pues la gente lo que quiere es escuchar lo que ellos quieren que se predique. Es muy fácil decirle a la gente “pacte con Dios y Él le dará todos los anhelos de su corazón”, es muy fácil torcer la escritura y pedirle a las ovejas que vengan y entreguen todo y Dios les recompensará en los cielos. Mas el corazón detrás es sacar provecho y beneficio porque estamos en una sociedad que se ha metido en una iglesia donde hay amadores de sí mismos.
Actualmente hay iglesias donde se tolera el pecado, donde hay parejas casadas en las que uno de los dos está siendo infiel sin ni siquiera estar divorciados, sentados en la primera fila de la iglesia, adorando al Señor y levantando manos, creyendo que su oración va a ser contestada y creen que están haciendo lo correcto porque tienen el título de cristianos. Es frecuente tener gente en el ministerio de alabanza pecando mientras ministran a Dios. Estamos en medio de una iglesia donde se tolera lo que El Señor no tolera. Estamos en medio de una iglesia sincrética, mezclada, que mezcló lo santo con lo profano.
No se puede ser cristiano y practicar yoga, que quiere decir “yugo”. ¿Con qué? ¡Con los demonios que se adoran con las posiciones que se practican! Pero hoy en día es normal. Estamos en un tiempo donde “está bien” tener ídolos en la casa, practicar magia, meter cosas inmundas a nuestra casa y creer que podemos venir a la iglesia y simplemente pedir perdón sin un arrepentimiento real que genere transformación de vida. Es necesario tener cuidado de que no estemos empezando a ser como estos que la Biblia dice, con apariencia de piedad, pero niegan la eficacia del Evangelio.
Hay iglesias donde se predica el Padre, pero no el Hijo y otras donde se predica el Hijo, pero no se cree en el Espíritu Santo. Hemos llegado a un punto donde todos dicen que tienen la sana doctrina, pero pocos son los que verdaderamente la tienen porque estamos en una situación donde la iglesia dejó de leer Biblia porque nos es fácil estar cómodos sin practicar disciplinas espirituales, sin orar y sin leer la Biblia. Resulta sencillo para algunos creer que para ser cristiano solo se necesita una pequeña oración de fe y listo, ya tienen todo lo que necesitan, como si se tratara de tomarse una pastillita y todas las enfermedades se curaron.
Es triste el cristianismo en el cual vivimos hoy. Las iglesias no eran así. Aunque tenían otros errores, en las iglesias al pecado se le llamaba pecado. Quien estuviera en pecado no podía servir y esa persona debía arreglar lo necesario e iba a ser confrontado y si no quería cambiar se quedaba fuera del servicio. En la iglesia quien viene en pecado le abrimos las puertas como el Señor abre puertas de gracia, pero a todo aquel que quiere cambiar.
Quien quiera venir aquí y quedarse con su pecado, tan grande la puerta es para entrar como para irse. Sin temor a Jehová no hay nada, no hay iglesia, ni motivo para que estemos aquí. La Biblia dice que sin santidad nadie verá al Señor, nadie, no importa el título que tengamos o cuántos cursos de teología hayamos llevado. Si eso no se transmite en una conciencia de pecado y una actitud de obediencia, estamos destinados al fuego eterno. Pero si hemos nacido de nuevo, el Espíritu Santo nos empujará a tener acciones y actitudes que agraden al Señor en todo tiempo y fuera de tiempo.
Ser “amantes de nosotros mismos”, lo podríamos también titular como “la doctrina del posmodernismo en la iglesia”. Es decir, ser amantes de nosotros mismos es querer y buscar lo nuestro antes que cualquier otra cosa. Es darle rienda suelta a la carne y oponerse totalmente a Dios. Sabemos que estamos en una lucha espiritual donde nuestra carne lucha contra nuestro espíritu. Al amarnos a nosotros mismos buscaremos las cosas que nos satisfacen y al hacerlo nos estamos oponiendo a Dios.
Mientras más nos satisfacemos, más nos vamos alejando de Dios. Porque el Señor solo ocupa un lugar en la vida: el primero. Dios no se sienta en el lugar dos, ni en el lugar tres, ni en el lugar cuatro. Esto no es un tema de soñar e involucrar a Dios en nuestros sueños, como lo predican muchas Iglesias, esto es un tema de meternos nosotros en el sueño de Dios. Este es un tema de morir a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir los sueños de Dios.
Podríamos estar idolatrando matrimonios como si ese fuera el fin del cristianismo. El fin de la fe no es casarse, no es tener esposa(o) e hijos. El matrimonio tiene que ser el reflejo de una institución que da gloria a Dios. Todo trata sobre Él no sobre nosotros. ¿Queremos que Dios esté en nuestro matrimonio? Demos gloria a Dios a través de nuestra vida.
Es difícil que un cristiano radical, que predica en las calles, que pasa viendo a ver qué hace para el Señor, que levanta un discipulado, que viene y predica en todo tiempo, que sale con la gente, que la discípula y que la entrega, se case y sea más radical.
Siempre habrá excusas como el tiempo, las responsabilidades, las cosas del día a día, “por ella no tengo tiempo”, “estoy cansado”, “ya no puedo”, excusas que hacen que apuntemos hacia nosotros mismos, “es que yo”, “es que ya no tengo tiempo”. Por eso es por lo que el apóstol Pablo nos dio una recomendación: no se casen. Porque si no se casan van a poder servir a Dios mejor, y si se casan, asegúrense de que no cambie la forma en como ustedes se entregan para el Señor.
1 Corintios 7:29 dice:
“Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen”
Pablo estaba hablando en el contexto del matrimonio y no está hablando de un libertinaje, es decir se refería a la misma actitud cristiana que teníamos antes de casarnos. Debemos vivir exactamente igual, y si decidimos casarnos… ¡bienvenidos al mundo de lo más difícil! Porque es más difícil levantarse temprano y alistar a los niños para venir a la iglesia, es más complejo, pero esa es la voluntad de Dios.
Reflexionemos acerca de las siguientes dos citas. Francis Chan dijo: “el matrimonio es para ser más y no menos es para cumplir con la misión de Dios, que Él nos delegó a cada uno de los que verdaderamente nos podemos con orgullo decir cristianos” y Paul Washer, sobre la otra gama de la fe: “tan importante es el hogar como el servicio en la misión de Dios”. No importa si estamos de un lado o en el otro, la conclusión es la misma: el matrimonio tiene el mismo peso que el ministerio. El matrimonio es primero, y en un caso donde éste se encuentre en crisis, habrá que salir del ministerio y atender el matrimonio.
Pero si el matrimonio es primero a expensas del ministerio, estamos fallándole a Dios en nuestro matrimonio. El diseño de Dios es que nosotros como relación cumplamos el propósito de Dios, y si no lo cumplimos estamos fallándole. Si tenemos hijos, Dios no nos llamó a criar y formar cristianos. Dios nos mandó a formar soldados de Jesucristo porque la única forma en que ellos soporten la guerra que se avecina es que ellos sean soldados de Cristo en medio de un mundo corrupto.
El amor bíblico es lo opuesto del amor del mundo. El amor del mundo trata sobre mí mismo. El versículo “Ama al Señor tu Dios sobre todas las cosas y a tu prójimo como a ti mismo” resulta muy fuerte porque la barra de amarnos a nosotros mismos es tan alta que poder amar a otros al mismo nivel nuestro es sumamente difícil. Todo gira alrededor de nosotros, y hacemos de la iglesia ministerios que giran en torno a hombres y al Señor.
A veces los amantes de sí mismos son los que más se deprimen. Cuando estamos tan ensimismados empezamos a ver hasta el último detalle y eso nos lleva a que nuestra vida empiece a ser miserable por lo que no hemos cumplido y por lo que no hemos hecho.
Por eso la gente viene transformada cuando va a África o un lugar donde verdaderamente hay necesidad, porque se dan cuenta que giraron su mirada un momento de ellos mismos y volvieron su mirada al problema. Ahí es donde empezamos a ser agradecidos.
La fe cristiana no trata de lo que Dios nos puede dar. La fe cristiana trata de Él, no de nosotros.
Mucha gente dejó de venir a la iglesia durante la pandemia porque se sintieron muy cómodos en su casa. Dejó de ser un reto. Empezamos a buscar lo que es más fácil lo cual nunca va a dar frutos porque el fruto de Dios requiere un esfuerzo, requiere valentía, requiere trabajo y requiere sacrificio. El amor del mundo es donde todo es fácil y para nosotros, más el amor de Dios es el amor sacrificial donde todo viene de adentro hacia afuera, dar sin esperar recibir nada a cambio.
Actualmente en la iglesia escuchamos decir “yo adoro a mi manera”, “es que esa es mi forma”, “es mi expresividad”, “es mi manera”. Puede que pensemos y creamos en este tipo de excusas, pero es incorrecto. No somos dueños de nosotros mismos, sino que fuimos comprados por precio de sangre.
Y continúa el texto describiendo el carácter de los hombres en los postreros días: “Avaros”, porque amamos el dinero, porque es “mi dinero”. Nadie que sea amador de sí mismo puede ser generoso.
“Vanagloriosos”, los presumidos que se glorían por lo que tienen, por donde fueron, por lo que hicieron o lograron, como comúnmente podemos ver en redes sociales, instrumento cuyo uso principal pareciera ser la presunción de cómo nuestras vidas son perfectas.
“Soberbios”, porque nos ponemos en primer lugar.
“Blasfemos”, porque somos nuestro propio Dios.
“Desobedientes a los padres” porque somos más inteligentes que nuestros papás.
“Ingratos”, porque qué le vamos a agradecer a Dios si todo lo conseguimos nosotros mismos y nos ganamos nuestra plata y nos pagamos nuestras cosas.
“Impíos”, nada es sagrado porque si no tengo temor a Dios ¿por qué voy a considerar que algo puede ser sagrado?
“Sin afecto natural”, no tienen amor porque es más fácil amarnos a nosotros mismos, ¿para qué voy a amar a otros?
“Implacables”, los que piensan que, si no los perdonan, ¿para qué van a pedir perdón? Si a quien tienen que complacer es a sí mismos.
“Calumniadores”, los que acusan falsamente.
“Intemperantes”, o sea no tienen dominio propio.
“Crueles”, “Aborrecedores de lo bueno”, “Traidores”, “Impetuosos”, o sea, los imprudentes.
“Infatuados”, “Amadores de los deleites más que de Dios”, los que viven para complacerse.
2 Timoteo 4:1-8 dice:
“Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que, teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas. Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.
Porque yo ya estoy para ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida.”
Pablo dio este consejo para pongamos nuestra mirada en lo eterno. Nuestro premio no es hoy, no es esta vida, no es nuestra esposa ni nuestros hijos, no es nuestro trabajo, ni una herencia. Hay un premio mucho más grande, más hermoso y es eterno. Es un premio con el cual Dios está ahí esperando para un día recibirte de entrada.
Cuando ponemos la mirada en lo eterno, los problemas empiezan a parecer insignificantes. Si estamos atravesando una situación difícil que nos carga y nos agobia, y hace que nuestra fe tiemble, pero volteamos nuestra mirada hacia la cruz y decimos “Señor, pronto nos reencontramos” entonces dejaremos de darle importancia a lo que vivimos hoy.
El segundo consejo de Pablo para Timoteo es que aguante y soporte. Dios nos ha dado toda la capacidad, el carácter y la ayuda del Espíritu Santo para que cualquier prueba, sea la que sea, podamos aguantarla y llegar al final de la meta.
Y entonces, al final de la carrera, podremos decir como Pablo “he peleado la buena batalla, he acabado la carrera, y he guardado la fe”. Llegaremos al lugar donde siempre anhelamos llegar. Lejos de estar triste Pablo más bien celebra el final de su carrera y, enfocado en su meta, sabe que su Señor ha reservado una corona para él.
¡Qué honor más grande que el mismo Señor nos esté esperando al final de la carrera para colocarnos la corona!
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