Parábolas de Jesús: El rico insensato
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Parábolas de Jesús: El rico insensato

El predicador Paul Washer afirma la siguiente frase: “si una iglesia que recibe inconversos que no se sienten incómodos en la predicación algo estamos haciendo mal”. La incomodidad en una prédica habla de que el pecado está siendo confrontado. No vamos a la iglesia para sentirnos cómodos o para ser entretenidos, sino para ser confrontados.

Hay un versículo en la Biblia que muchos creyentes saben que dice que “vamos de gloria en gloria y victoria y victoria”; esto quiere decir que vamos de batalla en batalla y de lucha en lucha. Las luchas son una bendición porque después de la lucha viene la victoria.

Esta palabra puede que nos incomode, pues se refiere a la codicia. En medio de una sociedad materialista es normal ver la codicia como algo de todos los días. Si preguntáramos abiertamente ¿Quién cree ser ávaro?; posiblemente ninguno levantaríamos la mano y lo admitiríamos.

Lucas 12:13-15 nos dice “Le dijo uno de la multitud: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia.  Mas él le dijo: Hombre, ¿quién me ha puesto sobre vosotros como juez o partidor?  Y les dijo: Mirad, y guardaos de toda avaricia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee”

El inicio del capítulo empieza con una enseñanza del Señor; pero lo primero que se menciona es que había miles de personas que lo acompañaban. Pero ¿por qué seguían a Jesús? Muchos lo hacían por lo que el Señor les podía dar, otros para escuchar sus enseñanzas, pero principalmente ellos veían en el corazón de Cristo una predicación tajante, pero llena de amor.

Esto nos confronta a nosotros sobre como deberíamos ser no solo dentro de la iglesia sino también fuera de ella. Nuestro mensaje tiene que ser radical, pero lleno de amor.

Por ejemplo, podemos escuchar una enseñanza basada totalmente en la palabra de Dios, aunque la persona que esté compartiendo no sea el mejor predicador; o ir a un culto de alabanza donde las personas se equivoquen, pero hay santidad en ellas, pero lo que no puede faltar nunca en una iglesia es el amor. El fundamento de la iglesia es el amor.

Cuando le prediquemos a alguien, debemos asegurarnos de que no es para tener la razón, sino para tocar el corazón de esa persona porque le amamos. Cuando predicamos en enojo terminamos en división, cuando predicamos en amor el resultado es la restauración.

Cada vez que Jesús tenía la oportunidad predicaba salvación. Todos estamos llamados a predicar: a familiares, amigos, compañeros de trabajo. Siempre que tengamos la oportunidad llevemos a las personas no a conocimiento sino a Cristo, hacia la eternidad, hacia donde van.

En el texto expuesto, Jesús estaba hablando de arrepentimiento, de volverse genuinamente a Él. Dice la palabra que se levantó un insensato y le dice “Señor repártame lo que me toca”; fue una irreverencia absoluta. Y muchas veces nosotros somos así.

Esta parábola no trata sobre el dinero, sino sobre prioridades, sobre el corazón.

Si nos examinamos a nosotros mismos y somos sinceros, muchas veces no hemos estado en la iglesia en medio de la adoración y pensamos en otras cosas, por ejemplo: lo que debemos hacer cuando salgamos del lugar o del almuerzo que debemos preparar cuando lleguemos a nuestros hogares o el mensaje que dejé sin leer o responder.

En medio de la presencia de Jesús empezamos a enfocarnos más en nosotros que en Él. Cuando preferimos venir a la iglesia solo en el tiempo de predicación y no de alabanza, es porque estamos esperando solo lo en lo que el Señor nos puede dar y no lo que nosotros podemos entregarle a Él. Y la verdad no tenemos nada para ofrecerle, pero sí tenemos un cuerpo vivo que podemos entregar como sacrificio en adoración.

En la cultura judía, cuando se repartía una herencia, se tendía a entregar dos porciones al hermano mayor y solamente una al resto de la familia. Entonces en el contexto de lo que sucedía en el pasaje, había personas que estaban repartiendo una herencia y este hombre sentía que lo que estaba sucediendo no era justo y lo triste era que él no tenía ningún compromiso con Dios.

Y la respuesta que le dio Jesús fue para cuestionarle básicamente que observara donde estaba su corazón, que mirara lo que estaba sucediendo para hacer semejante pregunta tan insensata en ese momento. Era un momento de recibir algo precioso del Señor para él, pero pensaba solo su herencia.

Su problema no era social o económico, era que su corazón estaba en el lugar equivocado. “Engañoso es el corazón más que todas las cosas” dice Jeremías 17:9. Este mundo nos dice que sigamos nuestro corazón, pero la palabra de Dios nos dice que nuestro corazón es falso. Este mundo nos dice que sigamos nuestras emociones; la palabra de Dios nos dice que nuestras emociones nos engañan.

Necesitamos fundamento, necesitamos a Cristo. El rol de Jesús en esa conversación y en nuestra vida es hacer su obra; la iglesia no se trata sobre nosotros ni sobre lo que nos puede dar, es sobre Él, es sobre Jesús.

Hasta en iglesias lamentablemente se ha enseñado que debemos seguir nuestros sueños, pero no es así, la palabra de Dios trata sobre seguir los de Cristo, lo que el anhela, lo que es hacer su voluntad y no la nuestra. Por eso hay tanta iglesia hoy que predica prosperidad, porque las personas van solo a ver que Dios puede darles y no lo que pueden entregarles ellos al Señor.

Cuando nosotros nos convertimos en el centro de todo, las buenas nuevas dejan de ser el Evangelio de Cristo y pasan a ser el evangelio nuestro.

Podemos leer en la Palabra como las oraciones de Pablo no trataban sobre él. Pablo pedía por los demás: “Señor enciéndelos, transfórmalos, guíalos”. Pero; ¿de qué tratan nuestras oraciones? Si somos sinceros, casi siempre tratan sobre nosotros. Por ejemplo, en vez de orar para que el Señor salde nuestras deudas, deberíamos orar para que el Señor nos enseñe a ser buenos administradores.

Todo trata sobre el plan de Dios, sobre su Reino, no sobre lo terrenal.

Dice un teólogo de apellido Clarki “las grandes posesiones, generalmente vienen acompañadas de orgullo, idolatría y lujuria”. Estos son los peores enemigos de la salvación.

En el momento que nos volvemos codiciosos nos colocamos nosotros y nuestras necesidades en el trono y quitamos a Dios. Esto se llama idolatría.

Dice Colosenses 3:5: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría”

La avaricia es idolatría, porque entre más tenemos menos damos. Si no podemos ser generosos cuando tenemos poco, ¿cómo vamos a ser generosos cuando nos dan mucho?

Cuando tenemos poco, el Señor está poniendo lo que es de Él en nuestras manos, y si nosotros no podemos retribuir su generosidad con lo que Él nos da, ¿cómo esperamos poder dar en lo mucho?

Es importante también entender que no toda puerta de bendición económica viene de Dios.

Como un breve testimonio les comparto: “hace un tiempo trabajé en una empresa donde tenía un horario regular. De repente me ofrecieron lo que parecía un mejor puesto donde recibiría un mayor salario. En un principio pensé que sería de bendición: podría dar más en la iglesia, invitar a más personas a comer, dar más a mi alrededor. Pero de repente me vi trabajando 14 hasta 16 horas seguidas. Un día que trabajé más de 30 horas sin parar, decidí renunciar” ¿De qué me sirve ganar el mundo entero si pierdo lo que más amo?”

¿De qué nos sirve tener muchas posesiones si no tenemos propósito en Cristo? Las posesiones materiales nunca nos van a llevar a ningún tipo de llenura o algún tipo de alegría.

Nos damos cuenta de que tenemos un corazón codicioso cuando siempre estamos buscando un poco más. Por ejemplo, cuando empezamos a generar más dinero comenzamos a gastar en cosas más caras. Entonces, nunca nos alcanza, porque siempre estamos buscando más y más. Estamos tratando de llenar nuestros vacíos en cosas materiales porque no hemos entendido que quien tienen a Cristo lo tiene todo.

Ese querer más, siempre nos va a consumir tiempo.

Continuando con la parábola, dice en el Capítulo 12, versículos del 16 al 20:

“También les refirió una parábola, diciendo: La heredad de un hombre rico había producido mucho. Y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes; y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe, regocíjate. Pero Dios le dijo: Necio, esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será? Así es el que hace para sí tesoro, y no es rico para con Dios.”

Esta parábola nos enseña que en un mundo materialista es difícil identificar la codicia, siempre hay algo que queremos consumir. Sin embargo; ¿Quién bendijo ese suelo? ¿Quién trajo la lluvia ¿Quién puso los minerales? ¿Quién le dio el terreno?: Dios.

Este hombre nunca se detuvo a decirle al Señor: gracias. Cuando tenemos un problema económico y de repente tenemos un nuevo empleo, empezamos a hacer planes, pero pocas veces le preguntamos a Dios como administramos.

El hombre de esta parábola empezó a preocuparse y dar un enfoque a acumular más y más. El problema era que solo pensaba en él: “yo voy a hacer, yo voy a construir, yo voy a guardar, y yo voy a descansar”. Quien estaba sentado en el trono era él, y no Dios. La avaricia se evidencia cuando solo pensamos en nosotros.

¿Qué pensamos cuando recibimos nuestro salario? ¿En el “yo” como el hombre de esta parábola? ¿O acaso nos planteamos cómo podemos ser más generosos y servir más a quién lo necesite?

No nos referimos a no ahorrar o a no guardar, pues la misma palabra de Dios nos dice en Proverbios 21:20 “Los sabios tienen riquezas y lujos, pero los necios gastan todo lo que consiguen”

Es decir; los sabios saben ahorrar, pero los necios sobre utilizan la tarjeta de crédito. Queremos costear una vida que no podemos, pues queremos impresionar más a los demás en vez de querer agradarle a Dios. A veces nos esforzamos más en cómo nos vemos, que en cómo estamos por dentro.

No es malo ser rico, hay muchos hombres de Dios que lo fueron como Salomón y Job. El problema es cuando nuestra confianza se basa en lo que tenemos, quitamos nuestra confianza del Señor.

Vendemos la paz del Príncipe de Paz por una falsa que nos dan las cosas materiales. Lo opuesto a la paz de Dios es la confianza en lo que tenemos. La confianza en lo que tenemos nos dice que en medio de una buena circunstancia estamos bien y nos sentimos felices, la paz de Dios nos dice que, en medio de nuestra peor circunstancia, estamos bien porque Él está con nosotros.

Nuestro gozo viene de la seguridad que Cristo nos da.

El hombre de la parábola buscó acumular para entrar en una zona de confort. Esto es como cuando pensamos “cuando tenga tal posesión, voy a vivir en paz, voy a pensionarme, voy a disfrutar”. Sin embargo, el Señor nos lleva a circunstancias difíciles para sacarnos del confort. Para vivir de gloria en gloria y llevarnos de victoria en victoria el Señor nos va a poner en pruebas que nos saquen de nuestra zona de comodidad.

¿Porqué el Señor permite estas pruebas? Para que podamos algún decir “donde no había ni tenía nada, Dios hizo todo, Él hizo mucho” Cuando salimos de nuestra zona de confort dejamos a caminar en lo natural y empezamos a caminar en el plan y en el propósito de Dios.

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